Capítulo 41.

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Atenea.

Doy pasos firmes mientras recorro mi camino hacia el salón dispuesto para este momento.

Mis manos tiemblan un poco, pero me mantengo firme mientras observo a las personas que han formado gran parte de mi vida y han sido importantes en mi camino.

Les brindo una sonrisa a todos mientras me adentro en el salón y ellos vienen tras de mí, mi nana tenía lágrimas en los ojos observándome con orgullo junto con mi madre, mi padre, Lydia, Oscar y sobre todo mi bebé.

Ella está junto a mis padres en la entrada envuelta en un precioso vestido rojo con dorado haciendo representación de sus dos reinos, la observo orgullosa tendiéndole mi mano para que vaya conmigo y la sonrisa orgullosa que veo en su rostro al verme hace desaparecer cualquier rastro de duda o miedo que estuviera en mí.

Caminamos juntas por la alfombra del gran salón ante todas las miradas de los presentes no suelta mi mano ni yo la suya y juro que, de no estar en este momento, la estaría llenando de besos por lo tierna que se ve mi bebé.

Nos detenemos frente al arzobispo que llevará a cabo la ceremonia.

Me arrodilló ante el arzobispo quien unta un aceite sagrado en mi frente mientras recita una oración pidiendo protección y sabiduría para mí.

Toma la corona y con solemnidad la coloca sobre mi cabeza.

— Con esta corona, te nombró Atenea Alderwood, reina de este reino, que reines con justicia, sabiduría y compasión.

El arzobispo mira a la pequeña a mi lado y tomando la tiara que había al lado de mi corona se inclina hacia ella.

— Con esta tiara, te nombró Artemisa Diermissen, princesa de este reino, que un día reines con justicia, sabiduría y compasión. ¡Larga vida a la reina y la princesa!

Los presentes estallan en aplausos y vítores inclinando la cabeza como muestra de respeto. Miro a mi hija siendo feliz con la felicidad que muestra su rostro.

Se me hace entrega del cetro y el orbe tomándolo con la gracia que he practicado me levanto enfrentando a los presentes. Me dirijo al balcón en medio de ovaciones y con gracia saludo a mi pueblo, los habitantes del reino, quienes me aclaman como su reina en medio de gritos y ovaciones.

Se escucha el sonido de las campanas en todo el reino anunciando que una nueva era ha comenzado.

Miro a mi hija a mi lado quien con gracia saluda a su pueblo con una inmensa sonrisa en su pequeño rostro tomo su mano y después de saludar al pueblo se lleva a cabo el gran banquete.

Durante la coronación solo pude dirigirle pequeñas miradas a Alessandro quien me observa con orgullo en cada una de sus facciones. En ningún momento logro acercarme a él pues todos quieren acercarse a saludarme.

Lo veo venir hacia mí lentamente y sonrió feliz de poder verlo de cerca.

— ¿Por qué no te habías acercado? — Mi reclamo es lo que recibe.

— No me lo han permitido, debo decir que estoy celoso, estás muy solicitada está noche. — Toma mi mano y deja un beso en ella.

— No tienes por qué sentir celos, cuando al único que veo y quiero cerca es a ti. — Llevo una mano a su rostro acariciando su mejilla, sonríe gustoso.

— Me estás enloqueciendo, amor mío. — Deposita otro beso en mi mano y yo solo observo la mirada cargada de promesas que me da.

— ¡Ejem! — El carraspeo de mi padre me hace mirarlo no muy gratamente por interrumpir nuestro momento. — No es mi intención interrumpirlos, pero cariño te necesitan por acá. — me señala algún lugar del salón que no miro.

La obsesión del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora