Y llegó el lunes. El domingo lo había pasado entre apertura de cajas y videollamada con Sara, la cual no salía de su asombro a causa de la rápida integración a mi nueva vida. También aproveché para ir a correr y despejar así la cabeza, además de escribir en mi cuaderno antes de dormir.
Estado de Twitter:
«Empiezo bien la semana. ¿Quién dijo que el lunes apesta?
#IloveMondays #HappyDay».
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Mi abuela había acompañado a mis padres a casa de unos amigos. Contaba con el tiempo justo para desayunar, recoger los libros en la bolsa y bajar. El lugar que solía ocupar Bastian en el muro estaba vacío y en la calzada vi estacionado un impresionante auto deportivo de cuatro puertas en color gris «Casino Royal».
Una mano saludó desde la ventanilla de atrás. Blair me indicó que entrase. La exquisita tapicería de color beige llamó mi atención, siempre la había asociado a estrellas de cine o gánsteres con buen gusto.
Nos saludamos mientras me abrochaba el cinturón.
—¿Cuántos coches tenéis? —pregunté, al tiempo que acariciaba el respaldo delantero con suavidad.
—Unos cuantos, aunque he de admitir que este es mi favorito —contestó una voz masculina desde el asiento del conductor—. Encantado de saludarte, Lucía, soy el padre de Blair.
Bastian, que iba de copiloto, se giró para mirarme.
—Es un placer conocerle, señor Burnett —devolví el saludo algo cohibida.
—Por favor, llámame William. —Vi su sonrisa reflejada en el espejo retrovisor a la vez que pisaba el embrague y metía primera. El ruido del motor era poderoso y algunos de los transeúntes que pasaban por Victoria Street se pararon a observar la metálica criatura que parecía recién salida de fábrica.
Por lo visto, William daba la mañana libre al chófer algunos días para así disfrutar de la conducción. Blair parloteó sobre el fin de semana durante el trayecto. Para mí, seguir el hilo de su soliloquio a esas horas era prácticamente imposible, así que me puse en automático, algo tan sencillo como regalar asentimientos y murmurar afirmaciones. Llegamos al instituto en un abrir y cerrar de ojos. Me apeé y por fin pude ver mejor al señor Burnett a través de la ventanilla. Me invitó a tomar el té esa misma tarde para así poder presentarme a su esposa. El hombre aparentaba unos treinta y tantos. Tenía una figura atlética y facciones marcadas. Ojos negros, pelo azabache y una nariz semejante a la de los bustos griego. ¿Acaso esculpían a esa gente?
Se puso sus gafas estilo aviador y subió la ventanilla del automóvil, que rugió enérgicamente al revolucionarse.
A primera hora teníamos laboratorio. El temor a una nueva confrontación con Donovan no dejaba que mi mente vagase por otros derroteros. Debía evitar cualquier altercado. Llegamos a clase y nos sentamos frente a nuestra mesa.
—Hola, Lucy —el saludo provenía de la chica que me había empujado en los jardines de los Burnett—. Todavía no nos han presentado formalmente.
—Isabella, ¿verdad? —Le tendí la mano con firmeza—. Coincidimos en la fiesta de Blair, ¿recuerdas?
Una amplia sonrisa destacaba en su rostro bronceado. Finalmente me dio un apretón formal.
—Correcto, soy Isabella Corrado. Lamento si estuve algo cortante, tuve una noche complicada.
No dejó de mirarme a la espera de réplica.
—Vale.
Sacudí los hombros.
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Los Iniciados
ParanormalTres jóvenes. Dos clanes enfrentados. Un destino. Lucía Campbell, una adolescente amante de la literatura de terror y del cine, lidia con lo que supone un cambio de país y de cultura, al tiempo que se enfrenta a unas visiones cada vez más reales que...