17. Ojos amarillos

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[2046]

Al captar en su campo de visión a una mancha blanca entrando con sigilo al pequeño estudio como Pedro en su casa, Nick pegó un salto que lo eyectó de su silla y se llevó la mano al pecho por el sobresalto. Sin quitarle la vista de encima y con todos los sentidos alerta, tanteó a manotazos en su escritorio y al encontrar los anteojos se los llevó a la cara con mayor brusquedad de la que había pretendido, debatiéndose como primer reflejo entre darle un golpe a esa cosa o sencillamente aplastarla.

Tuvo que enfocar bien la vista para darse cuenta de que se trataba de un gato. Pero no se culpaba a sí mismo por la confusión, porque no lo parecía.

Solo era una gran bola de puro pelo blanco, sucio y espeso. Apenas se le veían las pequeñas rechonchas orejas y la diminuta nariz rosada que por el polvo parecía la de un juguete muy viejo en mal estado. Ni qué decir de esa cola que parecía plumero de mansión abandonada, que se movía de un lado a otro al compás del bamboleo de los pasos desganados y haraganes del descarado minino, su sola presencia era una impertinencia que irritaba los nervios de por sí sensibles del pobre doctor Rogers.

Indignado, Nick estaba disponiéndose a mandarlo a mejor vida de una sola patada cuando un torbellino azabache irrumpió en el cuartito con la melena alborotada, abriendo la puerta de par en par.

—¡Krishna! —exclamó.

El mayor desvió la mirada del animal a la chica.

—¿Em? —preguntó con extrañeza.

—Nick, él es Krishna —sonrió Emily señalando con el dedo al gato que ya fisgoneaba por cada rincón disponible en la habitación.

—¿Qué?

—Me lo regaló Lionel, ¿verdad que es bonito?

Ante la sola mención del nombre, una corriente de lava ardiendo le recorrió a Rogers desde los dedos de los pies hasta la coronilla. No podía evitarlo, desde que lo había conocido en persona era como si su cuerpo entero protestara ante su existencia.

Y después estaba el gato, claro. Esa cosa peluda con la cara aplastada y las patitas llenas de barro no era bonita. Bonita era Emily, no ese engendro deforme.

—Sí —contestó, a pesar de sí mismo.

—¿Puede quedarse? Vamos, Nick, di que sí...

—¿Quedarse aquí?

—Claro, conmigo, duh —rio la joven.

¿De dónde ha sacado esa expresión?

—Me parece que es algo que debimos haber discutido antes de que el gato estuviera aquí...

—Sí, lo sé, pero no quería dejarlo solo y pensé que cuando vieras lo lindo que es...

Mala estrategia.

—No sabemos ni de dónde vino, ¿o sí?

—Dice Lionel que iba al jardín del Mercy Grace por las tardes y siempre se sentaba bajo su ventana. Pensó que podía querer un hogar y alguien que lo cuidara de verdad. Y pensó que yo podía ser ese alguien para que nos hiciéramos compañía el uno al otro y ya no estuviéramos solos.

La molestia en el pecho de Nick ascendió a enojo genuino con suma rapidez. ¿Acaso Lionel se había atrevido a insinuar que Emily necesitaba compañía? ¿Que Emily estaba sola, como si él mismo no existiera?

—Por favor, di que sí... —insistió Em con cara de cachorrito, una de sus mayores habilidades.

Nick vaciló con el ceño fruncido. La situación le había tomado por sorpresa y todavía tenía mil reservas que exigían ser resueltas.

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora