Capítulo 5

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Entré en la cocina, esperaba encontrar a mi padre sumergido en su lectura matutina, pero en lugar de ello vi a mi abuela apilar tortitas de aspecto delicioso sobre una fuente. Mostraba un semblante notablemente más relajado que a nuestra llegada y el color había tornado a sus carnosas mejillas.

—Buenos días. Gracias por el desayuno.

Le di un beso y me serví en un plato. Ella me regaló una sonrisa que repliqué.

—A ti por recibirlo con esa alegría. Por cierto, tus padres se han marchado temprano: él tenía una cita con promotores inmobiliarios y ella ha ido al mercado. —Me entregó la bolsa de papel—. No te olvides el almuerzo.

—Gracias, abu. ¡Cómo me cuidas! ¿No debería ser al revés?

—Me encanta cocinar y a vosotros comer lo que horneo. Es terapéutico, todos salimos ganando. —Ambas reímos—. ¿Cómo se presenta el día?

—Esta tarde he quedado con unas chicas para ir de compras —comenté con entusiasmo entre bocado y bocado. Intenté ocultar la ansiedad que me embargaba. Una parte de mí quería ir y otra deseaba volver a casa a toda prisa al sonar el timbre y evitar la cita con cualquier excusa.

—Me alegro de que estés llevando tan bien lo del traslado. Ha debido de resultarte difícil dejar tanto atrás: amigos, piso, colegio, rutina. Agradezco mucho que te levantes cada día con esa sonrisa y el esfuerzo que haces en general por adaptarte.

Había un cierto temblor en su voz y sus ojos se empañaron por las lágrimas.

—Siempre dicen que cambiar de aires es bueno. Edimburgo es precioso. Mis amigos están a una llamada o un vuelo de distancia. Además, aquí empiezo a conocer gente bastante interesante y, sobre todo, estás tú. —La abracé y le di otro beso, deseaba consolarla—. Abu, te queremos mucho. Lo sabes, ¿verdad?

—Gracias, cariño. Bueno, debes irte o llegarás tarde, no creo que quieras una amonestación en tu primera semana.

Salí al trote por la puerta del edificio y llegué incluso un poco antes, con el corazón en la mano y el uniforme descolocado, por supuesto.

—Hola, te veo agotada —observó Bastian con burla—. Y eso que aún no ha empezado el día.

—Sí, pensé que no llegaba, ¿estás mejor? —Nos pusimos en marcha.

—Por supuesto, fue un corte de nada. —Elevó los hombros. Intentaba restarle importancia. De acuerdo que no había sido demasiado profundo, pero lo suficiente para que la molestia le durara unos días.

—Me alegro. Ayer estabas un poco raro, como si tuvieras una pesada carga.

—«Una pesada carga», ¿eh? Qué intensa eres a veces, Lucía. —Rio y agitó la cabeza.

—Tengo mis momentos. —Alcé los hombros—. ¡Oye, no soy la única! —repliqué y le propine una palmada amistosa en el brazo.

—Vale, en eso tienes razón. Culpable.

Ambos paramos a unos metros de la puerta de clase. Me mordí el labio antes de volver a hablar:

—Mira, ya sé que apenas me conoces, pero estoy aquí por si me necesitas. —Mis ojos se encontraron con los suyos y mi pulsó se aceleró—. Solo quiero que lo sepas.

—Estoy bien. Solo tuve un mal día. A veces pasa, ¿no es así? Y gracias, sé que puedo contar contigo. —Acarició mi barbilla y exhibió una sonrisa tan cálida como el sol de primavera—. Deberíamos entrar...

—MacAllister, siempre taaan preocupado por las normas. —Donovan aparecía en ese momento con paso tranquilo, las manos en los bolsillos y la boca torcida en una sonrisa socarrona—. Déjala respirar. —Fijó su mirada de ojos garzos en mí—. Hola, Campbell, ¿cómo te encuentras? ¿Descansaste bien después de resolver el enigma? —Me dedicó un guiño cómplice.

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