Capítulo Veinte: Miedo

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Hannibal apoyó el codo en el reposabrazos de su silla, reprimiendo un gesto de desagrado tras su máscara de persona. Aquel cliente era insufrible y le recordaba un poco a otro antiguo cliente suyo, Franklin, lo que sólo hacía que las ganas de cortar el aire de aquel rechoncho cuello aumentaran.

Sus pensamientos homicidas fueron interrumpidos por el sonido del teléfono, que cortó el llanto de su cliente, al que le dio otro nuevo pañuelo de papel, con desinterés, mientras se levantaba para atender la llamada.

—Discúlpeme un segundo, por favor —dijo con su acostumbrada educación, antes de levantar el auricular y ponérselo sobre la oreja—. Despacho del doctor Rasmussen. Ahora mismo me encuentro en medio de una consulta. Si es urgente le pido que sea breve, si no lo es haga el favor de llamarme más tarde.

—¡Doctor Rasmussen! —gritó nerviosa la chica que cuidaba los perros de Will. Hannibal no pudo evitar fruncir el ceño al reconocer a quién pertenecía la voz—. ¡Acabo de volver a dejar a los chicos y su esposo no está en casa! ¡He mirado en la habitación de siempre y arriba, pero no hay nadie!

El rostro de Hannibal cambió totalmente, se pudo rígido, tenso, mientras notaba como su corazón se encogía de terror. Nunca se acostumbraría a esa odiosa sensación que sólo algo relacionado con Will podía causarle. ¿Lo habían atrapado? Eso no era posible, ¿o sí lo era? Si algo le había pasado a Will poco le importaba que hubiera sido la policía, un cazar recompensas o un simple ladrón, iba a encargarse de usar a ese animal para lo único que servía, materia prima.

—Señorita Smith, ha hecho muy bien en llamarme. Enseguida estaré allí —dijo antes de colgar.

Hannibal respiró profundo mientras miraba a su paciente y le sonreía, tuvo que disculparse con él ya que debían terminar la cita quince minutos antes de lo pactado. El paciente no parecía feliz por eso, pero cuando Lecter le comentó que se trataba de un problema con su esposo embarazo cambió completamente y aceptó pactar una nueva cita para la siguiente semana. Cuando se marchó Hannibal realizo unas cuantas llamadas, por supuesto que sabía dónde se encontraba Will, el alfa tomó las llaves del auto, su abrigo y maletín y salió de su consultorio luego de cerrar la puerta. Su omega tendría que dar muchas explicaciones sobre poner en peligro su salud y la de su bebé.

ooOoo

Will bajó del autobús a dos cuadras del hospital, caminó con pasos lentos mientras se ajustaba su gorro de lana, reamente hacía mucho frío, tenía las mejillas sonrojadas y la nariz fría, pero no le importaba, había mucho tiempo que no salía y estaba seguro que no le causaría daño. Se tocó el vientre y con una sonrisa continuó su camino. Al llegar al hospital las enfermeras le sonrieron y el omega subió en el ascensor hasta el piso indicado. Recorrió el largo pasillo hasta que vio rostros conocidos, Sherlock estaba hablando con sus hijos a quienes al parecer regañaba por alguna travesura mientras ellos pertenecían con la mirada en el suelo.

—Sherlock... —llamó Will y el nombrado se volteó rápidamente.

—Will, ¿qué haces aquí? —preguntó—. Deberías estar en casa, este clima no es bueno para ti —lo regañó Sherlock. Will bufó.

—Estoy bien, me estaba volviendo loco en casa —respondió—. Además, quería saludar a Mycroft, hacerlo por teléfono me resultaba descortés. —Sonrió cuando los niños corrieron hacia él y lo abrazaron con cariño.

—Niños, pueden ir a la cafetería a tomar algo —dijo Sherlock. Sabía que ellos estarían bien por su cuenta, todos en el hospital los conocían, así que nada malo sucedería. Los pequeños brincaron felices y luego de besar en la mejilla a Will corrieron por los pasillos—. Ven, tienes suerte, acaban de traer a los niños para que Mycroft los alimente. —Will asintió y Sherlock lo guió hasta la habitación de su hermano.

Caminos cruzados (Hannigram/Johnlock/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora