13. La peor enfermedad

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Si hacía un par de años alguien le hubiera preguntado a Nicholas Rogers cuál era la peor enfermedad, le hubiera sido muy difícil contestar. Ya se conocía, se hubiera sentado frente a su pulcro escritorio en el Mercy Grace y hubiera alineado algunos bolígrafos con el borde para concentrarse mejor. Acto seguido, hubiera repasado mentalmente cada enfermedad y padecimiento doloroso, fatal y trágico que conocía: desde la tuberculosis, pasando por el sida, la lepra, la peste bubónica, hasta el clásico cáncer en cualquiera de sus facetas asesinas.

Sin embargo, sentado junto a la cama de Emily Rosie en completo silencio con la rodilla temblando por el nerviosismo y la ansiedad, supo que habría estado equivocado. Supo con toda certeza que no había peor enfermedad que la que sufre un ser amado.

No importaba de qué se tratara. Podía ser un resfriado leve, nada más que congestión nasal y una procesión de estornudos incómodos, pero Nick llegó a la conclusión de que cualquier cosa que le causara a una persona amada cualquier tipo de malestar o sufrimiento, la coronaría de manera automática como la peor enfermedad antes vista.

Al llegar a casa esa mañana después de haber sido encontrada en el cementerio, Emily tenía casi cuarenta grados de fiebre, cosa que Rogers se encargó de comprobar con el termómetro que tenía guardado en su improvisado botiquín. Haber dormido al aire libre con los pies expuestos al hielo de la madrugada y sin más protección contra la brisa despiadada que un abrigo mediocre, no le había sentado nada bien.

Durante las siguientes horas, Emily se pareció a cualquier otra chica excepto a sí misma. Apenas comió lo que Nick le ofreció (aunque lo intentó, tan obediente y mansa como solo ella), se mostraba soñolienta, ida, y en el tiempo que permanecía despierta solo era capaz de entreabrir los ojos, como si tuviera una capa de cerámica en frío sobre los párpados. Su palidez era evidente, lucía triste, sudaba a más no poder. También murmuraba cosas ininteligibles que Nick hizo un intento infructífero por descifrar.

Al dar las seis de la tarde sin ninguna mejoría, la angustia asfixiante empezó a adentrarse hasta en los huesos del doctor Rogers. La cadena de sus ideas empezó a extenderse a una velocidad que le producía leves migrañas: él podía hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudar a Emily a sanar, pero si ella empeoraba, quizás tendría que considerar la más drástica de las opciones.

Si Emily no mejoraba pronto, iba a tener que llevarla a un hospital.

Sí, eso iba a implicar el reconocimiento inmediato de ambos y la aparición de las autoridades que los separarían antes de que hubieran podido parpadear dos veces. Emily iría a parar a alguna institución en la que no la cuidarían con el amor y devoción conque él lo hacía. En cuanto a él mismo, era seguro que iría a parar a la cárcel por secuestro y fuga. No habría abogado o profesional que le evitara la sentencia y esta vez no habría súplica que le diera una oportunidad más.

Nada parecía, sin embargo, más importante que salvar la vida de la niña. ¿Qué importaba conservar su libertad si algo llegara a pasarle a Emily? Todo aquello que habían hecho, todo por lo que habían trabajado, habría sido en vano.

Sintiendo que el corazón le estaba latiendo en las sienes y no en el pecho, Rogers lo decidió antes de permitirse seguir haciendo consideraciones. Si su esfuerzo por restablecer a la chica no rendía frutos en unas cuantas horas más, él mismo caminaría hacia su destino con la misma determinación con la que había empezado a forjarlo.

Pasó una noche. Una noche de sueño inquieto para Emily Rosie y en vigilia tortuosa para Nick Rogers.

Llegó la mañana como de puntillas para no inquietar a ninguno de los dos. Ya que Emily había pasado toda la madrugada ganando y perdiendo grados de temperatura, el doctor Rogers había decidido no apartarse de su lado. Poniéndole paños húmedos en un intento incansable de mitigar la fiebre, sentado en una silla de madera junto a la cabecera, Nick abrió su libreta sobre su regazo y usó el bolígrafo de su bolsillo para ponerse a anotar.

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora