Capítulo 20

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Kalos

Antes nunca me había costado prepararme para ir a una misión, casi podía decir que era de los primeros en estar esperando con mi equipaje junto a la nave de transporte. Pero este día no podía despegarme de Eva. La tenía abrazada contra mi cuerpo, mientras mi frente descansaba sobre su cabeza. No podía dejar de inhalar su olor, como si de alguna manera necesitase llenarme de él para que me mantuviese hasta nuestro próximo encuentro.

—Tienes que irte. —susurró contra mi pecho, pero ninguno de los dos soltó al otro.

—Lo sé.

—Piensa que cuando regreses, seré libre. —Sus ojos se alzaron para encontrar los míos, mostrándome ese anhelo de futuro juntos.

—Ya estoy contando los días. —confesé.

—Y tendrás que hacerme un sitio en tus dependencias. —Sonreí a sus palabras.

—No tengo miedo a que me robes todo el espacio del armario.

—Y el de la cama.

—Ese es el que estoy más impaciente de que tomes posesión. —Noté como sus hombros se movían por la risa.

—Te has convertido en un obseso.

—Es culpa tuya. —Acaricié su mejilla y levanté su rostro para ver sus ojos. —Y es solo contigo. —Ella me había cambiado de una manera que no habría creído tan solo unos días antes. ¿Cómo podía haber pasado de caerme bien y parecerme entrañablemente adorable, a convertirse en el objeto de mis insaciables deseos? No me importaba, porque había llenado una parte de mi alma que había permanecido vacía durante toda mi vida, y ni siquiera me había dado cuenta. O tal vez sí, pero no lo había entendido antes de ahora.

—Más te vale. —dijo con una sonrisa traviesa. —Y ahora vete, o Rigel vendrá a por ti y te llevará a esa nave arrastrándote de las orejas.

Besé sus labios por unos largos segundos. Un hombre podría acostumbrarse a vivir solo con esto.

Sentí su mirada sobre mí durante todo el trayecto hasta que se cerraron las puertas del ascensor. Pero sabía que ella seguiría pensando en mí mucho después de haber desaparecido de su vista, igual que su imagen estaba gravada a fuego en mi memoria.

—Ya sabía yo que acabarías cayendo por una de esas angelitas. —Kendall me sonreía desde la puerta del último transporte. —Tienes cara de enamorado. —Él no tenía ni idea.

—Es posible. —Kendal sonrió de forma maliciosa.

—Me debes 10 créditos. —Tendió la mano hacia el mercenario que asomaba su cabeza desde dentro de la nave.

—Doble o nada a que averiguo quién es antes de que lleguemos a Adelfia. —le propuso Arastu.

—Hecho. —Sellaron la apuesta con un apretón de manos, provocando que apareciese una expresión de cansado hastío en mi rostro.

—Nunca creceréis. —les acusé mientras los pasaba de largo.

Gracias a los Dioses contábamos con una nave mejor acondicionada para el viaje a Adelfia. El único inconveniente es que en vez de despegar del espacio puerto del Santuario, nuestra nave estaba estacionada en la órbita de Naroba. Los compañeros ángeles fueron trasladados en varias naves de transporte menores hasta la nave principal, y por lo que parecía, yo estaba tomando la última.

Mientras buscaba un lugar libre para sentarme, encontré a la pareja de nuevos padres ya acomodados en sus lugares. Me acerqué a ellos, porque quería saber como se encontraban, sobre todo la futura mamá.

—Tienes mejor aspecto. —le dije a ella.

—Me siento mucho mejor. —No solo fue su sonrisa lo que me confirmó sus palabras, sino el brillo en su piel, toda ella parecía resplandecer de una manera dulce, no sé cómo explicarlo mejor.

—Esta vez el viaje será más cómodo. —le prometí mientras me sentaba al lado de su compañero.

—Me daría igual si no lo es, solo quiero llegar a casa. —Acarició su abultado vientre con anhelo.

Podía entender lo que aquello significaba para ellos. Su hijo nacería libre, nacería en su nuevo hogar, y solo por eso lo habían sacrificado todo.

—¿Ya habéis pensado un nombre? —Mi pregunta les sorprendió a ambos.

—¿Un nombre?

—No esperareis que otro lo haga, ¿verdad? —Ambos se miraron, como si esa idea no se les hubiese ocurrido antes.

—No quiero ponerle un nombre de violetas. —dijo la mujer. Le entendía, odiaba todo lo que había dejado atrás, y más que nada a nuestros amos. No querría que nada le recordase a su paso por Foresta.

—¿Qué te parece Nydia si es niña? —le sugirió su compañero.

—No me atrevería, ella es... —Por su expresión parecía tener miedo de ofenderla, o quizás de imponerle un hándicap a su pequeña que no pudiese alcanzar. Quisiera o no, siempre se compararía con la Reina Blanca, y alcanzarla siempre sería imposible. Por mucho que lo intentase, nunca podría ser como Nydia, dudo que nadie pueda.

—¿Y Eva? Si yo tuviese una hija me gustaría que tuviese un corazón tan noble como el de la Reina Amarilla. —Ambos se miraron mientras lo sopesaban.

—Me gusta Eva. —dijo la mujer.

—Y si es niño se llamará Kalos. —decretó el hombre.

—Me sentiría honrado de ser su padrino.

—¿Padrino? —preguntó la mujer.

—Oh, es algo que nos contó la Reina Blanca un día. Dice que los padrinos suelen hacer un regalo a sus ahijados el día de su cumpleaños, y que los niños llevan su nombre. Al parecer es una vieja costumbre. Pero si no queréis que yo...

—Serás su padrino. —Me interrumpió la mujer.

—Está bien. Pero espero que sea comprensivo, porque con mi trabajo no podré ir a verle con regularidad, aunque intentaré estar en alguno de sus cumpleaños. Y mi sueldo no es que sea enorme, así que el regalo tampoco será muy caro. —Sobre todo porque ahora tenía que pensar en mi propia familia, tenía una compañera de la que cuidar.

—Le has dado la libertad, no hay regalo mejor.

—Vais a hacer que me sonroje. Y eso no es bueno para mi reputación de capitán.

—Le partiré una pierna al que se atreva a meterse con nuestro padrino. —dijo la mujer con energía.

El viaje esta vez fue más cómodo, aunque no pude escapar de la férrea vigilancia de Arastu y Kendall. Pues lo tenían claro, no me iba a sorprender acaramelado con ninguna pasajera, porque mi chica se había quedado en tierra.

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora