Capítulo 23

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Eva

—El tomo nueve. —La hermana Heronim, la encargada del archivo, hizo un gesto de extrañeza al escuchar mi indicación.

—Pero ese volumen es de hace milenios. No queda nadie vivo de esos tiempos. —Me sentí tan vieja como era en ese momento. Giré el rostro hacia Romelia para que confirmase la veracidad de mis palabras.

—Es el tomo correcto. —afirmó. Heronim se encogió de hombros y procedió a mover la escalera de madera para acceder a las estanterías superiores, aquellas que contenían los libros de registro más viejos. El cuero de las cubiertas había perdido el brillante color marrón de sus inicios, aunque parecían seguir enteros pese al tiempo transcurrido. Los tratamientos de conservación habían funcionado correctamente con ellos.

Heronim ascendió a la estantería, depositó su pulgar en el sello de protección, para que la casilla correspondiente al tomo nueve se abriera. Con cuidado extrajo el grueso libro, para descender con él hasta nosotras. Lo depositó sobre la pulcra superficie de lectura, y esperó a que le diera la siguiente ubicación, aquella que toda inscrita recordaría para transmitirla a su testamentario o incluirla en sus últimas voluntades. Así sería más fácil encontrar el asiento.

—Página 24, séptima línea: Eva, nacida en el Pueblo Alto del Valle Gentil, el quinto día después del solsticio de invierno, en el año 322 después de la Emancipación. —Heromin se sorprendió por mi profundo conocimiento de la fallecida. Saber todos los datos inscritos en el libro, solo podía significar que conocía muy bien a la mujer, o al menos su vida.

—¡Ajá!, aquí está. Pero como te dije, ya se registró su fallecimiento. —En ese momento la sorprendida fui yo. No podía creerlo.

—No puede ser. —Heronim se apartó para que yo pudiese comprobarlo por mí misma. Efectivamente, estaba anotada mi fecha de defunción, pero no la que yo venía a registrar, el momento en que perdí la vida en el Santuario, junto al gran kupai blanco, sino que estaba anotado el día que tomé el elixir con el que se suponía debería morir.

Pensándolo bien, tenía sentido. Ese día mi cuerpo fue sepultado como difunta, aunque no lo estaba realmente. Desperté y pasé por el kupai para ser bendecida. Estaba claro que alguien anotó mi fallecimiento ese día, porque para todos fue así, al menos hasta que regresé unos días después.

Pero mi registro debía permanecer activo en alguna otra parte, porque permanecí en este monasterio durante muchos años, incluso fui la Madre Superiora, y eso solo es posible si estás inscrita en el registro del monasterio. Alguien debió notar que yo había sido daba de baja.

—¿Puedo revisar a ver si hay otro registro con el mismo nombre? —solicité.

—Por supuesto. —Heronim me tendió un juego de guantes para manipular el libro y no deteriorarlo.

Revisé cada página con minuciosidad, incluso solicité revisar el libro 10, pero en él tampoco figuraba mi nombre como nueva inscrita. Para la Orden, o en este caso, a efectos administrativos, yo no estaba viva, ni siquiera era una miembro.

—Esto... Esto no está bien. —dije en voz baja.

—Este registro pertenece a la primera bendecida. El que fuese dada de baja entonces se explica porque fue también la primera renacida. Ella regresó a nosotros portando la semilla en su pecho. —Los ojos de Heronim me observaban confusos. Seguramente se preguntaba por qué había venido a cerrar el registro de la primera bendecida.

—Pero regresó. Estuvo en este mismo monasterio, incluso fue la Madre Superiora durante más de 200 años. Tenía que estar inscrita en algún registro. —argumentó Romelia.

La legión del Fénix - Estrella Errante 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora