Kalos
Todavía no podía creer lo que había sucedido.
No es que desconozca el mundo femenino, pero mi experiencia con los placeres sexuales se redujo a complacer los deseos carnales de algunas damas violetas que querían probar a uno de nosotros, un ángel. Ser escogido por una amarilla era algo nuevo para mí, aunque no solo por el hecho de pertenecer a una casa diferente, sino que se trataba de una reina nada menos. Pero lo que me tenía desconcertado era el hecho de que ella era una Hermana Clarividente, se suponía que eran castas, se suponía que no hacían estas cosas.
Pero estaba claro que ellas eran iguales al resto, no podían evitar sucumbir a la fuerte llamada provocada por su reciente bendición, esa en la que todos tus apetitos despiertan a la vida exigiendo ser saciados de inmediato.
No recuerdo por qué a mi no me ocurrió algo parecido, solo el hambre de alimento me desbordó. Aunque puedo intuir que resistí gracias al fuerte entrenamiento al que fui sometido para no caer en ese tipo de tentaciones de la carne. Como soldado no podía permitirme lazos emocionales, y mucho menos físicos, con otros de mi especie, ni siquiera con un violeta.
Y esa era una de las partes que me tenía confundido, ¿cómo había llegado a ceder ante los deseos de la Reina Amarilla? No es que me arrepintiese, había sido la experiencia más intensa y abrumadoramente satisfactoria que había experimentado en mi vida. Pero eso no quería decir que fuese algo que estuviese pensando en hacer antes de este día.
Y la otra parte, la que me mantenía despierto aunque mi cuerpo pedía un merecido descanso después de aquel maratón sexual, era la que no hacía más que recordarme que había un después. ¿Y ahora qué?
También por primera vez tenía el deseo de no salir de aquella habitación sin saber si habría más días como este. Quería más. Y no solo era sexo, era por Eva. Trataba de recordarme constantemente que ella no podría pertenecerme, tenía un voto con su orden, uno que la ataba a ella durante toda su vida. ¿Esto no había sido más que un momento de debilidad? ¿Una pequeña licencia para saciar su hambre? Debió de ser algo para lo que no estaba preparada, porque con su edad y su modo de vida, la saturación de hormonas que debió padecer la desbordaron hasta cegarla.
—¿En qué piensas? —Su voz sonó a mi costado, donde su cuerpo desnudo todavía permanecía pegado al mío.
—En que esto que ha pasado puede traerte problemas. —reconocí.
—Todo depende de ti. —Esa aseveración me hizo girar la cabeza para mirarla.
—No diré nada, te lo prometo. —Mi mano aún aferraba la suya, mientras esta reposaba sobre mi pecho. Su tacto era tan cálido y agradable, que de alguna manera quería retenerlo.
—No se trata de eso. —Su mirada parecía tan triste que me encogió el estómago.
—¿De qué entonces? —pregunté preocupado. Si cualquier otra dama se hubiese buscado un problema, por haberse acostado conmigo, no me habría ni preocupado, pero ella...
—No sabes lo que has despertado. —Su mano aprovechó para acercarse a mi nuca y acariciar mi pelo. Aquel gesto tan íntimo y tierno me atrapó como al niño que nunca fui.
—No fui yo, fue tu gema. —Golpeé dos veces sobre la brillante gema amarilla de su pecho.
—No, mi joven ángel, fuiste tú. —Eva recogió sus brazos para acercarlos a su pecho. Reconocí aquel gesto, se estaba protegiendo porque se sentía vulnerable. —En mi larga vida solo un hombre hizo que mi corazón se acelerase, pero tú has has vuelto a revivir aquella locura adolescente, me has hecho desear cosas que antes ni siquiera me hubiese planteado. —sus palabras me dieron esperanza.
—¿Estás enamorada de mí? —Era una locura, pero deseaba que fuese así.
—No sé si es amor. Tan solo sé que estoy dispuesta a hacer algo que nunca pensé que haría por tenerte a mi lado. —La estreché contra mi cuerpo para transmitirle seguridad, toda aquella que yo pudiese darle.
—Si te refieres a quebrantar tu juramento de castidad, creo que ya lo has hecho.
—He hecho algo más que eso. La Orden solo permite las relaciones sexuales con el fin de obtener descendencia pura. Una clarividente debe cumplir con su Orden, entregándole descendencia bendecida con sus mismos dones, y para ello debe encamarse con candidatos con los que sea más factible conseguir el don. Los dones suelen aparecer en las líneas consanguíneas. La clarividencia solo aparece en mujeres, por ello, una Hermana debe engendrar con el familiar directo de otra clarividente; un hermano, un hijo, un tío. —Entendí lo que quería decirme.
—Y yo soy un soldado. Es más, soy un experimento científico que...—sus dedos se posaron sobre mis labios para silenciarme.
—Eres un hijo de la luz, eres tan perfecto y puro como yo. —Sus dedos descendieron hasta acariciar mi piedra índigo. Sí, ahora era un bendecido, no era un subproducto.
—Pero sigo sin ser un candidato para progenitor. —Pensar en tener hijos era algo nuevo para mí, pero en ese momento deseé poder serlo, crear una familia.
—Perteneces a otra casa y eres soldado, nunca serías aceptado como candidato. —Mi mandíbula se tensó al escuchar su confirmación. De no ser ella la Reina Amarilla, habría mandado todas esas reglas a la basura, la habría secuestrado, y la habría llevado conmigo a Adelfia. Allí podríamos vivir juntos, tener hijos si quisiéramos. Pero lo era, era la Reina Amarilla, y seguía perteneciendo a esa maldita Orden.
—Entonces, esta será la única vez. —reconocí con pena.
Alcé la vista hacia sus ojos, buscando en ellos un brillo de rebeldía, ese que nos diera la posibilidad de mandar lejos a la Orden. Estábamos en el Santuario, bajo el techo de la Reina Blanca. Si ella se alojaba aquí, yo podría permanecer a su lado. Unos días, unas semanas, no me importaba que fuese poco tiempo, ni que fuese un secreto. No me importaba que tuviésemos que escondernos, ni robar pequeños instantes a nuestras programadas vidas para volver a tener algo como esto.
—Dime que permanecerás a mi lado cuando las cosas se pongan difíciles, dime que esto no es pasajero, y haré que sea posible. —No tenía idea de qué tenía pensado hacer, pero confiaba en ella, tanto o más a como lo hacía en Nydia. Si existía una manera de poder estar juntos, lucharé a su lado hasta conseguirla.
—Te seguiré allí donde decidas llevarme. —Su dulce sonrisa selló nuestro acuerdo.
—Hazme el amor una vez más, mi ángel. Necesito toda la motivación que me puedas dar para enfrentarme al destino.
Besé sus labios acogedores y dulces, estreché su cuerpo joven y necesitado, y me deleité con el sonido de los gemidos que escapaban de su boca. Yo podía ser su ángel, pero ella era mi diosa, un pecado que un simple mortal no podía alcanzar, pero que yo había atrapado.
Para alguien que me viese en aquel momento, pensaría que era demasiado pronto para sentir algo tan intenso. ¡Diablos!, si solo nos habíamos acostado una vez y ya estaba hablando de una viva juntos. Pero es que lo que sentía en mi interior era algo difícil de explicar, pero podía definirse como una seguridad absoluta de que estaba destinado a ella, que lo nuestro era un para siempre, y que el tiempo no era una variable importante en nuestra ecuación.
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La legión del Fénix - Estrella Errante 4
Ciencia FicciónLa reina blanca necesita hacerse más más fuerte, porque el enemigo que está por aparecer no solo se oculta, sino que tiene dominado al segundo ejército más poderoso de todas las casas, y se ha estado preparando para este enfrentamiento durante mucho...