16. Anastasia

40 2 3
                                    

[2046]

No era extraño que estuviera levantándose de la cama en medio de la noche. Incluso se podía decir que no era extraño que se estuviera levantando todavía dormido, con los labios entreabiertos y el entrecejo fruncido como si tuviera estampada en la cara interior de los párpados una imagen inquietante de la que le era preciso escapar. Durante el día y los momentos de plena conciencia, a Nicholas le era muy difícil dejar de pensar en cualquier cosa que tuviera que ver con Emily, no era poco natural que también se encontrara en su mente en los instantes en que su cerebro hacía intentos desesperados por descansar.

Dentro de su cabeza, corría detrás de Emily por el camino que conducía al pueblo. La oscuridad aún era predominante, pero un destello similar al brillo inocente de una partícula de escarcha dorada ya se podía vislumbrar en el horizonte, sugiriendo la inevitable llegada del amanecer. La brisa helada le lastimaba el rostro y el sudor frío que le bañaba todo el cuerpo sumado a los latidos dolorosos de su corazón acelerado le rasgaban la garganta, le erizaban la piel, le nublaban la visión y le producían náuseas.

—¡Emily! —gritaba.

Pero ella no paraba de correr con la cabellera ondeando al viento y las risitas agudas y juguetonas brotando de su fina garganta como una hija que juega con su padre. Iba descalza, igual que él, ¿por qué estaba descalzo? ¿Por qué había pensado que podía perseguir a la chica por el camino pedregoso sin calzado alguno?

No había tiempo. No necesario.

No, no había tiempo. Nunca había tiempo porque Emily podía estar en peligro de un segundo a otro, su protección se había vuelto una misión impredecible y angustiante. Porque Emily Rosie ya no medía el peligro. Porque el día temido había llegado, porque se le habían despertado los sentidos como a cada ser humano al cumplir cierta edad, porque su capacidad de asombro se había disparado y cualquier novedad la deslumbraba.

Como Lionel. Como esa novedad.

Nick escupió un alarido de dolor que se llevó el viento cuando su pie impactó con una roca de tamaño considerable que por poco consigue hacerle tropezar. En algún otro momento le hubiera maravillado ser testigo de la capacidad que tenía su cerebro para crear explicaciones como esa, pues en ese momento no llegaba a percatarse siquiera de que eso era lo que estaba pasando. Porque dentro de su cabeza acababa de patear una roca con el pie descalzo mientras perseguía a la niña que insistía en ponerse en peligro pese a todas sus advertencias, pero en la realidad que habitaba su cuerpo físico, solo acababa de patear uno de los muebles de la sala, a donde se había orientado arrastrando los pies y murmurando cosas ininteligibles con voz temblorosa.

Incansable, Nicholas recorría el sendero tras de Emily Rosie. Desorientado caminaba en círculos por la sala, por el pasillo, rozaba los muebles con los muslos y giraba la cabeza laxa mientras de sus labios adormilados intentaba desesperadamente brotar el nombre de su niña.

Niña. Emily es una niña. Crece, pero sigue siendo una niña.

—¡Emily! —vociferó Nick dentro de su cabeza, fatigado hasta el punto de la ceguera parcial—. ¡Emily, para!

Sin dejar de correr, Emily Rosie volvió hacia él su rostro sonrosado por primera vez en largo rato.

—¡No vale hacer trampa! —rio—. ¡Así no se juega!

—No es un juego... —jadeó Rogers—. ¡Em, no es un juego!

Emily rio con la inocencia de una criatura que no quiere perder y no aminoró el paso.

Dentro de la casa de la colina, pequeñas lágrimas de angustia se resbalaban por las mejillas de Nicholas mientras continuaba con su caminata autómata. Veía a Emily a lo lejos, persiguiendo el sol como si estuviera lista para extender sus alas de cisne y salir volando sin volver a mirar atrás, apartándose de él para siempre. Se veía más alta. Siempre había sido hermosa, pero sus facciones se habían acentuado, su estructura ósea se había marcado y el vivo brillo en sus ojos se había vuelto más sereno, más maduro. Hasta su voz era distinta. Emily ya casi era una mujer joven, la dama prisionera dentro de su cuerpo estaba a punto de ganar la partida. Una mujer no se conformaría con el aislamiento. Una mujer no viviría contenta con las migajas de vida que él podía ofrecer.

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora