Preludio

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Giraba y volvía a girar como en un carrusel de rostros borrosos y dantescos, desconocidos me sujetaban y convertían la danza en condena.

La música se escuchaba cada vez más rápido y las risas de las máscaras desfiguradas que me rodeaban se elevaban hasta resultar insoportables. Grité sobrepasada. Alguien agarró mi brazo y me sacó de allí.

De pronto, estaba en unos jardines. Podía notar el viento rozar mi piel y olía las notas florales en él. Una imponente luna llena iluminaba la figura de mi salvador, al que pude reconocer por su cabello azabache y aquellos profundos ojos del color del océano, cargados en esa ocasión de dolor.

—¿Qué te ocurre, Donovan? —pregunté apesadumbrada. Parte de mí sabía que era un sueño, pero otra quería conocer la causa de su desdicha.

—Tengo miedo por primera vez. —Me miró con fijeza y sin un ápice de su afilado humor.

—¿De qué tienes miedo? —Sabía lo estúpido de dicha cuestión, ya que me dirigía a un vampiro muerto que era parte de mi imaginación nocturna.

—No es de qué, princesa, es por quién. Por ti —reconoció mientras acariciaba mi rostro con su tacto gélido, tanto que creí por un momento sentir un escalofrío.

—No temas. Mi familia y amigos me cuidan y estamos muy orgullosos de Aedan. Está haciendo las cosas muy bien, cambios para mejor —añadí, y le dediqué una sonrisa.

—Corres peligro, ahora no podemos hablar. —Posó sus labios sobre mi mejilla y el idílico paisaje a nuestro alrededor se desdibujó lentamente—. ¡Volveré! —sentenció antes de desvanecerse.

Me desperté bañada en sudor, como hacía meses que no me ocurría. No sabía si era miedo o la propia excitación del día lo que provocaba aquello, pero si algo había aprendido era a no dar nada por imposible.

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