Entré en casa, mi padre estaba sentado frente a la mesa de dibujo con el diseño de la lujosa mansión de un multimillonario frente a él. Saludó y me dijo que ya tenía nueva estantería en el cuarto. Estiró el cuello a la espera de un beso en la mejilla. Un olor a especias y vegetales proveniente de la cocina me hizo salivar. Mamá había tomado la férrea decisión de mantener ocupada a Gladys, algo bastante sencillo con un fogón y un ovillo de lana cerca. Les di un beso en sendas mejillas, intercambiamos algunas palabras y subí a mi habitación a asearme. Al salir del baño escuché las notificaciones de mensajes en mi teléfono.
Donovan: ¿Me extrañaste? 😏
Donovan: No quería interrumpir tus clases, ya deberías estar en casa, aunque quizás andes por ahí con ese inepto de MacAllister.
Lucía: Hola, Donovan, para ser sincera, no te eché de menos en lo más mínimo. Vuestras batallas dialécticas me agotan 🙄.
Donovan: Nunca esperé que lo admitieras, Campbell. De todos modos, tranquila, volveré pronto.
Lucía: ¿Qué pasa, tienes cosas mejores que hacer?
Donovan: A decir verdad, sí, bastante más productivas a medio y largo plazo. Además, comienza a cansarme el temario escolar, sobre todo Historia. Es siempre tan repetitiva, por eso este año no la he elegido, me aburre soberanamente.
Lucía: Por supuesto, la historia no cambia de un día para otro.
Donovan: La mayoría de las veces, mas hay excepciones.
Lucía: ¿Por qué siempre que hablas dejas cosas entre líneas?
Donovan: La expresión correcta sería «en el tintero», aunque seguro que ya lo sabes. Debo atender otros asuntos, te veo pronto.
¿Qué sería eso tan importante que le hacía perder clases? En cualquier caso, no era de mi incumbencia y también tenía cosas mejores que hacer, por ejemplo desempacar las últimas cajas antes de acudir a mi cita con Bas, que escribió para prestarme su ayuda. Rechacé con amabilidad su ofrecimiento, prefería hacerlo en soledad, al fin y al cabo había algo de íntimo en la tarea, cada caja guardaba retazos de mi vida.
Con una lista de reproducción sonando desde el ordenador, saqué la última ropa de abrigo y coloqué el resto de libros y algunos mangas en la estantería que mis padres habían montado al lado de la puerta del baño. Hice lo mismo con los DVD y Blu Ray y guardé el material escolar acumulado año tras año en un cajón de la cómoda. No sé cómo sucedía, pero era comprarme un juego de regla con escuadra y cartabón y estos se vaporizaban, desaparecían misteriosamente, así año tras año, hasta que un buen día reaparecían todos en el mismo cajón, ¿os ha sucedido alguna vez? Decidí mantener la ropa más veraniega en su embalaje y lo coloqué dentro del armario. De pequeña visitaba a mis abuelos y solía meterme allí jugando al escondite, aunque siempre me encontraban, pero tardaban un rato para mantener mi ilusión viva. Aquel recuerdo me hizo sonreír.
Acomodé la pequeña impresora multifunción en el estante inferior del escritorio y colgué los poster enmarcados de Drácula, El cuervo y Eduardo Manostijeras.
Desdoblé mi colcha favorita a franjas rojas y negras separadas por otras más finas plateadas. La extendí sobre la cama junto a mis cojines con las caras de Jack y Sally de Pesadilla antes de navidad. Por fin ese viejo cuarto parecía mi habitación. El último paso era encender una de las velas aromáticas colocadas en cada estante de la librería. Luego me dirigí al baño y sustituí las aburridas y deterioradas cortinas de la ducha por otras negras con detalles en blanco; las había adquirido a través de internet y todavía estaban sin estrenar. Quizá más adelante le diera una mano de pintura a la puerta. En el fondo de las cajas encontré mi joyero, bueno, si le podía llamar así, no es que albergara cosas de gran valor material. Me senté con las piernas cruzadas en el suelo y rebusqué en su interior. Había de todo, desde pulseras que había hecho con gomas de colores hacía años hasta anillos bastante horteras que regalaban con revistas infantiles y que jamás volvería a ponerme. Reí al toparme con un muñeco de esos que salen en los huevos sorpresa de chocolate y me emocioné al sacar una tosca pulsera hecha con unas cuantas conchas que había ido coleccionando durante los paseos con mis abuelos a la playa de Portobello. Lo que yo os diga, joyas pocas. Solo contaba con un par de cosas que podrían considerarse buenas. Por fin di con una llave y los ojos se me humedecieron. Había sido un regalo del abuelo Jeremiah. Recordaba a la perfección el día que me la dio. Hacía dos años, durante mis últimas vacaciones estivales en Edimburgo. Fuimos a pasear y tomar un helado por el Old Town. Él me narraba historias de esa ciudad, leyendas, algunas hermosas como la del leal perro Bobby, que visitó la tumba de su amo día tras día hasta su muerte, y otras oscuras que hablaban de espectros que vagaban por los callejones de la ciudad o, como en el caso del sanguinario Mackenzie, hechizaban el cementerio de Greyfriars. Adoraba su característica voz de narrador experimentado. Aquella misma tarde, al llegar a casa me entregó la hermosa llave que colgaba de una cadena. Me aferró de los hombros y dijo que abría la puerta al pasado. A mi abuelo le encantaba hacer obsequios y confesiones de ese estilo. De hecho, era un gran cuentacuentos. Sonreí al recordar todo aquello e hice girar la pieza de metal antiguo entre mis dedos. Sonó el teléfono móvil. Era Bastian. Me recompuse, guardé todo en la cajita y respondí. Dijo que pasaría en un rato a recogerme.
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Los Iniciados
ParanormalTres jóvenes. Dos clanes enfrentados. Un destino. Lucía Campbell, una adolescente amante de la literatura de terror y del cine, lidia con lo que supone un cambio de país y de cultura, al tiempo que se enfrenta a unas visiones cada vez más reales que...