A la luz de un nuevo día vi el cuarto menos sombrío y decidí poner en perspectiva lo sucedido. «¿Acaso no vivo ahora en una casa antigua?», pensé. «Es normal que los listones de madera crujan, ¿verdad?», continué divagando mientras desayunaba. «Quizá fue mi chaqueta colgada de una caja lo que creí ver a oscuras y el cansancio adornó la situación hasta hacerme sentir en una película de terror. Sí, eso lo explica», me dije antes de beber un té de jengibre y naranja con azúcar. Sonreí envalentonada, aunque todavía recordaba la sensación que me embargó horas antes... Agité la cabeza, esperaba alejar los pensamientos negativos.
Ese lunes por la mañana me había propuesto conocer el instituto y estudiar el terreno. De camino hacia allí localicé varios lugares esenciales para mi supervivencia. El primero fue un supermercado, después hallé la Biblioteca Central y una tienda con películas y videojuegos de segunda mano, ¡el santo grial! Pensé que poco a poco me acostumbraría a vivir en la ciudad. Quizá lo que más me agradaba de Edimburgo era esa especie de filtro solar que tienen las urbes de Reino Unido la mayor parte del tiempo; aunque suene a tópico, el paisaje resulta algo gris pero hermoso y exento, la mayor parte del tiempo, de las incomodidades que supone la exposición regular a un sol furioso: esas vergonzosas ronchas de sudor bajo los brazos y en la espalda.
El instituto en el que me habían matriculado era el Scottish Royal High School, un centro de estudios privado. Mis padres lo eligieron por ser uno de los pocos en Escocia que impartía una educación clásica. El centro tenía un escudo e incluso su propio himno. Añadid a la ecuación que el alumnado debía acudir con uniforme, ¿era o no para asustarse? Sobre todo acostumbrada como estaba a ir con vaqueros, camiseta y chaqueta vaquera o sudadera.
Me quedé plantada frente al colosal edificio durante tanto rato que me arriesgué a echar raíces sobre el pavimento. Era una de esas edificaciones erigidas y ampliadas en tiempos de cambio, por lo que distintos estilos arquitectónicos convivían en una fachada que iba del gris al ocre. Me daba cierto vértigo imaginarme caminando por pasillos centenarios ataviada como quien va a Clase de Pociones. ¿Contaría también con una capa de invisibilidad como Harry Potter? Llené mis pulmones de aire y lo solté en un suspiro, todavía contaba con lo que restaba de tarde para asimilar los cambios y disfrutar de mi relativa libertad.
Di media vuelta con la intención de regresar, una figura al otro lado de la calle captó mi atención. Los demás transeúntes aprovecharon que el semáforo estaba en verde para cruzar el paso de cebra, pero ella permaneció ahí parada. Se trataba de una chica joven que me miraba sin pestañear. Su largo cabello rubio era mecido por la brisa, al igual que la tela de su vaporoso vestido blanco. Movida por una extraña necesidad de acortar distancias, di un paso al frente. El sonido de un claxon me obligó a echarme hacia atrás y un autobús cortó el aire al pasar frente a mí. Contuve el aliento y, en cuanto se alejó, respiré de forma irregular con las manos apoyadas en sendas rodillas. Había estado a punto de morir arrollada. ¡¿En qué diablos estaba pensando?! Algunas personas centraron sus miradas en mí mientras cuchicheaban entre ellas, solo una se acercó a preguntar si necesitaba ayuda. Negué con la cabeza y miré de nuevo a la acera de enfrente, pero ya no había rastro de la muchacha rubia.
Me puse en marcha en cuanto recuperé la calma. A la vuelta entré en la tienda de segunda mano que había llamado mi atención. El repiqueteo de la campana al abrir la puerta de madera y cristal hizo que me sintiera transportada a otra década. Sonreí al creerme viajera del tiempo. Curioseé entre los estantes de VHS, ¿había gente que todavía compraba ese formato? No era público objetivo, pero disfruté mirando las viejas carátulas. En cuanto llegué a los DVD y Blu-ray, parte de esa magia se desvaneció, pero no mis ganas de revisar la sección dedicada al terror.
El encargado se incorporó al otro lado del mostrador y me tomó los datos para hacer una tarjeta de cliente. Aparentaba más o menos mi edad y era un chico atento y con mucho desparpajo, además de innegablemente atractivo. Intercambiamos algunas opiniones sobre cine y al final compré dos películas de las que no había oído hablar, cosa que solía terminar bien. Si hablamos de terror y suspense, en raras ocasiones compartía la misma opinión que los críticos de páginas especializadas: los estrenos que veneraban solían aburrirme. Sin embargo, otras cintas a las que ponían una baja puntuación, o ignoraban directamente, se añadían a mí creciente colección. Qué relativo es todo, ¿verdad?
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Los Iniciados
ParanormalTres jóvenes. Dos clanes enfrentados. Un destino. Lucía Campbell, una adolescente amante de la literatura de terror y del cine, lidia con lo que supone un cambio de país y de cultura, al tiempo que se enfrenta a unas visiones cada vez más reales que...