Capítulo trece: Un acuerdo poco ortodoxo

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Sherlock le entregó a Will una taza de té la cual él aceptó, hacia media hora le había quitado la vía intravenosa, era en esos momentos en que agradecía estar casado con un médico y haber aprendido algunas cosas importantes. El omega no dejaba de pensar en las palabras de su amigo, al final su curiosidad fue más fuerte y no pudo seguir callado.

—Will, ¿realmente crees que tu esposo sería capaz de dormirte y quitarte el útero el mismo? —preguntó. En los labios del omega se dibujó una pequeña sonrisa.

—Mads era cirujano antes de ser psiquiatra —le comentó—. A veces para no perder a quien amamos somos capaces de hacer muchas locuras. —Volteó a verlo—. Él me ama y hará todo lo que esté en sus manos para que yo siga a su lado, aun si eso significa hacerme nuevamente un daño irreparable. —Cuando dijo esas palabras se arrepintió, su malestar lo estaba haciendo cometer tonterías que ponían en peligro su seguridad en Londres.

—Will, no puedes vivir con alguien a quien tienes miedo —opinó Sherlock y eso era lo más suave que se le ocurría decir. Estaba haciendo un gran esfuerzo por medir sus palabras, estaba convencido de que Will era una buena persona y no quería que sufriera más de lo que estaba haciendo. Si Mycroft no estuviera en la situación en la que se encontraba ya le habría pedido ayuda con sus averiguaciones, aunque quizás no lo necesitara. Siempre había sido muy creativo a la hora de conseguir indicios y no le importaba hacer nada ilegal para ello.

—Todos tenemos miedo, de lo que son capaces los demás, de quiénes somos en realidad. —Sherlock fue a tocarle la frente sudada, pues parecía que temblaba por la fiebre. Will le agarró con fuerza del brazo, impidiéndoselo y mirándolo a los ojos—. Sé que Mads puede ser una persona aterradora, pero Sherlock, tú no lo conoces, si lo conocieras realmente entenderías como yo lo hago.

Tras decirlo, le soltó y volvió a recostarse, Sherlock asintió con la cabeza solo para indicarle que lo había escuchado, lo cual no quería decir que lo entendiera, pero lo entendería, se esforzaría porque fuera así.

ooOoo

Terminó de leer en voz alta el capítulo cinco de Daniel Deronda, uno de los libros favoritos de Evangeline e hizo una pausa para tocarle la frente a su hija. Mycroft comprobó que el medicamento había hecho efecto y ya apenas estaba caliente. Le sonrió y dejó el libro sobre la mesita para sentarse a su lado sobre la cama, tumbándose después, sorprendiendo a su hija, que abrió la sábana para que se acomodara

—Gracias, querida —le dijo Mycroft con suavidad y se colocó antes de acariciarle las mejillas redondeadas—. Aún recuerdo cuando sólo eras una recién nacida. Dios mío, eran los bebés más bonitos que había visto en mi vida, tú y tu hermano. Supe entonces que pasara lo que pasara los amaría toda mi vida.

Evangeline notó como sus ojos se empañaban y comenzó a llorar emocionada mientras abrazaba a su madre. Mycroft le acarició la cabeza mientras lamentaba no haber tenido esa conversación mucho antes.

—Y porque te amo siento mucho no haber ido antes a recogerte al colegio —siguió diciendo—. Si lo hubiera hecho me habría dado cuenta de que me necesitabas. ¿Qué te han hecho?

Al principio Evangeline no quería hablar, se escondió más en el pecho de su madre hasta que se sintió con fuerzas para decir aquello que no se había atrevido a confesar a nadie en voz alta.

—Stefany y su grupo dicen que soy fea y gorda.

Mycroft suspiró. Era tan duro oír que su preciosa hija estaba pasando por lo mismo que a él le hicieron cuando tenía su edad.

Caminos cruzados (Hannigram/Johnlock/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora