Capítulo 34.

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Atenea.

La noche para nosotros había sido larga y placentera, no recordaba a qué hora habíamos parado, pero sabía que habíamos pasado horas haciendo... eso, por lo que probablemente paramos pasada la madrugada.

El solo hecho de recordar lo que habíamos hecho me hacía arder el rostro como nunca antes, me daba vergüenza y no porque no lo hubiese disfrutado sino por el contrario me había gustado y mucho, solo me avergüenzo porque es algo relativamente nuevo para mí, yo nunca le había mostrado mi cuerpo así a nadie y mucho menos hecho ese tipo de cosas, solo una vez lo hice y fue con él aquella noche, pero ahora no quiero recordar eso, quiero disfrutar este momento sin tener recuerdos amargos.

Había dormido con la cabeza apoyada sobre su pecho, podía escuchar el latido de su corazón y sentir su respiración.

— Estas despierta. — me exalte al escucharlo, su voz estaba gruesa, ronca, con ese tono de recién despertado.

Levante mi mirada encontrándome con sus ojos fijos en mí.

— ¿No te arrepientes o sí? — vislumbre el miedo en su voz.

— No. — Sacudí la cabeza con frenesí. — No me arrepiento.

Soltó un suspiro como si mi respuesta le hubiese quitado un gran peso.

— Gracias a Dios, que bien. — Exclamo y al segundo siguiente estaba bajo su cuerpo, enrojecí. — Voy a empezar a acostumbrarme a esto. — acaricio mis mejillas con una sonrisa y acto seguido me dio un beso en cada una. Extrañaba que hiciera eso. — Eres hermosa, mi diosa, la mujer más hermosa que han contemplado mis ojos.

Dejando la timidez a un lado llevé mis manos a sus mejillas e hice suaves caricias sobre sus pómulos.

— Gracias. — deje un beso en su nariz que lo sorprendió. — Tú también eres muy guapo. — volví a enrojecer con mi confesión. — Pero no me agrada el que hayas contemplado a muchas. — El reclamo salió de improvisto, sin poder evitarlo y él me miro como si no pudiese creerlo, aunque se vislumbraba la diversión en su rostro.

— Dios, voy a perder la cordura. — exclamo pegando sus labios a los míos, solté un gemido involuntario que lo hizo mirarme con fascinación. — Escúchame bien, quiero que lo tengas claro siempre ¿Sí? — me dio dos besos más. — No importa si en algún momento vi a algunas mujeres, eso ya no importa porque la única mujer que existe para mí, la única que tiene todo de mi eres tú, mi diosa, mi amor, mi todo, mi mujer. Tú y nuestra hija son las únicas que pueden hacer de mi lo que deseen, soy su esclavo de por vida.

La intensidad de sus palabras me mareo, todo había cambiado entre nosotros y yo empezaba a sentir una posesividad innata sobre él.

Me llevo consigo dejándome en su encima y entonces pude sentir su excitación, mordí mi labio inclinándome a besarlo.

— Soy tuyo, mi diosa. — esas palabras fueron suficientes para hacerme perder el raciocinio y acto seguido nos fundimos nuevamente en el deseo y placer que habíamos experimentado toda la noche.

Sus besos se estaban convirtiendo en una droga que empezaba a necesitar cada vez más. Me estaba volviendo loca y no me arrepentía por el contrario me encantaba.

Llevé su miembro a mi sexo y descendí sobre el introduciéndolo dentro de mí, solté un gemido alto cuando lo tuve por completo dentro, esto me gustaba quería seguir haciéndolo, quería experimentar estas sensaciones tan placenteras de por vida. Me moví sobre él, haciéndolo gruñir, no sabía mucho de esto, pero él me guiaba enseñándome, con esa mirada dulce y a la vez tan cargada de deseo que me daba.

Soltó un gruñido pegándose a mis labios, su pelvis viniendo al encuentro con la mía. Mordisqueaba mi cuello a su gusto, me tenía en sus manos y yo lo tenía en las mías, jadeábamos entre besos y mordidas sin dejar de movernos embriagados en el placer que sentíamos, completamente perdidos en el sudor y el choque de nuestros cuerpos. Me encantaba esto.

Sentí, lo que ahora sabía que era un orgasmo, llegar y grite, soltando un gemido que acalle mordiendo su cuello, sentí su liquido caliente derramarse en mi interior, mientras él seguía moviéndose alargando mi orgasmo.

Nos miramos sonriéndonos en complicidad sabiendo que después de esto no nos detendríamos, ni solo lo haríamos una vez.

Estábamos perdidos.

°•°•°•

Me encontraba en la biblioteca, esa que ahora era mía según palabras de Alessandro, lo reafirmaba cada vez que podía, y después de tanto escucharlo ya había comenzado a asimilarlo.

Los detalles no habían faltado desde esa noche, si antes amanecía rodeada de flores ahora había hecho un inmenso jardín en el centro del reino y al que le coloca mi nombre.

Me encantaba.

Ese hombre me encantaba, era el hombre más cariñoso y detallista que jamás haya visto.

Las noches como aquella no habían faltado ya había pasado una semana y no solo había pasado en las noches, lo hacía en cualquier momento del día, él venía a mí a la biblioteca o mi habitación y yo iba a él a su habitación o estudio.

Me alzo intentando tomar un libro, pero no lo logro y está vez no me asusto cuando veo una mano sobrepasar la mía y tomar el libro que quería, tampoco al sentir ese gran cuerpo pegarse a mí. Podría reconocerlo entre miles, su olor, su porte y sus grandiosos ojos, son inconfundibles para mí.

— Mandaré a hacer los estantes más pequeños. — gruñe en mi oído y solo eso basta para erizarme la piel y hacerme arder de deseo por él. No sé qué me hizo, me volvió adicta a él.

Me giro, encarándolo lo tomó del rostro y niego dándole un beso corto.

— No. — frunce el ceño al escuchar mi negativa. — dijiste que es mía y a mí me gusta así. — Le doy otro beso y sonríe atacando mis labios.

En realidad, me gusta que él venga aquí que me ayude, que alcance mis libros. Disfruto verlo.

El beso va aumentando de nivel y pronto nos estamos devorando, me alza enrollando mis piernas en sus caderas y me presiona contra los estantes.

Suelto un jadeo cuando siento sus dedos explorar mi zona, me toca de una forma que me hace perder la cordura y pedir por más.

Muerde mi labio con una sonrisa tirando de los suyos, jadeo volviendo a besarlo. Bajo mis manos por su pecho buscando lo que quiero, desabrocho su pantalón, adentrando mi mano para tocarlo arrancándole un gruñido que se escucha delicioso.

No pierdo tiempo, lo saco y lo guío a mi entrada con su ayuda, nos miramos y de una sola estocada se adentra en mí. Calla mi grito con su boca, besándome, me muevo con él encontrando un ritmo, que nos coloca casi al borde.

Entierro mi cabeza en su cuello y mis uñas en su espalda queriendo sentirlo más cerca (como si fuese posible), jadeo en su oído y eso lo descontrola aumenta las embestidas y no sé si sean ideas, pero el estante chilla y entonces temo que se caiga.

— Aless... — trato de advertirle, pero me calla con un beso que hace que se me olvide lo que iba a decir.

Siento el orgasmo llegar y me pierdo entre el abismo, entre gemidos y jadeos, muerdo su cuello y el gruñe en mi oído dejándose ir dentro de mí.

— ¿Estás bien? — me pregunta segundos después acariciando mi rostro, solo atino a asentir.

Todavía estoy perdida en las sensaciones de ese maravilloso placer experimentado.

Y solo soy consciente de que me lleva consigo y que pronto siento el sofá en mi espalda.

— Quédate aquí. — me da un beso. — Iré a limpiar. — me da una sonrisa mientras vuelve a besarme y yo solo le asiento, sin entender del todo.

Lo veo acomodar algunos libros que se cayeron, mientras mis ojos van cerrándose y lentamente voy cayendo en la inconciencia del sueño.

La obsesión del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora