Emily Rosie © [RESIDENTES #1]

8. Lugar feliz

[2046]

Mirando el techo de su mugrosa habitación y percibiendo el asomo de claridad que el día apenas estaba teniendo, Nicholas Rogers se preguntaba si acaso alguna vez sería capaz de hallar el método adecuado para superar sus problemas de insomnio. Lo había probado todo: hierbas medicinales, agotamiento físico y mental, rutinas estrictas, disminución de su consumo de cafeína. Nada había dado resultado, sin embargo. Cada día sin falta se acostaba a las nueve de la noche y se quedaba dormido a medianoche, despertando de la misma forma a las cuatro treinta de la mañana, incapaz de volver a conciliar el sueño.

Podía generar muchas teorías acerca de los motivos de sus noches en vela, pero ellas no iban a solucionar ninguno de sus males, así que no valía la pena perder el tiempo en conjeturas. Además, era un hecho que la mayor parte de estas teorías iban a estar relacionadas con Emily.

No importaba si era el hecho de tener que negociar por lo bajo cada mes con un proveedor fantasma para poder alimentarla (y a sí mismo), el hecho de tener que importar los medicamentos para el tratamiento de la niña y borrar sus huellas en el proceso, o la constante persecución, algo tan simple y básico como aquello. O, solo por mencionar la más reciente de sus preocupaciones, el hecho de tener que, al menos dos veces por semana, tomar el auto apenas funcional que había rescatado en un depósito meses atrás y conducir hacia el pueblo para ir por Emily a la parte trasera del cementerio.

Era como si el universo estuviera jugando en su contra, ya que, desde que Emily había descubierto por pura casualidad aquella sección solitaria y descuidada del cementerio Starrison Ville, había sido atraída hacia ella de manera irremediable, hecho que a su vez arrastraba a Nick periódicamente hacia allí, y hacía que las posibilidades de que fueran descubiertos por alguien que pudiera reconocerlos se triplicaran de golpe. Ese punto del pueblo se había vuelto una pesadilla, un martirio constante y un infierno al que no podía evitar volver una y otra vez.

Emily Rosie, por supuesto, no pensaba de la misma manera. Para ella, que se había encontrado deambulando sin rumbo fijo un buen día en que Nick había caído rendido en un sueño pesado producto de la falta de sueño, y había tropezado sin querer con ese pequeño paraíso, se trataba de un lugar asombroso, repleto de cosas hermosas e interesantes en las que podía entretenerse durante horas sin que nada ni nadie pudiera amenazarla o interrumpirla. Era un sitio calmo, sereno y silencioso, cosa que también complacía mucho a su amigo. Su amigo siempre se ponía de muy buen humor estando ahí.

Emily había aprendido en los últimos meses que los momentos en que su amigo se encontraba de buen humor eran valiosos, ya que eran los únicos en los que podía obtener un poco de paz. Había sido así desde el momento en que había sido internada en el Mercy Grace para comenzar con su tratamiento, ella lo sabía. Él había pasado de ser un amigo curioso y bueno, aunque volátil, a ser una voz malhumorada y cínica en su cabeza que pocas veces se quedaba en silencio. Era natural que estuviera resentido por el hecho de que Nick estuviera tratando de deshacerse de él (y lo lograra por momentos: Emily había pasado días enteros sin tener noticia alguna del inquilino en su oreja). Era normal que también tuviera miedo de desvanecerse tal y como lo habían hecho tantos otros espejismos y visiones que Emily había tenido. Pero para la azabache no había dejado de ser un compañero leal que se preocupaba por ella y por su bienestar tanto como lo hacía Nick, así que lo menos que podía hacer a cambio era llevarlo al único lugar en el que parecía sentirse a salvo.

Esa era una de las razones más poderosas por las que Emily solía escabullirse de casa. No se trataba en absoluto del hecho de que quisiera huir o que estuviera ansiosa por alejarse de Nicholas, como él empezaba a temer. Por el contrario, Emily se sentía tan unida a él que no hubiera cambiado su pequeña familia por cualquier otra cosa. Iba al cementerio porque le gustaba, porque se sentía contenta estando ahí, porque era lo único que apaciguaba a su amigo y porque ahí siempre se encontraba con Lionel.