Capítulo Quince: Tarde en la piscina

156 26 0
                                    



Con el paso de los días los niños se volvieron más inquietos, mantenerlos en la casa no resultaba sencillo y Sherlock se estaba volviendo loco. No dejaban de preguntar por Will y cuanto deseaban verlo y jugar con sus perros. A John también le provocó curiosidad el cambio de su omega pero no hizo preguntas, había demasiados problemas en el hospital como para entrometerse en lo que parecía una relación fallida de amistad.

—¡Mamá! ¿podemos ir a visitar a Will? —preguntó una tarde Ewan.

—¡Queremos jugar con los perros! —gritó Alec. Para ese momento los nervios del omega habían llegado a su límite. James comenzó a saltar a su alrededor cuando supo de quienes hablaban.

—¡No! Nunca van a volver a verlo —vociferó Sherlock haciendo que sus hijos guardaran silencio—. Escúchenme bien porque sólo lo diré una vez —advirtió—. No quiero que se acerquen a él y mucho menos a sus malditos perros, fueron esos animales que causaron todo esto. —Sherlock necesitaba buscar un culpable en toda esta situación, si sus hijos no se hubieran encariñado tanto con esos animales nada de habría cambiado en sus vidas.

—¡Pero habíamos invitado a Will a ir a la piscina! —vociferó Alec mientras pateaba el suelo. Era una suerte que la señora Hudson ya no viviera bajo ellos, porque se habría vuelto loca.

—¡No voy a seguir discutiendo sobre esto! —insistió Sherlock. Ewan, como el mayor, intentaba ser razonable, pero James no atendía a razones y se colgó de la pierna de su madre, agarrándose como un mono. Sherlock apenas podía caminar y aunque nunca había sido partidario de pegar a sus hijos le estaban entrando unas ganas locas de darles un azote.

—¡Quiero Will! ¡Quiero Will! —gritaba James. Isabella comenzó a llorar en los brazos de su padre, nerviosa al ver a sus hermanos en ese estado.

—¡Sherlock! —lo llamó John, que rogaba porque su marido reflexionara, aunque sólo fuera para apaciguar a las pequeñas fieras.

—¡Se acabó! —chilló Sherlock con toda la potencia de su voz. Agarró a James con brusquedad y lo separó, dejándolo en el suelo antes de salir de casa dando un portazo, tanto en la puerta del segundo piso como en la principal.

No había tomado nada, ni las llaves ni la chaqueta. John se debatió, mirando a sus hijos. Eran demasiado pequeños para dejarlos solos, pero tampoco quería que Sherlock se pusiera enfermo. Puso una mano sobre los rizos de Ewan y le acarició el pelo, regalándole una sonrisa tranquilizadora.

—¿Puedes hacerte cargo un momento? No tardaré ni un minuto. No abras a nadie ni contestes al teléfono, ¿de acuerdo?

—Claro, papá —dijo Ewan sonrojado, feliz de que le confiaran esa responsabilidad.

John no esperó más, corrió a tomar el abrigo de Sherlock y las llaves y bajó las escaleras, esperando que Sherlock no hubiera decidido esfumarse como alma que lleva el diablo a bordo de un taxi sólo Dios sabe a dónde.

Por suerte, sus plegarias fueron escuchadas, pues, aunque tuvo que apretar el paso pudo alcanzarlo dos calles más abajo. Lo agarró del brazo y le dio la chaqueta, Sherlock ni siquiera lo miraba.

—Oye, no sé lo que ocurre, pero sea lo que sea no deberías implicar a los niños en nuestros problemas. Ellos no tienen por qué pagar las consecuencias.

—Tú no lo entiendes, John... —se apresuró a decir Sherlock con prepotencia, mientras alzaba la mirada con cierto gesto snob. El alfa no soportaba cuando hacía aquello, pero como tantas otras veces se tragó su propia molestia.

—Ya sé que no lo entiendo, pero tú tampoco. Si no quieres ver a Will no lo veas, pero los niños tienen derecho a estar con él siempre que esté de acuerdo.

Caminos cruzados (Hannigram/Johnlock/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora