Capítulo 7

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—Veo que ya habéis pensado en casi todo lo que podrán necesitar. —Señalé con un hombro a los ángeles que caminaban delante de nosotros hacia sus nuevas dependencias.

—Queríamos estar preparados para cuando el tribunal concediese a los ángeles la distinción de ciudadanos. Por lo que he visto, has traído a muchos nuevos colonos para Adelfia. —Nydia señaló precisamente la pareja de nuevos padres. Para ella era evidente que ninguno de los dos se uniría al ejército que em pidió que reclutase para ella. Y como ellos, muchos no estaban en condiciones de unirse a la Legión del Fénix, a menos que...

—Les prometí un nuevo hogar a aquellos que quisieran abandonar el planeta, y la posibilidad de unirse a tu ejército para aquel que lo deseara.

—He hiciste bien. —me aseguró. —Tan solo nos pilló un poco desprevenidos. —Señaló la ciudad cúpula al otro lado del ventanal. —Menos mal que Eva nos advirtió de la llegada de un grupo numeroso, y nos dio tiempo a adelantar parte del trabajo. —Miré a la reina amarilla, que estaba sentada en uno de los transportes unipersonales que se deslizaba en mitad del grupo.

—¿Eva? Mantuve las comunicaciones en silencio para no alertar a nadie sobre nuestra llegada. ¿cómo sabía ella...? —Miré directamente a Nydia esperando su respuesta, pero fue Silas, que caminaba a su otro lado, el que respondió.

—Ella es una Hermana Clarividente, del monasterio de Río Seco, seguro que has oído hablar de ellas y sus dones. —Volví a mirar en dirección de la anciana.

—Pensé que las Hermanas Clarividentes no podían ostentar cargos políticos. —Mis conocimientos no eran muy amplios sobre los amarillos, pero había oído eso alguna vez.

—No es que no puedan, tan solo no es frecuente. Se suele proteger a las Hermanas con dones excepcionales, por lo que la mayoría no suelen exponerse a participar en labores fuera del monasterio y sus protectorados. Pero ella fue elegida como guardiana del Gran Kupai hace mucho tiempo. Solo una hermana en el ocaso de su vida puede ostentar ese cargo, por lo que es liberada del resto de sus obligaciones con la orden. —Explicó Silas. Le vi acariciarse el bigote mientras tenía la mirada perdida hacia delante. —Ahora entiendo como consiguió ser admitida como postulante a la corona amarilla.

—¿Qué quieres decir? —pregunté curioso.

—Bueno, el día de las coronaciones, me sorprendió verla allí. Como he explicado, una Hermana del monasterio de Río Seco, y con su avanzada edad, no suele abandonar el monasterio. Pero ella... bueno, ella es especial. —Con lo propensos que son los amarillos a explicarlo todo, me hizo sospechar que ocultaba algo cuando zanjó el tema de esa manera.

—Lo único que importa es que ella nos advirtió hace dos días de la llegada de muchos ángeles, así que nos preparamos. No nos dijo una cifra exacta, pero cada vez que le dábamos una cifra ella siempre decía "más", así que se decidió acondicionar la nueva ciudad para recibirlos. —Explicó Nydia.

—Algo que encantó a los contratistas, porque tuvieron que contratar a más personal para terminar las obras a tiempo. —Parecía que a Silas no le gustaba el haber tenido que hacer eso.

—Es solo dinero, Silas. Solo piensa en que mañana podrán acomodarse en apartamentos totalmente funcionales. Estarán un poco aislados del resto, pero les vendrá bien, así podrán ir acercándose a nosotros a medida que ellos quieran, solo tienen que cruzar el puente. —Rápidamente giré la cabeza para encontrar ese puente, y ahí estaba, una larga pasarela suspendida sobre el desfiladero, que comunicaba el Santuario con la nueva ciudad de los ángeles. Ciudad de ángeles, de alguna manera extraña ese nombre me gustaba. Los ángeles no solían residir en propiedades o viviendas en las ciudades, a menos que formasen parte del servicio. Pero esas casas eran suyas.

—Hay algo que quería comentar sobre Adelfia. —Nydia desvió la vista para prestarme toda su atención.

—Dime. —me apremió.

—Habrá que formar un cuerpo de vigilantes o guardianes. No es que espere complicaciones, pero son dos pueblos muy diferentes los que se van a juntar allí, hay que estar preparados para algunos roces. Y necesitaremos alguaciles o policía que supervise el cumplimiento de las leyes. Al menos al principio.

—Pues también tienes que agradecerle a Eva el que ya estemos trabajando en ello. —Ese comentario me sorprendió.

—¿A Eva?

—Gracias a su influencia conseguimos que nos enviaran a una Hermana Reveladora para entrevistar a los posibles candidatos para esos puestos. Ya sabes que los amarillos somos muy escrupulosos cuando otorgamos puestos de poder como esos a una persona. Ningún cargo público puede tomar posesión de su cargo hasta que una Hermana Reveladora le da su aprobación.

—Esas Reveladoras ¿Son las que te leen el pensamiento? —Había oído que había que podían sacarte todos los trapos sucios que escondías.

—Una Reveladora hará que digas aquello que no quieres decir, como el motivo oscuro por el que quieres ser un agente de la ley, u ostentar el puesto de alcalde. Si descubren que tienes intención de enriquecerte, o de someter a otros, te descartan como candidato. —Eso explicaba mucho, sobre todo cuando los malos comentarios los había escuchado de personas que estaban trabajando fuera de la ley, algo que ocurría normalmente cuando te mezclas con mercenarios.

—Tendremos que hacerle una estatua a la Hermana Eva por ser nuestra benefactora. —Otra noble a la que añadir a mi lista de personas favoritas, quién lo iba a decir.

—Ella no busca méritos, estatuas o medallas. —Eva no podía ser más diferente a un violeta, sobre todo de rango alto.

Si pensé que las vistas desde el pasillo que circunvalaba el Santuario, desde el que se veía el enorme desfiladero, eran espectaculares, caminar por el puente que comunicaba con la ciudad de los ángeles era aún más impresionantes. Salvo el suelo y las vigas estructurales, todo lo demás era transparente. Para un ángel que hacía tiempo que no surcaba el cielo, era una manera de sentirse de nuevo planeando entre las corrientes de aire. A más de uno le sorprendí con la nariz pegada a la pared lateral, admirando la impresionante caída bajo nuestros pies.

—Bienvenidos, ya está todo preparado para que os acomodéis. —Aquella era la voz de Rigel, que recibía a la comitiva al otro lado del puente. Ya me había extrañado no verle pegado a su mujer. El embarazo lo había vuelto bastante... dependiente de su cercanía, por decirlo de manera elegante.

—Id registrándoos para asignaros los apartamentos. —¿Protea? Vaya, se había reunido casi todo el grupo para acomodar a mis hermanos. Si antes me sentía agradecido por trabajar a su lado, ahora me sentía mucho más orgulloso de pertenecer a esta gran familia. No nos unían lazos de sangre, pero mataría por cualquiera de ellos, por algunos, incluso estaría dispuesto a morir.

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora