Eva
—¿Y no sospecharon que habías vomitado el elixir? Lo hiciste entre tus piernas, tuviste que manchar el sudario con el líquido. —preguntó Nydia.
—No es extraño que las personas se orinen encima cuando mueren, incluso algunos sueltan algo más que orina. —Nydia puso cara de sorpresa, seguramente no se había enfrentado a la muerta tantas veces como yo.
—¿Y después? ¿qué ocurrió? —me incitó a seguir el relato.
—Los monjes custodios me llevaron hasta las catacumbas. ¿Te he contado que algunos de ellos son empáticos?
—No, no lo dijiste.
—Ellos sabían que ocultaba algo, pero no les di tiempo para prepararse, esa fue mi ventaja. Pero no eran tontos, me llevaron a un lugar del que sospechaban que no podría salir.
—¿Dónde?
—Las catacumbas de Rio Seco son un laberinto, cientos de túneles naturales que se entrelazan dentro de la montaña. Es difícil salir de allí si no conoces el camino. Y los monjes lo conocen, de hecho, en aquel entonces eran los únicos que lo hacían. Se aseguraron de que si sobrevivía, no consiguiera salir de allí. Como integrante de la congregación de Hermanas del monasterio, tenían que haberme depositado en un nicho junto a mi tutora, pero no lo hicieron. Se adentraron cientos de metros montaña adentro, hasta alcanzar los viejos sarcófagos. Allí descansaban los primeros príncipes, aquellos que fueron gravemente heridos en la batalla de Rio Seco. Fueron ellos los que tomaron por primera vez el elixir para no sufrir una muerte lenta y agónica. El elixir te sume en el último sueño, no te das cuenta de que estás muriendo, porque adormece los sentidos y todo el cuerpo, hasta que el corazón se para.
—Así que te llevaron a un lugar que ya nadie visitaba.
—Nadie salvo los muertos y los monjes Custodios entran allí. No eran las visitas lo que temían, sino que yo consiguiera salir de allí. Así que abrieron uno de los sarcófagos de piedra, apartaron los restos del cadáver, y me colocaron allí dentro. Y fueron astutos, me pusieron de lado, para ponérmelo más difícil.
—¡Que cabrones!, ¡uf!, lo siento, se me escapó.
—Cuando desperté, enseguida me di cuenta de que algo no estaba bien, no sentí el lecho frío en la espalda, y sentía presión en mi brazo derecho. De no ser por la daga de Talion no habría conseguido rasgar las bridas que me envolvían. Pero fue difícil, lento y doloroso—abrí el cuello de mi túnica para que viera mi piedra amarilla bien encajada en mi pecho—. Cada vez que movía la daga no solo cortaba un poco de tela, sino que por el otro lado rasgaba mi propia piel.
—Así que la semilla se depositó ahí. —asentí conforme con su observación.
—Cuando conseguí liberar mis brazos, el resto de ataduras fueron más fáciles. Sospeché que me habían metido en una caja por mi disposición, y porque al estriar la mano toqué la tapa. No sabía cuanto tiempo llevaba allí dentro, pero sabía que tenía que salir rápidamente. Aparté los huesos que pude, aunque sentí crujir algunos cuando empecé maniobrar para apartar la tapa. Por aquel entonces tenía 16 años, así que lo que se dice fuerza, no tenía mucha. Recordé mis años en la granja, donde nací, y como desde pequeña tenía que colaborar en las tareas. A veces tenía que mover pesados sacos de grano, y tirando no conseguía moverlos, así que buscaba un punto de apoyo y los empujaba con los pies. Y eso fue lo que hice en el sarcófago, apoyé mi espalda en la base, y empujé con las piernas hasta que escuché como se iba moviendo poco a poco. Por suerte la tapa cayó al suelo, dejándome salir. Lo primero que hice fue respirar una buena bocanada de aire fresco, o al menos, menos enrarecido de lo que estaba dentro del sarcófago.
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La legión del Fénix - Estrella Errante 4
Ciencia FicciónLa reina blanca necesita hacerse más más fuerte, porque el enemigo que está por aparecer no solo se oculta, sino que tiene dominado al segundo ejército más poderoso de todas las casas, y se ha estado preparando para este enfrentamiento durante mucho...