Capítulo Ocho: Malos entendidos

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Gregory Lestrade no solía atender personalmente llamadas de alarma tan vagas, pero era un día de poca tarea en la oficina, como si los delincuentes se hubieran vuelto tímidos con la lluvia, y la realidad era que no le apetecía volver a casa temprano, principalmente porque aún se estaba preparando mentalmente sobre cómo podría iniciar una necesaria, pero muy incómoda conversación con su marido.

La llamada provenía de unos vecinos de un barrio céntrico de Londres, una zona rica normalmente muy tranquila. De hecho, la mayoría de las casas contaban con su propio sistema de seguridad para evitar robos, pero habían advertido de un altercado en el número 125, que había cambiado de dueños recientemente. Los vecinos decían haber escuchado gritos y golpes, además de perros ladrando a modo de alarma, lo que a su juicio indicaba que claramente estaba pasando algo muy malo ahí dentro. Gregory esperaba que no se tratara de un caso de malos tratos, porque no tenía cuerpo de enfrentarse a aquello tal y como estaba su ánimo y temía que le dieran ganas de golpear a algún alfa que se hubiera pasado de listo.

Acompañado por Donovan, llamó a la puerta y esperó. No creía que nadie fuera abrir y ya estaba dispuesto a insistir o incluso a alzar la voz para intentar hacerse oír en el interior cuando un hombre alto y rubio, con el flequillo tapándole uno de sus ojos, abrió la puerta, vestido con un pantalón de de fino algodón y un jersey que marcaba rojo que marcaba su anatomía. Estaba sudado y hasta Lestrade, que era beta, podía detectar el intenso olor a sexo y hormonas que emanaba.

—¿Ocurre algo, agentes? —preguntó Hannibal con la voz ronca de tanto jadear. Donovan estaba perdida en esos pectorales que de traslucían a través de la ropa, Lestrade en cambio se impresionó al reconocer a su psiquiatra, pero como llevaba su terapia en secreto y no le parecía apropiado tampoco comentar nada allí en presencia de Sally Donovan, decidió hacer cómo estaba haciendo Lecter, como si no se conocieran.

—Lamentamos molestar. Hemos recibido una alarma de los vecinos sobre un altercado en la casa.

—Mmm... —murmuró Hannibal, apenas pudiendo contener una sonrisa satisfecha por educación—. Mis más sinceras disculpas. Mi esposo está en celo y nos hemos dejado llevar por las circunstancias.

—¿Entiendo que ambos están bien, entonces? —dijo Lestrade, que estaba deseando salir corriendo. Hannibal asintió.

—Completamente, muchas gracias por su trabajo y preocupación, pero si me disculpan, ahora necesitamos descansar.

Gregory asintió, dando el asunto por zanjado, pero cuando Hannibal iba a cerrar Donovan interpuso el pie, impidiéndoselo. Hannibal, por educación, se vio obligado a dejar de presionar y volver a abrir la puerta, apretando los dientes. Estaba empezando a enfadarse, aquello sí que era una grosería.

—Perdone, señor Rasmussen, ¿verdad? ¿Cómo sabemos que lo que dice es verdad? ¿Podría confirmárnoslo su esposo? —dijo Donovan, mirándolo con el ceño fruncido. Hannibal odiaba a ese tipo de alfas que osaban en su inseguridad cuestionar a aquellos de su mismo sexo secundario, como si todos fueran tan bajos como él. Podría matarla, deseaba hacerlo, pero en su lugar respiró profundamente y abrió la puerta.

—Por favor, pasen. Pueden revisar la casa, si lo desean, pero por respeto no abran la habitación principal. Mi esposo se encuentra ahora mismo acostado en ella y responderá a sus preguntas a través de la puerta.

—¿Está diciendo que no se puede mover? —cuestionó Donovan ácida e incrédula.

—Eso mismo estoy diciendo, señora —confirmó Hannibal.

Greg comenzaba a sentirse demasiado incomodo, realmente creía en las palabras de su psiquiatra, a la vista no resultaba un hombre peligroso que quisiera dañar a su pareja, así que decidió intervenir.

Caminos cruzados (Hannigram/Johnlock/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora