Cuarenta y uno.🕑

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En medio de un día frío que congelaba los huesos, padre e hijo se encontraban encerrados en lo que era una cueva oscura y sola iluminada con la ayuda de algunas linternas y una fogata improvisada que el joven padre encendió para que su pequeño no sufriera mucho a causa del frío.

Originalmente cuando planeo este viaje se aseguró de mirar el reporte del clima para así no encontrarse con dificultades, sin embargo, ante cualquier pronóstico, él había visto con claridad que el día de hoy, aunque la temperatura iba a estar baja, no seria problema para ellos, el viaje podía llevarse a cabo con seguridad, pero cuando despertaron en la mañana, sus cuerpos temblaban en un frío que podía llamarse absurdo.

El mayor había pensado drásticamente devolverse con su pequeño, después de todo, el motivo y origen de este particular paseo era una gran expedición a una cueva cargada de minerales y piedras preciosas y brillantes que el ansiaba recoger, eso suponía pasar gran parte del día a la intemperie, encerrado en una cueva algo oscura y fría, por supuesto, él se había asegurado de antemano que entrar a tal lugar no era peligroso para él y para su pequeño, lo cual, dejando de lado el riesgo, el único factor del cual preocupes era el clima.

Confío demasiado en el pronóstico y ahora se sentía preocupado.

—Hijo, está helando demasiado— Había dicho mientras calentaba un tazón de leche para el menor y de preparaba un café cargado para él— No creo que sea buena idea salir... Deberíamos volver.

Pero el niño que estaba sentado en una silla de madera moviendo sus piernas juguetonamente abrazado de su oso de peluche simplemente se sintió herido y desganado, sus ojos no pudieron evitar brillar con angustia y una sensación de inocente impotencia se alojó en su pecho.

Apretando el oso en su pecho, el niño rezongó.

—¡Papá! ¡No hace frío!— Dijo con un puchero en sus labios— ¡Me abrigaré bien! ¡Lo prometo! Llévame a esa cueva contigo... ¡Por favor!

El niño sentía un gran apego por su progenitor y por ende cualquier cosa que pudiera hacer con él, sobre todo su se trataba de algo que su padre tanto amaba, como la búsqueda y recolección de minerales preciosos.

A Hoseok le gustaba espiar la colección de su padre cuando él no estaba viendo y siempre quería verlo en la noche pulir sus piezas favoritas o simplemente ordenarlas en su muestrario. Le era difícil hacerlo porque solía dormirse temprano, pero a él le encantaba eso que su padre hacía con tanto amor.

Habían veces en que el hombre le hablaba de sus piezas favoritas, sus nombres y significados y lo mucho que le gustaban, Hoseok lo escucharía con atención, cada una de las palabras como si las entendiera, incluso cuando después de cinco minutos todo lo que quería retener, se le terminara olvidando, pero aún así, el sonreía para su padre compartiendo su felicidad.

—Hijo... No quiero que te resfries por exponerte tanto tiempo al frío— Se excusa el mayor mientras acerca a la mesa la leche tibia, advirtiendo que no la tome todavía porque calentó demasiado y puede quemarse, Hoseok obedeció— Podemos hacer este viaje otro día.

Pero para un niño como Hoseok que tenía hambre de tiempo con su padre, eso era como abofetearlo en su rostro dejando una marca ardiente y dolorosa.

—¡Papá, puedo ponerme dos camisetas, dos calzoncillos, dos pantalones, tres calcetines!— Dice sin querer ceder a su deseo de ir en esta expedición, sus piernas se movían inquietas, sus brazos apresaban al oso sin descanso— ¡Quiero ir a buscar piedras brillantes contigo! ¡Si salimos abrigados nadie se resfriara, me portaré bien!

Y así, en medio de una cabaña prestada, en la mesa en donde el mayor soplaba la leche caliente y el vapor del café flotaba alrededor, empezó una ardua discusión en donde el hombre se negaba a llevar a cabo el paseo, pero el niño insistía e insistía con la sola intención de ver a su papá feliz.

«Heterocromía || HopeV»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora