Eva
Pocas vences me sentí tan nerviosa como en ese viaje. No podía dejar de retorcerme las manos, tratando de contener las ganas de correr. Pero no iba a huir, no podía hacerlo. Sabía perfectamente lo que mi decisión traería consigo, pero no me importaba acabar exiliada en un planeta primitivo si Kalos era el hombre que venía a visitarme. Ahora teníamos tiempo, todo lo que quisiéramos, todo lo demás era irrelevante. No me importaba vivir en una choca humilde, cultivar mis propios alimentos, y pasar la mayor parte del tiempo sola. Todo ello quedaría eclipsado por los momentos que compartiríamos. Y con un poco de suerte... Pensar en tener un hijo con Kalos era el mayor de mis sueños. Un hijo fruto del amor, un hijo de mi ángel.
—Estás muy callada. —susurró Silas a mi lado.
—Solo trataba de descansar. El viaje es muy largo. —me disculpé.
—Ya concerté una reunión con el Tribunal para el segundo día de nuestra llegada, como pediste. —me notificó.
—Gracias. Quiero terminar con todo cuanto antes. —Le había dicho que iría al monasterio principal de las Hermanas de mi Orden, al de Rio Seco. Según los preceptos de la Orden, cualquier baja de una Hermana debía ser inscrita en el registro principal. Tarea, que debía realizar antes de hablar con el Tribunal. El Cónclave eclesiástico podía vetar mi salida de la Orden, aludiendo cualquier pretexto que me mantuviese atada a ellos por más tiempo. Si llegaba a ellos ya liberada, solo podrían obligarme a obedecer si volvía a realizar el juramento, algo que no haría.
—¿De verdad no quieres que te acompañe? —volvió a preguntarme. Un último intento por su parte para no dejarme sola ante aquella tarea. Lo que no entendía, es que lo que debía hacer era algo que él no sabía, porque las antiguas tradiciones se olvidaron hacía demasiado tiempo. Pero según mis votos, estaba obligada a cumplirlas. Y él no podía acompañarme, esto debía hacerlo cumpliendo las reglas de la Orden.
—Ya he pedido la compañía de una Hermana para el viaje. Me estará esperando cuando llegue.
Cuando mis pies volvieron a pisar el suelo de mi planeta natal, me golpeó el olor a civilización y tecnología. Máquinas engrasadas para servir al hombre. Nada que ver con el lugar al que debía ir.
—¿Hermana Eva? —Otra Hermana de la Orden se acercó a mí. Era normal que me reconociese como alguien igual a ella, pues llevábamos túnicas idénticas.
—Sí.
—He venido a recogerla para acompañarla al Monasterio de Rio Seco. Le he traído una capa de viaje, en esta época las ventiscas de nieve asolan toda la comarca. —Agradecí su obsequio con gratitud.
—Le agradezco el detalle.
—Entonces nos separamos aquí. —dijo Silas a mi lado.
—Así es. Nos veremos pronto. —le prometí.
—Esperaremos. —me aseguró. —La dejo en sus manos, Hermana.
—Juliane, soy la Hermana Juliane, de Risco Ventoso. —se presentó la Hermana.
—Un placer conocerla. Cuide de ella.
—Lo haré, no tema. —dijo servicial.
Silas nos dejó, alejándose hacia el acceso a la ciudad, mientras la Hermana Juliane nos conducía a los transportes intra planetarios.
—No es habitual ir en peregrinaje al monasterio de Rio Seco en esta época del año. —comentó Juliane de pasada.
—No estoy cumpliendo un voto, hermana, sino con el protocolo de liberación de una hermana. —Juliane ladeó la cabeza apenada. Todas sabíamos lo que esas palaras significaban.
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La legión del Fénix - Estrella Errante 4
Science FictionLa reina blanca necesita hacerse más más fuerte, porque el enemigo que está por aparecer no solo se oculta, sino que tiene dominado al segundo ejército más poderoso de todas las casas, y se ha estado preparando para este enfrentamiento durante mucho...