Capítulo 23.

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Atenea.

Los días posteriores hicimos demasiadas cosas, pero la mayoría se remonta a estar lo tres juntos.

Cuando la nieve se fue, Alessandro le enseño a montar a caballo a mi pequeña, le dio clases de piano y pasó demasiado tiempo con ella perfeccionando su lectura y escritura.

Artemisa a tan poca edad lee y escribe mejor que muchos, es una pequeña genio.

— ¡Mami! — corre hacia mí con sus mofletes rosados y la felicidad plasmada en su rostro. — Papi me llevará a montar a caballo otra vez. — exclamó dichosa.

La tomo en mis brazos besando sus regordetes mofletes. La amo.

— ¡Que bien, mi amor! — ella sonríe más.

— ¿Quieres venir conmigo? Papi también puede enseñarte. — sonrió, ha estado haciendo esto desde que menciono que quería un hermanito, quiere que su padre y yo pasemos todo el tiempo posible juntos.

Siempre que menciona a un hermano me pongo colorada y me falta el aire, eso es algo que no quiero, ni siquiera sé si algún día seré capaz de dar ese paso con algún hombre, la sola idea me hace temblar y mi mente se llena de malos recuerdos.

Asiento besando su mejilla y la llevo en mis brazos hasta el salón donde nos espera Alessandro, quien nos dedica una sonrisa mientras se acerca a nosotras.

— ¡Ya estamos listas, señor feo! — exclama mi bebe lanzándose a sus brazos.

Contengo la risa lo más que puedo cuando observo su cara, coloca la misma cada que la escucha llamarlo así. A mí pequeña le encanta hacerlo rabiar por eso cuando está con él lo llama "señor feo" y cuando está conmigo a solas lo llama "papi".

Ella también se ríe de la cara de su padre y luego le da un besito en la mejilla que lo hace sonreír, sabe cómo contentarlo.

Con ella sostenida en uno de sus brazos me tiende su otra mano y cuando la tomo vamos juntos a los establos donde se encuentra el señor que cuida de los caballos y otros jinetes.

Preparan el caballo que montará Alessandro con mi pequeña y una vez listo Alessandro la sube primero para luego subirse él.

Mi pequeña está lo más de feliz tomando las riendas concentrada en las instrucciones que le da su padre.

Alessandro se baja en algún momento y la deja a ella sola sobre el caballo mientras él va a su lado dirigiéndolo.

Se me ponen los nervios de punta cada que la veo sobre ese animal me da de todo de solo imaginar que se caiga o que el caballo la tumbe...

Dios no quiero ni imaginarlo... Moriría dónde a mi bebé le pasase algo.

Uno de los sirvientes el más experimentando se acerca para ser él quien ahora dirija el caballo mientras Alessandro se dirige hacia mí.

— ¿Estás lista? Ahora sigues tú.

— Estoy nerviosa. — digo sin despegar los ojos de mi hija.

— Estará bien. — susurra acariciando mi mano.

Le sonrío y solo es un momento en el que lo veo suficiente para que escuchemos el relincho del caballo y lo escuchemos correr.

El caballo no está mi bebé tampoco, el que sostenía la cuerda la soltó y sonríe.

Alessandro corre a tomar un caballo para alcanzar al que lleva a Artemisa.

Yo solo observó el lugar por donde se ha ido y al hombre que soltó la cuerda una y otra vez.

La obsesión del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora