Caminamos durante bastante rato. Nuestros temas de conversación eran los de cualquier grupo de amigos: planes para el fin de semana, cotilleos de instituto, comentarios sobre el manejo de las armas blancas...; esas cosas.
Las naves que se alzaban ante nosotros parecían carcasas sin alma, vacías. Unas pocas eran usadas para almacenaje, pero el resto permanecía a la espera de su sentencia de derrumbe, o bien habían sido rehabilitadas para acoger clubes nocturnos.
Una en particular desprendía un fuerte olor a humo de cigarro, alcohol y sangre. La enorme puerta de metal estaba cerrada y en la parte de arriba había un cartel en el que se leía:
«The Crypt of the Damned Souls».
Un portero de colosales dimensiones custodiaba el acceso apoyado en un lateral de ladrillo. Llevaba la cabeza tan rapada que relucía considerablemente bajo la luz de un gran foco colocado sobre él. Vestía pantalón y camisa negra remangada con corbata blanca. Al vernos gruñó igual que un animal furioso y mostró sus afilados colmillos.
—Ey, tranquilo, venimos a la fiesta —dijo Doménico, que se acercó con paso decidido.
—Vosotros podéis, Edhir, también los renacidos, pero ellas no son bienvenidas. —El vampiro de musculosa complexión escupió sin decoro a un lado y nos señaló a Blair, a Brannagh y a mí. Frunció las cejas y tensó los labios en un gesto de evidente desprecio.
—Esa es buena —elevé la barbilla y di un paso al frente—, ¿acaso nos conoces para juzgarnos?, ¿tenemos pinta de narcotraficantes o psicópatas? —pregunté confusa e indignada.
—Creen que pertenecéis a los Arcanos —aclaró Carlo.
—¡Lo que faltaba! ¿Con prejuicios?, mal empezamos. Si aplicamos esa regla de tres tú podrías ser repudiado por carecer de modales —elevé el tono y golpeé con mi dedo índice su pecho, que parecía cincelado en acero.
Volvió a gruñir y miró hacia abajo hasta clavar sus ojos negros en los míos. Me recordaba a un gran toro bravo. Contuve el aliento y no moví ni un músculo.
Finalmente rompió el contacto visual y relajó la postura.
—Si te callas, os dejo entrar —añadió hastiado.
«¡David de nuevo derrota a Goliat!», pensé. Pasé por su lado y le giré el rostro, creí escuchar una risa.
El ambiente era increíble. La luz negra hacía destacar los colmillos de aquellos desinhibidos vampiros que, ataviados de las más dispares maneras, danzaban como poseídos por espíritus. Algunos realizaban movimientos casi imposibles a velocidades de vértigo. Blair y Chloe comenzaron a contonearse con lentitud al ritmo del tema que arrancaba: After Dark, de Mr. Kitty. Formaba parte de mi lista de reproducción, así que me dejé llevar. Varios haces luminosos recorrían el espacio festivo. Miré a mis amigos: Doménico colocó una mano en la espalda de Chloe y le susurró algo, ella rio coqueta, Brannagh giraba con las manos hacia el techo mientras Bastian se internaba junto a Carlo entre la multitud. La parte instrumental dio paso a la letra y entre el gentío vi dos insondables ojos azules mirándome con intensidad.
I see you / Te veo
You see me / Me ves
How pleasant / Qué agradable
This feeling / este sentimiento
The moment / El momento
You hold me / tú me abrazas
Unas muchachas pasaron por delante. Contuve el aliento al sentir dos manos sujetar mis caderas desde atrás y escuchar una voz profunda terminar la frase en mi oído:
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Los Iniciados
ParanormalTres jóvenes. Dos clanes enfrentados. Un destino. Lucía Campbell, una adolescente amante de la literatura de terror y del cine, lidia con lo que supone un cambio de país y de cultura, al tiempo que se enfrenta a unas visiones cada vez más reales que...