Capítulo 1. [☑️]

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El doctor George Harrison, orgulloso graduado de la prestigiosa Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, ha consolidado su experiencia como actual residente quirúrgico en el Hospital de Liverpool. Su destreza y empatía son destacadas, siendo reconocido por su capacidad para brindar un trato excepcional a los pacientes que acuden diariamente a emergencias.

—¡Doctor, Doctor! — llamaba la enfermera Han con la respiración agitada, había corrido mucho para encontrar a George — Ha llegado un nuevo paciente a la sala de emergencias.

—Dígame, señorita Han — exclamó el doctor — Nombre del paciente, caso...

—Se llama John Winston Lennon — afirmó la enfermera — Tiene parálisis facial.

El corazón del Dr. Harrison latía con intensidad siempre que escuchaba los casos que llegaban a emergencias. Con paso rápido, se dirigió hacia la sala de emergencias.

—Doctor Harrison, ¿verdad? — preguntó Lennon con una sonrisa forzada debido a la parálisis facial.

—Así es, señor Lennon. Vamos a revisar su caso. — El médico comenzó a hacer preguntas sobre su historial médico mientras examinaba los síntomas.

George comenzó a revisar los papeles; John Lennon jamás había sufrido una parálisis, o siquiera una enfermedad medianamente grave, era verdaderamente misterioso que una persona tan saludable tuviera parálisis facial.

El doctor giró la cabeza y se encontró con las maletas de John. Estaban manchadas de pintura y los lápices de colores sobresalían del bolso; unos pequeños recipientes llamaron su atención.

—¿Qué es eso, señor Lennon? — inquirió el doctor señalando los frascos.

—Son mis tintas, las compré en el mercado hippie la semana pasada... Dijeron que estaban hechas con ingredientes naturales, así que las compré — contestó John, con dificultad para hablar.

La sospecha se apoderó de la mirada del Dr. Harrison al examinar los frascos de tintas. Su mente se sumió en la posibilidad de que esas mezclas aparentemente inofensivas fueran la clave detrás de la parálisis facial de John Lennon.

—Tenemos que analizar esto detenidamente — declaró el doctor con determinación — Acompáñeme, señorita Han.

La enfermera sonrió amablemente y asintió, para después seguir los pasos del doctor, agarrándole sutilmente el brazo.

El laboratorio era una amalgama de frascos y utensilios de vidrio, donde la luz tenue se filtraba entre estantes repletos de libros polvorientos. George y Han se sumergieron en el trabajo, compartiendo la tarea de desentrañar el misterio detrás de las tintas tóxicas.

—Aquí hay algo — anunció el doctor, examinando detenidamente un microscopio —. Estas partículas son la clave. Ahora, necesitamos encontrar la forma de neutralizarlas.

—Usted es muy inteligente, doctor — dijo la enfermera mirando a los ojos al médico, regalandole una sutil caricia en la palma de la mano.

Mientras la conversación se tornaba técnica, Han encontraba formas sutiles de expresar su aprecio por la dedicación del doctor; un roce suave en el brazo, una risa o una caricia.

—George, eres impresionante. No solo como médico, sino también como compañero de investigación — elogió Han con una sonrisa sugerente.

El doctor, concentrado en la tarea, agradeció el halago asintiendo.

—Doctor, estos pigmentos contienen elementos tóxicos. No son naturales como se pensaba — informó la enfermera Han, observando los resultados del análisis.

El médico asintió, su mente trabajando rápidamente para diseñar un tratamiento que neutralizara la toxina en el sistema de John. La sala de emergencias se transformó en un laboratorio improvisado, donde la medicina y la ciencia se unían para combatir una amenaza inusual.

De repente, un enfermero irrumpió en el laboratorio, llamando la atención de quienes estaban trabajando allí dentro.

—Lamento interrumpirlo, Doctor Harrison — habló el enfermero — Ha llegado un nuevo paciente a la sala de emergencias y todos los doctores están ocupados.

—¿Nombre del paciente y caso? — preguntó el doctor Harrison, dejando su trabajo momentáneamente.

—Se llama Richard Starkey. Epilepsia, doctor — respondió el enfermero. —Tenía está nota en su bolsillo.


𝗛𝗼𝗹𝗮, 𝗽𝗿𝗼𝗯𝗮𝗯𝗹𝗲𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗺𝗲 𝗱𝗶𝗼 𝘂𝗻 𝗮𝘁𝗮𝗾𝘂𝗲, 𝗺𝗲 𝗴𝘂𝘀𝘁𝗮 𝗷𝘂𝗴𝗮𝗿 𝗦𝗽𝗮𝗰𝗲𝘄𝗮𝗿 𝘆 𝗲𝘀𝗮 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗶 𝗿𝗲𝗰𝗶𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗮𝘁𝗮𝗾𝘂𝗲. 𝗣𝗿𝗼𝗺𝗲𝘁𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗱𝗲𝗷𝗮𝗿𝗲 𝗱𝗲 𝗷𝘂𝗴𝗮𝗿. 𝗔𝗺𝗼𝗿 𝘆 𝗣𝗮𝘇

George intercambió una mirada rápida con la enfermera Han antes de seguir al enfermero hacia la sala de emergencias.

—Spacewar y epilepsia —exclamó Han— Qué mala combinación.

Al entrar en la habitación, encontraron a un hombre de apariencia tranquila, pero con una mirada preocupada en sus ojos.

—Doctor Harrison, ¿verdad? — inquirió Richard, esbozando una sonrisa tensa.

—Sí, soy el Dr. Harrison. ¿Puedo saber qué ha sucedido? — indagó el médico, comenzando a revisar la historia clínica de Richard.

—Mis ataques epilépticos empeoran últimamente. Sé que Spacewar desencadena los episodios, pero amo jugar —confesó Richard con sinceridad.

George asintió, y continuó leyendo; Richard sufría de asma y apnea del sueño, entre otros problemas de salud.

—Sabemos que ha estado en diferentes hospitales por el mismo motivo y usted no ha dejado de jugar —intervino la enfermera Han— ¿Cómo se supone que le creamos?

—Bueno, soy adicto a Spacewar, lo acepto e intentaré dejarlo. —respondió Richard con una risa—. Además, todos me conocen como Ringo.

El doctor Harrison y la enfermera Han intercambiaron mirada ante la actitud relajada del paciente.

—Ringo, necesitamos abordar seriamente estos problemas de salud. Spacewar está afectando tu bienestar —comentó el médico.

—Lo sé, doctor, pero es difícil resistirse a la tentación de un buen juego. A veces, siento que estoy en mi propio mundo —respondió Ringo— No me diga que usted no tiene gustos culposos

El doctor Harrison negó con la cabeza —¿Usted sí? —Inquirió.

—Claro —habló Ringo— Por ejemplo... Pulpos, crema de manos, submarinos, varones... Ah, y claro está, Spacewar.

George tragó saliva, su paciente y él tenian un gusto culposo en común, tal vez tenían más cosas similares de lo que un paciente y su doctor regularmente tendrían.

Dr. Harrison • Starrison • 𝓔𝓷 𝓔𝓭𝓲𝓬𝓲𝓸𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora