11. Gabriela

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"Tres también pueden jugar a ser cazadores"

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"Tres también pueden
jugar a ser cazadores"

GABRIELA

Me autorrecriminó el haber sido una idiota hace unas horas con Dylan. Sabía que quería él, sabía que no había cambiado y seguía odiándome y aun así bote un par de lágrimas cuando él me lo confirmó.

Llevo varias horas corriendo sin parar, porque esta vez estoy segura de que sí me va a asesinar.

Llene el bate de hojas de menta al igual que mis manos y rostro. Dylan es alérgico, por lo que al poner sus manos sobre mí, tendrá una reacción y podré actuar.

Ya no estoy corriendo porque me duele mi rodilla, pero me he adentrado tanto en el bosque, qué creo que estoy perdida. Puedo jurar qué hace una hora vi a alguien con una máscara del carnaval de Venecia y no era una máscara cualquiera.

Hace seis años, en el último carnaval de Foresthell, decidieron qué la temática sería Venecia y todos estuvieron con sus máscaras. Mi hermana hizo tres máscaras diferentes a todos las demás y pude reconocer la de ella en esa persona que vi y sé que no es Dylan.

Alguien más me está siguiendo.

Tengo que ser inteligente. No puedo luchar y ganarle a dos personas, así que necesito hacerles creer que alguien o algo ya me encontró.

Me quito los zapatos y los dejo en el suelo, luego tomo una piedra grande y con el dolor de mi alma, rasgo mi chaqueta en la parte de atrás, como si fueran garras.

Lo último es la parte más difícil. Cierro los ojos y muerdo mi chaqueta cuando me corto el brazo con la piedra. Me duele terrible y es una cortada profunda, ya que sale sangre a montones. Lleno la chaqueta de esa misma sangre y salpico un poco mis zapatos.

Sigo corriendo después de eso mientras me aprieto mi brazo. La herida me está ardiendo, pero sé que solo es mi impresión, pues no me siento mareada por la gran pérdida de sangre.

Pienso que las cosas no pueden ir peor, así que el destino me demuestra que no se nada. Cansada y fatigada por estar corriendo me detengo un momento, es apenas un segundo, pero alguien me encuentra. Detrás de un tronco sale un hombre con la máscara de mi hermana y se para frente a mí.

No lo pienso dos veces cuando levanto mi bate y lo estrelló contra su cara. Él se da un giro y un pedazo de la máscara cae al suelo revelando su rostro. Lo primero en lo que me fijo es en su cabello negro, luego en la sangre que empieza a chorrear por su frente hasta llegar a su lindo ojo azul claro.

Es él.

El demonio personal de mi hermana.

Domenico.

No me da tiempo de reaccionar cuando Domenico ya está sobre mí. Agarra mi cuello con sus dos manos y me estrella contra un árbol, luego me tira al suelo y cuando se cierne sobre mí, empieza a estrangularme.

—Tú no me das miedo, eres la reina que da órdenes, no la que asesina, Rainha monstruosa.

—Qué solo de órdenes no quiere decir que no sepa asesinar a alguien —medio balbuceo por la presión qué Domenico está ejerciendo.

Clavo mis uñas con toda la fuerza sobre sus manos. Él afloja el agarre, así que aprovecho para darle un cabezazo. Me duele como la mierda, pero cae a mi lado. Aprovecho y agarro el bate qué se me había caído.

Levanto el bate y le asestó un golpe en las piernas, luego otro en la espalda y el que lo deja quieto es que le doy en las cosillas. Domenico grita del dolor cuando creo que he roto sus huesos. Dejo caer el bate al suelo y observó la escena un poco atónita.

Seguro me debo ver mal, porque Dylan aparece y camina con cuidado hacia mí. Me voy hacia un árbol y termino cayendo al suelo. Pego mis rodillas a mi pecho y miro a Dylan a los ojos:

—Solo me defendí —mi voz suena quebrada—. Solo era defensa —repito aún más débil.

Mi cuerpo empieza a temblar mientras Dylan se acerca a mí. Sus pasos son tan cuidadosos qué podría creer que no quiere hacerme daño. Ya es muy tarde.

Mi cuerpo se siente quebrado y cuando Dylan está lo suficientemente cerca de mí, todas mis lágrimas se derraman. Una detrás de la otra. Mis lágrimas no se detienen y me convierto en un desastre de emociones.

—Defensa —repito entre sollozos y Dylan finalmente está frente a mí.

—¿Defensa? —muevo mi cabeza como asentimiento mientras sigo llorando.

Los ojos de Dylan por primera vez en mucho tiempo me observan sin odio. No hay oscuridad, no hay promesa de daño, solo son sus ojos llenos de preocupación y hace que me arrepienta de todo. Dejaría todo por esos ojos, Dios.

Dylan me limpia las lágrimas con sus pulgares y es tan cálido su tacto qué podría volver a llorar media hora más. Él aleja mi cabello de mi rostro y sigue limpiando mis lágrimas.

—¿Dónde te duele? —me mantengo en silencio, pero miro mi pecho, justo encima de mi corazón.

—No puedo reparar eso —se ríe y yo hago lo mismo.

—Si puedes —acerco mis manos a sus mejillas y con cuidado acerco mi rostro al suyo.

El efecto de la menta ha desaparecido así que no hay riesgo de que lo mate.

Él acerca su rostro al mío y al cabo de unos segundos nuestros labios se juntan y por fin, después de asesinatos, odio y seis años nos estamos besando nuevamente. Es un beso tierno, sin pasión ni la agresividad qué solíamos tener. Es un beso de reconciliación, un beso de «Te extrañé» por tanto tiempo.

—Mierda hombre —Domenico gira en su puesto y nuestro beso termina—. Eso no fue defensa, no le hice nada.

—No opinaría igual —señala las marcas en mi cuello y el brazo lleno de sangre.

—Ella ya venía así —Domenico se retuerce en dolor—. Joder ella ya te tendió una maldita trampa, casi me mata y te manipuló para que la consolaras por darme una paliza.

—Fue defensa. No se ahorcó sola —Dylan me defiende, por primera vez.

—Me dio un batazo en la cabeza antes de que pudiera hacer cualquier cosa, eso en su cuello ¡Es mi defensa! —Dylan mira entre ambos y por más que en realidad tenga arrepentimiento por lo que hice dejo caer mi teatro.

Me levanto del suelo y mi rostro antes débil por la fingida culpa se torna serio. Tomo el bate en el suelo.

—Te volvió a manipular y se lo permitiste —Domenico tiene razón.

—Siempre les ganaré —les dije a ambos—. Pueden ser mil contra mí, pero siempre ganaré.

—Nunca cambias —me dice Dylan y se ve tan quebrado qué incluso me duele.

Aunque no se dé cuenta, él también me manipula. Todo mi último sufrimiento ha sido su culpa y aun así logra qué me sienta culpable por devolverle un poco del dolor.

—Deja de jugar conmigo —le advierto dejando mis sentimientos de lado—. Yo no soy tú. Yo no perdono.

Domenico me observa con desprecio desde el suelo, aun con el claro dolor que siente por sus costillas rotas, pero me importa una mierda lo que él siente por mí. Lo único que no puedo ignorar es el rostro dolido de Dylan, es como si me estuviera viendo igual que hace seis años y nuevamente me elijo a mí, así que paso por el lado de ambos.

Yo no pierdo, no olvido y tampoco perdono.

La Noche De Los Asesinos [Serie Foresthell #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora