Capítulo 2

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Observé las caras de los que me rodeaban. Eran unas diez o doce personas, y todas estaban cayadas, como si tuvieran una lucha interna por creerme o no

—Yo voy. —Dijo uno de ellos. —No puede haber nada peor que esto. —después le dio un largo trajo a su jarra de cerveza, hasta terminarla de un solo trago. Algo me decía que pensaba gastarse una buena parte de su dinero en alcohol, como si esa fuese su despedida. Podría ir a morir o tal vez no, pero no dejaría nada atrás.

—¿Tú le crees? —Preguntó uno de ellos al viejo a mi lado, el mismo que había corrido la voz para convocarles esa misma tarde en la taberna.

—Yo sí. —Dijo la camarera que se había detenido fuera del grupo. Todos nos movimos para verla mejor. Era un ángel, pero como la mayoría, le habían cortado las alas, así no escaparía con facilidad. —Reconozco su cara, estuvo hace unos años por aquí, pero entonces tenía una cicatriz que lo marcaba. —Señaló el lado donde antes había estado aquella marca.

—De aquí a aquí. — Dibujé la línea en mi rostro con mi propio dedo.

—Ahora te recuerdo. —Dijo uno del grupo. —Pero ese tipo de cirugía no es necesaria para trabajar como soldado. —Sabía lo que pensaba. Nuestras cicatrices eran como medallas. Significaban que habíamos sobrevivido a una pelea muy dura, y eso eran méritos a nuestro favor.

—Esto fue un regalo por hacer mi trabajo.

—Creo que he visto una imagen tuya. Creo que fue en un acto con la reina blanca, tú caminabas detrás de ella pero llevabas unas de esas alas mecánicas a la espalda.

—Así es. Como parte de su escolta particular es mi deber acompañarla a casi todos sus actos públicos.

—¿Y qué haces aquí? ¿No tendrías que estar haciendo tu trabajo? —El que lo preguntó tenía desconfianza en la mirada.

—Estoy cumpliendo con una de sus órdenes. Ella ha comprendido que soy valioso, pero que no soy suficiente. Me ha pedido que forme un ejército de ángeles para ella.

—Pero dijiste que nos ofrecía un hogar a aquellos que no quisiéramos luchar. —Preguntó un ángel dubitativo. Estaba claro que esa idea le seducía más.

—No fueron estas exactamente sus palabras, pero un resumen podría acercarse a: "di a aquellos que quieran abandonar el yugo de los violetas que tienen un hogar al que ir. Su planeta origen les espera, y aunque tengan que compartirlo con el pueblo que ahora lo habita, serán bien recibidos allí. Es su casa, y pueden ir cuando quieran y crear un hogar. Y si alguno estaría dispuesto a unirse a mi ejército, también será bienvenido". —Los sé, era una interpretación libre de sus palabras, pero a un ángel había que hablarle de manera diferente para que entendiese el concepto.

—¿Alguien como yo podría ir? —preguntó la camarera que no se había movido de su sitio.

—Si eres un ángel, también es tu hogar. Si quieres venir, yo te llevaré. —Comprendí por su expresión que ya tenía a mi primer colono.

—Mi propia tierra. —susurró alguien con anhelo.

—Y si solo queremos ir a ese planeta idílico, ¿no tendremos que pagar nada? —preguntó recelosos otro.

—Bueno, no es del todo idílico, no hay rastro de civilización, es casi un territorio virgen. Pero para alguien acostumbrado a trabajar con sus propias manos el campo, dudo que suponga un gran reto. Los nativos se las han apañado bastante bien por su cuenta. Si es verdad que he de ultimar algunas mejoras para los nuevos colonos, como la implantación de un servicio médico. Pero todo eso es algo que iremos mejorando sobre la marcha. La prioridad de Nydia es acabar con esta servidumbre que condiciona nuestra existencia. Para ella, todos somos iguales, y tenemos los mismos derechos. Y si pare ello necesitamos un planeta entero para sentirnos libres, pues ahí lo tenemos.

—Todo eso suena muy bien, pero dudo que los violetas dejen que nos vayamos así sin más. —era el momento de poner las cartas sobre la mesa.

—Yo os estoy dando la oportunidad, pero será un riesgo que tendréis que asumir vosotros. Tengo una nave en la ciudad, plataforma nueve, y despegará mañana a media noche con todo aquel que quiera venir.

—¿Así, sin más?

—Traed comida y agua para dos días, del resto nos encargaremos nosotros.

—¿Mujeres y hombres? —Volvió a preguntar la camarera. De todo el grupo, parecía que era la que tenía una mente mucho más ágil que el resto, y diría que muchas ganas de largarse de allí.

—Todo ángel que quiera venir, da igual su género, su edad o el grado de sus lesiones. Lo único que está prohibido en este viaje son mascotas. —hubo una risa generalizada.

—Pues prepárate muchacho, porque vas a tener muchos colonos que transportar, aunque dudo que haya muchos soldados, la mayoría estamos cansados de pelear. —El viejo podía decir lo que quisiera, pero estaba seguro que entre los más jóvenes, todavía quedaba esa rabia de sentirse inútil para el servicio, lo que le haría alistarse a mi ejército.

—No importa. Si un grupo de 10 hemos conseguido cuidar de la reina hasta su coronación, una pequeña legión de cinco ángeles podemos marcar una gran diferencia.

—¿Y quién comandaría esa legión? He oído que un ejército de rojos se encarga ahora de proteger a la corona blanca.

—Un ejército de malditos y una legión de ángeles tullidos y viejos. Menudo ejército se está creando esa reina. —Dijo uno del grupo. Estaba claro que había bebido más de la cuenta, porque no midió sus palabras. No había nada peor que decirle a un ángel retirado del servicio que ya no servía para nada más que empujar ganado o sembrar cereales.

—El ejército rojo le ha jurado lealtad, y para ellos eso significa hasta la muerte. ¿Te gustaría enfrentarte a uno de ellos? Lobo o gato, te rasgarían el cuello de un mordisco solo por insinuar que no pueden proteger a la reina. Los comanda un renacido, y eso les da esperanza, algo que hace siglos habían perdido. Y en cuanto a nosotros, nos está dando un hogar, una vida nueva, ya sea en una tierra que hagamos nuestra o sirviendo en su nuevo ejército. Después de haber sido descartado por tus amos, ¿todavía quieres quedarte aquí? Estuve dispuesto a sacrificar mi vida por alguien para quien no soy más que un animal, después lo hice por dinero cuando fui mercenario, pero ahora, estoy dispuesto a entregar mi vida por una reina que lo está cambiando todo. Muchos no quieren que esos cambios lleguen, y harán lo que sea por evitarlo, incluso matarla, y yo seré una de esas personas que lo impedirán. Y el que esté dispuesto a acompañarme, será bien recibido.

—No sé de qué podré servir en tu ejército, pero dame un arma y haré lo que pueda. —El viejo me tendió la mano mientras se puso en pie.

—Yo me encargaré de conseguirte unas alas nuevas, tú solo dime el nombre que he de inscribir en tu uniforme.

—¿Nombre? —preguntó de nuevo la camarera.

—Cuando tomé esta nueva vida, la reina me dio un nombre. Ahora soy Kalos, guardián personal de la reina blanca. Y si encuentro ángeles dispuestos a pelear por ella, seré el capitán de su nueva legión de ángeles.

—Otra vez arcángel. —Me recordó el viejo. Él sí que conocía mi antiguo rango militar dentro del ejército violeta.

—No, capitán de la legión—pensé un segundo. Rigel tenía a su servicio legiones de rojos, pero la mía era diferente. Éramos ángeles, pero no seríamos una copia de lo que habíamos dejado atrás, necesitábamos algo nuevo, algo que nos definiera. Entonces recordé el nombre que los nativos de Adelfia me llamaron aquel día, su traducción era Fénix. Si Rigel tenía su Fénix Negro, nosotros nos merecíamos ser los otros renacidos, aquellos que volveríamos a surgir de las llamas, y esperaba con alas de luz como las mías, aunque eso todavía no se lo diría, antes tenía que comprobar si eran los soldados que encajarían en mi ejército, en mi legión—del Fénix. 

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora