18. ¿En dónde está Emily?

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Uno, dos, tres por Emily.

—Vamos a ver, ¿en dónde podrá estar Emily? —decía el doctor con voz cantarina mientras dedicaba risueños esfuerzos por encontrar a su pequeña.

Había un problema con el que Nick había tenido que lidiar en el momento en que se había mudado con Emily a su casita de la colina. Esta edificación contaba con un sótano roñoso casi en ruinas que apenas se mantenía en pie. Él mismo había bajado a investigarlo en su primera exploración el día de su llegada. No había podido pasar en su interior más de dos minutos seguidos, había sido expulsado en tiempo récord ante el llamado de auxilio de sus pulmones por dejar de respirar ese aire muerto, cargado de ácaros, polvo y antigüedad. Le había costado semanas de trabajo convertir ese búnker mortecino en un lugar habitable, pero ni aun después de esta transformación había conseguido que Emily se animara a poner un pie en su interior. De hecho, si la fémina podía pasar el día completo evadiendo ese perímetro de la casa en el que una puerta descuidada conducía a las escaleras y luego al sótano, lo consideraba un día exitoso.

Nick Rogers había hecho todo lo que se hallaba a su alcance por apaciguar el temor de la azabache, pero había sido en vano. Por un tiempo breve, Emily Rosie incluso había desarrollado una nueva visión que se arrastraba del sótano por las noches e iba en su búsqueda, pero, para tranquilidad de Rogers, este personaje sin nombre ni rostro había sido erradicado al cabo de unas cuantas semanas con la dosis precisa de medicación y terapia. Además, poco después de decidir que el hecho de que Emily pudiera entrar al sótano no era en realidad una prioridad, Nick encontró la forma precisa de mantener el miedo a raya.

De ahí este esporádico juego de las escondidas que ambos llevaban a cabo como un ritual. Según lo que él le había dicho, cualquier peligro podía dejar de ser un peligro si ella era capaz de esconderse bien.

Desde entonces, Emily adoraba jugar a las escondidas.

Era usual que Nick lograra localizarla al cabo de pocos segundos de haber comenzado a buscar, aunque fingía estar confundido y expectante, para deleite de la niña. Después de todo, no era difícil hallarla: sus dulces risitas, descuidados pasos y respiración la delataban sin remedio. A veces, con cierto remordimiento, Nick pensaba en que si hubiera un verdadero peligro la acechara, ella no tendría ni la más mínima oportunidad de esconderse.

Pero ningún peligro la acechaba, no mientras él estuviera ahí para interponer su propio cuerpo entre ella y la muerte. De eso se había encargado desde el momento de haberla conocido y de eso se encargaría mientras pudiera respirar.

Al cabo de unos minutos de deambular por la casa, Nicholas se permitió a sí mismo fruncir el entrecejo con cierto aire de desconcierto y una brisa helada salida de la nada besándole la nuca. ¿Acaso alguna ver la chica pararía de sorprenderlo? Ninguna de las señales usuales había sido detectada. Esta vez la chica tenía que haberse escondido muy bien, o de lo contrario ya habría dado con su paradero, como de costumbre.

Con una sonrisa suave de mudo orgullo, Nicholas procedió a, por primera vez en la historia de sus juegos con Emily, esforzarse para poder ganar. Concentró en ello cada uno de sus sentidos, hizo completo silencio, acalló el sonido de sus pasos para poder detectar hasta la señal más mínima de vida ajena a la suya, aguzó el oído y apretó los ojos para impedirse a sí mismo cualquier distracción.

Nada.

Ni un murmullo, ni crujido de madera, ni risitas, ni siquiera los irritantes maullidos y ronroneos de Krishna en esa parafernalia adoradora que siempre llevaba a cabo para la azabache.

El aliento de la inquietud le sopló en la cara.

—¿Emily? —volvió a preguntar.

No sabía para qué lo había hecho, era inútil, él la había entrenado bien. Le había enseñado que una de las reglas principales para jugar a las escondidas era no dejarse engañar. Si alguien la llamaba, no podía contestar o delataría su posición. Además, no sería la primera vez que él hubiera usado esa estrategia mientras pretendía que no la había encontrado ya.

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora