Emily Rosie © [RESIDENTES #1]

4. La paternidad

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—Muy bien, señor Deluca. Tuve una conversación con Emily y tengo algunas teorías sobre lo que puede estar pasando por su mente. Sin embargo, me gustaría hacerle unas preguntas para cerciorarme.

—Claro. Adelante, doctor —dijo Fred Deluca educadamente.

Estaba sentado en el sofá más grande, mientras que la joven rubia que lo acompañaba estaba ocupando el lugar que antes había sido de la pequeña Emily, haciendo leves contoneos a cada respiración y arreglando su suave y lisa cortina de cabello brillante cual si la hubieran contratado para un comercial de shampoo.

Nick Rogers, por su parte, estaba frente a ellos ubicado en la silla giratoria que había tomado de su escritorio. La pequeña Emily Rosie, ajena a la conversación que estaba a punto de tener lugar, estaba en el pasillo, sentada en una de las sillas de espera con los pies colgando y balanceándose, solo aguardando a que su padre regresara con ella. Alguna enfermera había pasado a entregarle una golosina para mantenerla entretenida, pero de no haber sido el caso, no hubiera habido mayor diferencia. Emily era una niña obediente y casi siempre se le hacía sencillo seguir las reglas.

—Muy bien —repitió el doctor, anotando en la libreta que acababa de abrir que tenía que deshacerse de esa muletilla—. ¿Cómo es Emily en la privacidad de su hogar?

—Es una niña rara —masculló Jessica distraídamente, enrollando en su dedo un mechón de cabello.

Ambos varones voltearon a verla por un instante, pero luego retomaron la conversación dejando de lado el comentario.

A Rogers no le pasó desapercibida la punzada de disgusto en el estómago que el pequeño episodio le había producido.

—Bueno, Emily es una niña muy especial —describió Frederick—. Es muy inteligente, muy educada, muy dulce...

—Como todos los psicópatas —murmuró la rubia.

Fred y Nick volvieron a mirarla, pero ella no se dio por enterada, conservando la vista perdida en cualquier otro lugar.

Nick apretó los labios de manera casi imperceptible ante el desagradable apelativo. Le dedicó una mirada discreta de pies a cabeza a la chica sentada junto al padre de su nueva paciente, sorprendido por su poca empatía. Si bien, de acuerdo a su profesión, había desarrollado un instinto reprobatorio hacia cualquiera que demostrara alguna falta de respeto hacia las personas con padecimientos tan complejos y delicados como los que él atendía, aquello que había comenzado a arder en su pecho se sentía distinto. Emily era distinta. Era diferente a cualquier criatura que antes hubiera conocido, aunque no sabía explicar el motivo. Había encontrado algo especial en sus ojos que estaba seguro de reconocer en sí mismo, por lo que la ofensa se sentía más personal de lo que nunca se había sentido.

Se sentía frente a una niña malcriada, una chiquilluela mimada, una adolescente rebelde e imposible que solo quería llamar la atención. Incluso en la mirada del señor Deluca se traslucía la leve vergüenza que el exabrupto le había causado.

Sin intención de ser grosero, Nick tuvo que hacer sus anotaciones en su mente en vez de en su libreta.

Narcisista, distraída, sus comentarios despectivos dejan entrever (más bien asegurar) que la niña no es de su agrado ni en lo más mínimo.

—Jess, bombón, ¿quieres esperar afuera mientras yo hablo con el doctor? —dijo Fred a Jessica.

Ella pareció descolocada por un segundo, pero luego le dedicó a su afable prometido una sonrisa coqueta.

—Claro, tesoro. —Depositó en los labios de Fred un beso tierno y meloso—. De todas formas quedé de llamar a Mel para preguntarle si al final terminó con su novio. Estaré afuera, besos.