Capítulo 5

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Fui el primero en salir de la nave cuando esta tomé tierra. Como esperaba, un equipo de médicos esperaba a pie de pista, junto con transportes para aquellos que necesitasen ayuda para desplazarse, incluso alguna camilla. Los soldados de apoyo permanecían en la periferia, vigilando, con sus armas dispuestas para ser usadas, pero fuera de la vista. Listos para entrar en combate, pero sin una posición que pudiese interpretarse como hostil.

Poco a poco, todos los pasajeros fueron abandonando la nave para ir dirigiéndose hacia el edificio de llegadas. El viaje había dejado algo ateridos a algunos, pero nada que una puesta a punto en un regenerador no pudiese solucionar.

Entre los uniformes médicos, militares y de personal de la plataforma, me sorprendió encontrar una larga túnica de gastado lino condiliano. Solo había un tipo de persona que usaría algo así, y eso era una de las Hermanas de esa vieja orden de los amarillos. Estaba lejos, bajo el alfeizar de entrada del edificio, pero mi vista era lo suficientemente buena como para reconocer a la mujer que esperaba. Su pelo blanco, su rostro sereno plagado de viejas arrugas, y la mirada dulce de aquella que no alberga maldad en su interior.

Aún me sorprendía que la nueva reina amarilla fuese una hermana de la orden. No solían ocupar cargos políticos visibles, sino que preferían mantenerse a un lado, y ocupar puestos más discretos y con menos poder, como el de consejeros. El dinero no les importaba, no hacían acopio de él. En su doctrina estaba el vivir con humildad, como mostraban sus ropas. No renegaban del uso de los avances tecnológicos y científicos, pero eran de los que preferían hacer las cosas por sí mismos, como caminar largas distancias en vez de utilizar vehículos.

—Alteza. —La saludé con una correcta inclinación de cabeza cuando llegué a su altura.

—Has cambiado su futuro, joven Kalos. —miré a mi espalda, comprobando como mis hermanos eran atendidos.

—Solo son los primeros, vendrán más. —Le indiqué.

—Silas y yo comentamos la urgencia de acelerar la implantación de las embajadas de la casa blanca en Celestia. —Eva, creo que así se llamaba, me tomó del brazo, para apoyarse de regreso al interior del edificio.

Su cuerpo parecía tan frágil y gastado, que em recordaba a los viejos ángeles que se encargaban de las cocinas en los centros comunitarios. Su única labor era encender los fuegos para que las grandes hoyas estuviesen hirviendo cuando las cocineras llegasen para cumplir con su turno de trabajo. Un día pensé, que su mirada triste parecía buscar con calma la llegada de la muerte. Sus cuerpos cansados y deteriorados apenas servían para el trabajo, y se sentían una carga más que una persona útil. Pero los ángeles habíamos sido educados para luchar hasta el final, no nos rendiríamos, no esperaríamos a la muerte, ella tendría que venir a buscarnos.

—En cuanto se den cuenta de que me he llevado a tantos, seguro que ponen medidas para evitar otra fuga numerosa de mano de obra primaria. —deduje. —Una embajada sería un buen lugar para que los ángeles se acercasen a pedir ayuda para su salida del planeta.

—La urgencia será otra, joven soldado. En cuanto su condición de libertos sea decretada por el Alto Tribunal, los violetas crearán leyes nuevas con las que manteneros atados. Será cuestión de poco tiempo que la noticia de vuestra libertad llegue a todas las regiones del planeta, y muchos los que decidan acabar con su condición de esclavo. Sacarlos de allí será cada vez más complicado, pero dudo que se atrevan a crear un conflicto diplomático con la casa blanca. —Me sorprendió escuchar a una Hermana hablar de esa manera, con aquel profundo conocimiento de la política. Pero claro, ella había accedido al puesto de reina amarilla, tenía que poseer al menos un mínimo de conocimiento de la política y la burocracia.

—Entonces tendré que ponerme a trabajar en una ruta de escape para sacarlos de allí. Un carguero ya no será suficiente, necesitaré crear una flota con rutas regulares y bien protegidas.

—¿Un transporte diplomático? —dijo con una conocedora sonrisa.

—Con su correspondiente escolta. —Tendría que comentárselo a Nydia, pero seguro que aceptaría, si a cambio conseguíamos reclutas experimentados para nuestro ejército. Ella era otra gobernante a la que el dinero no le obsesionaba. Es más, lo utilizaba de una manera que beneficiase a todos aquellos que la rodeaban.

—Y supongo que el ingeniero que está trabajando con la nueva cúpula, también habrá previsto los nuevos alojamientos. —medité sobre ello. Cuando Nydia me pidió que formase un ejército de ángeles, tal vez no pensamos en que llegasen tantos integrantes.

—Tendré que hablar con la reina, puede que nuestras instalaciones se queden pequeñas pronto. —No había previsto el que muchos ángeles se unieran a mi legión, pero visto que mis primeras expectativas se habían quedado pequeñas, quizás era recomendable estar preparados.

—Oh, creo que tu reina y sus consejeros ya habían estado pensando en ello. —Nuestros pasos nos habían llevado junto a uno de los grandes ventanales, desde los que se podía divisar el largo desfiladero que separaba el Santuario del otro lado de la planicie. Eva estiró el dedo mostrándome una construcción en proceso. Era una nueva cúpula, y bajo ella, se estaban construyendo un grupo de edificios que tenían toda la pinta de estar orientados a viviendas. Una pequeña ciudad.

—Muchos cambios en tan poco tiempo. —La última vez que estuve aquí apenas me fijé en lo que había cambiado el lugar.

—Estuvisteis casi seis meses fuera. En mis tiempos se tardaban años en construir una sola casa. Hoy en día puedes construir una ciudad cúpula en cuatro meses. —Señaló con su mirada otra estructura más a la izquierda, una en la que distinguí plataformas agrícolas. La reina se había asegurado de construir un hábitat autosustentable, un complejo autosuficiente en un planeta hostil con la vida como lo era Carasa en aquel momento. Nydia estaba construyendo una ciudad completa alrededor del Santuario, una ciudad para aquellos que trabajaban para ella, y para aquellos que estaban por llegar.

—Cuando dijo que se encargaría de acomodarnos, no pensé en que haría todo esto. —Giré la cabeza hacia Eva, para encontrarla con la mirada perdida en el grupo de ángeles que se alejaba por el pasillo. —¿Ocurre algo? —pregunté.

—Nada, joven soldado. —palmeó mi mano mientras me sonreía. —Divagaciones de una vieja. Creo que me acostaré un rato, el día va a ser muy intenso. —Asentí hacia ella. Sí, aquel juicio iba a traer consigo una auténtica locura.

—¿Quiere que la acompañe a sus dependencias? —me ofrecí.

—No te preocupes por mí, joven soldado. Seguro que cualquier otro puede acompañarme. Tú encárgate de acomodar a los tuyos. Seguro que les gustará seguir los acontecimientos del juicio. —Hice una seña a uno de los soldados que custodiaba el pasillo, el cual se acercó rápido hasta nosotros.

—Acompaña a la reina amarilla a sus dependencias. —ordené. El soldado asintió obediente, para después ofrecer su brazo a la anciana.

—Qué musculosos estáis todos. Si me pillaríais con unos cuantos siglos menos...—terminó la frase con un suspiro, mientras me ofreció una sonrisa triste. No entendí demasiado bien ese comentario. ¿No se suponía que las Hermanas de su orden eran célibes? ¿Estaba bromeando? Esta mujer me desconcertaba.

No quise darle más vueltas a sus palabras, así que me puse en marcha como buen hombre de acción. Supervisé la atención de todos mis hermanos, y cuando todos estuvieron atendidos y alimentados, seguí su consejo. Seguir el juicio al final sí que fue algo bueno, sobre todo cuando escuché como gritaban con júbilo cuando el Alto Tribunal decretó que los ángeles eran recalificados de su condición de subespecie. La reina Nydia había conseguido liberarnos de nuestra condición de esclavos.

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora