Khan
Iba repasando todo lo que debía informar al 'Eterno', cuando el rugido del gran dragón me hizo levantar la cabeza hacia lo alto de la colina. Él era el guardián del 'Eterno', aquel que defendería el territorio porque aquí estaba su nido. Era demasiado poderoso y salvaje como para domesticarlo, y al 'Eterno' le gustaba que fuese así, indomable. Gracoul, la bestia sin dueño. El símbolo viviente de nuestra raza. Solo tenía un defecto, y es que era hembra. Pero eso no la hacía menos peligrosa, sino más. Por eso a los verdes nos desarmaba una mujer con esa fuerza rebelde en su interior, una auténtica guerrera, otra fiera. Lo que me recordó a cierta fiera de mirada desafiante y armadura de combate. Pero no era el momento de divagar, tenía una misión, tenía que informar al eterno sobre el estado de nuestro plan.
Atravesé la entrada de la gruta, bajo la supervisión de los guardianes apostados a ambos lados. Si habría portado algún arma, el arco de seguridad habría pitado, y aunque me conociesen, me habrían atacado sin dudar. Esa era su misión, proteger al 'Eterno', la mía, como la de muchos, servirlo.
Recorrí el camino que me adentro en las entrañas de la roca, hasta llegar a la bóveda donde se encontraba el trono del 'Eterno'. Como esperaba, él se encontraba allí, esperándome, como si el tiempo no importase.
—¿Y bien? —preguntó antes de que llegase a él.
—Ya está todo en marcha, como ordenaste. —El eterno se recostó con una sonrisa en sus ajados labios.
—Bien. Entonces ahora solo tenemos que esperar. La mona caerá ella sola en mi plato, y si todo sale como hemos previsto, traerá guarnición.
—¿No es demasiado arriesgado dejar que entren aquí? Pueden...—Él se irguió, como si mi falta de fe en su poder le ofendiese.
—¿Crees que no podré con un par de gatos y esa mona?
—Su equipo de seguridad está compuesto por un gato, un ángel y una azul. —El eterno volvió a recostarse mientras volvía a sonreír.
—Una guarnición surtida. Los ángeles son esos soldados que crearon los violetas para su ejército, ¿verdad?
—Si, mi señor.
—Nunca he probado uno. —Al 'Eterno' le gustaba comparar a las personas que iban a caer a sus pies con animales, y como todos los verdes sabemos, todo animal puede comerse.
En un planeta como Krakatoa, solo el que está dispuesto a comerse al resto de especies es el que sobrevive, y salvo los dragones, mi pueblo se come todo lo que le pongan por delante. Bueno, a los dragones también, pero primero había que cazarlos. Por fortuna tenemos granjas donde criarlos, y cuando ya no sirven, nos los comemos. Usar y comer, ese es nuestro lema. Una lástima que los de derechos humanos erradicaran la costumbre de comernos a nuestros esclavos de otras razas. Era un desperdicio el incinerarlos, cuando podíamos nutrirnos de su carne. Pero tenían razón, viejos o enfermos, ya no servían para nada, ni siquiera para alimentar a nuestras mascotas.
—Podría solucionar eso con una llamada, mi señor. Tengo contactos entre los violetas. Seguro que puedo conseguir que me envíen un esclavo con plumas. —La carta de Columbia ya no me servía, pero estaba ese otro general. Seguro que podía conseguirme un ángel descartado a cambio de algo tan exquisito como un buen trozo de carne de dragón. Ese manjar solo podría conseguirlo si un verde de alto rango lo agasajaba con una cena de lujo para impresionarle. Y somos verdes, no le rendimos pleitesía a cualquiera. Muy pocos, de fuera del planeta, se habían ganado nuestro respeto.
—No será lo mismo, pero me servirá. Su sacrificio me apaciguará mientras espero la llegada del plato fuerte.
—Entonces comenzaré los trámites, mi señor.
—Retírate. —Incliné la cabeza, y obedecí.
El 'Eterno' exigía nuestra fidelidad con constantes sacrificios; un animal grande cada 100 días. Además de que había que nutrir su harén con nuevas doncellas cada año, al menos un par de ellas. Las hembras no solían sobrevivir mucho tiempo en las cuevas del 'Eterno', no vivían más allá de 5 años. Por eso se incorporaban dos o tres en cada festival de la cosecha, como ofrenda a los dioses y a su sumo sacerdote. Solo el 'Eterno' podía comunicar con ellos, transmitirnos su sabiduría. El kupai, como él nos decía, no era más que la respuesta de los dioses a nuestras plegarias. Era una herramienta con la que hacernos más fuertes, vivir más, y así poder alcanzar nuestra meta; dominar a todos los pueblos.
Pronto la reina Blanca sería convertida a nuestra fe. Y si no aceptaba nuestro credo, sucumbiría.
Ya sabes que esto no es el final. Te espero en 'Jinetes de dragón'.
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La legión del Fénix - Estrella Errante 4
Science FictionLa reina blanca necesita hacerse más más fuerte, porque el enemigo que está por aparecer no solo se oculta, sino que tiene dominado al segundo ejército más poderoso de todas las casas, y se ha estado preparando para este enfrentamiento durante mucho...