Capítulo 17

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Kalos

No estaba mirando un lugar en concreto, tenía la vista perdida en un punto a mis pies, como si de repente pudiese ver más allá del suelo en el que me apoyaba. Pero lo que realmente estaba seduciendo mi mente era el repetitivo juego que tenían mis dedos. Estaba acariciando mis yemas entre ellas, como si de esta manera pudiese despertar en ellas los recuerdos que había dejado en ellas la piel de Eva. Y sí, todavía recordaban su suavidad, su calor.

—Capitán. —Levanté la cabeza para observar a la persona que se dirigía a mí.

—¿Sí?

—Tenemos un veredicto. —Seguía al joven soldado que me había ayudado, tanto en la nave de transporte, como aquí en la ciudad de los Ángeles. Todavía no había escogido un nombre para él, pero me había pedido que lo llamase Shun, en la lengua de los violetas significaba hoyuelo, ya que era precisamente esa marca distintiva la que tenía en su mejilla, y estaba seguro que no era por causa genética, sino resultado de una herida de guerra.

Seguí sus pasos de regreso a la sala en la que habíamos improvisado el tribunal de los ángeles, para encontrarme a todos sentados en sus asientos, esperando mi regreso. Rigel aguardaba en la puerta a que me uniese a él para entrar, así que atravesamos la puerta juntos.

—No han tardado mucho. —susurré en su oído.

—Están enfadados y asustados, eso les ha hecho tomar una decisión con rapidez. —podía entenderles. Enfadados porque uno de los suyos había puesto en riesgo del resto por egoísmo, y asustados porque todavía temían represalias precisamente por ello. ¿Y si no contentaban a la reina con el castigo que iban a imponer al infractor? ¿Y si no era suficiente? ¿Y si le parecían demasiado crueles como para merecer ir al nuevo planeta? ¿Y si la reina decidía abandonarles allí a su suerte? Demasiados interrogantes para alguien que no estaba acostumbrado a tomar ese tipo de decisiones.

—¿Y bien? —pregunté a los que habían sido erigidos como jueces. El que hacía de bocal, mi viejo compañero, se puso en pie.

—En primer lugar, queremos pedir perdón a la Reina Blanca por el acto lamentable de nuestro compatriota. No todos los ángeles somos unos egoístas e inconscientes, que no respetan algo tan sagrado como el Gran Kupai.

—Transmitiré a la reina vuestras disculpas. Seguro que serán bien recibidas.

—En segundo lugar, quisiéramos proponer el castigo que creemos merece el condenado.

—Os escuchamos. —dijo Rigel.

—Creemos que merece el collar de reeducación. —Escuchar aquella sugerencia casi me corta la respiración. Para un ángel aquel era el peor de los castigos, no porque fuese doloroso, pasábamos por cosas peores estando al servicio de los violetas, sino porque era una humillación, un recordatorio de que éramos siervos, esclavos de nuestra condición de engendros creados para servir. Portar ese objeto en público era un símbolo de vergüenza, y un recordatorio de que jamás podríamos escapar de lo que éramos. Al menos hasta ahora. Ponerle un collar de reeducación a un ángel liberado, era lo peor que se podía hacer, y todos ellos lo sabían. Aunque fuésemos siervos teníamos nuestro orgullo.

—¿Estáis seguros? —Un ángel no impondría esa pena a otro ángel, salvo que deseara causarle la peor de las humillaciones o en su caso castigo, por eso pregunté.

—La Reina Blanca ha liberado a los ángeles de la esclavitud, nos ha dado un futuro, un nuevo hogar, esperanza. ¿Y nosotros la pagamos profanando su árbol sagrado? No podemos ser merecedores de la ciudadanía si nos comportamos como salvajes. Los violetas, pese a su elevada educación nunca nos enseñaron lo que era el respeto, lo enmascaraban tras la obediencia. Pero la Reina Blanca nos ha dado la posibilidad de mostrarnos como seres completos, como aspirantes a pertenecer a una casa, que nuestra voz sea escuchada. Para merecer respeto primero debemos mostrarlo, y el ángel que profanó el Gran Kupai destruyó la poca confianza que merecíamos. Solo equiparando la pena al delito podremos ser dignos de ese respeto. —Las cabezas de todos los presentes se inclinaron concordando con aquellas palabras, salvo la del infractor, que permanecía cabizbajo en la silla del acusado.

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora