19. Traición

12 2 0
                                    

[2046]

Un puñal en la espalda. En el músculo, la parte más tierna y vulnerable, que pudiera ser penetrada con facilidad, de un solo tajo, sin la necesidad de más movimiento que el primero, el único, el de gracia.

O el olvido, el asesino subestimado. Muerte y olvido absoluto, desaparición, evaporación del recuerdo, de cualquier seña, rastro de presencia.

Esos sabores combinados en su lengua sentía Nicholas Rogers debido a la traición. A pesar de que se había hecho de noche, o de madrugada (o podía ser plena tarde, había cerrado los ojos con fuerza y no había forma de saberlo), sentía mucho calor. Sentía rabia, ira, terror, decepción, impotencia y no se podía mover, no, porque si se movía, lo encontrarían. Si se movía, todo estaría perdido para siempre.

No entendía cómo Emily podía haberse ido después de todo lo que habían pasado ambos para ser libres. Ni siquiera "gracias". Ni siquiera "adiós". Y las malditas sirenas parecían haberse mudado al interior de su cabeza porque le sonaban ya tan estridentes y repetitivas que le habían generado una severa migraña. Las sienes le latían y una prensa parecía estar amenazando con pulverizarle los ojos.

Él había tenido razón al mirar con desconfianza y alerta al extraño que se había metido a su casa buscando a Emily hacía un tiempo. Él había sido una amenaza desde el inicio y si él, Nick, hubiera actuado con más firmeza y decisión, tal vez Emily no se habría dejado manipular (porque eso había hecho él: manipularla) y en ese momento estaría ahí, a su lado, bajo su cuidado y protección.

Él se había equivocado. Había cometido errores y los estaba pagando, lo tenía merecido.

No, él había hecho lo que había podido. No había forma de que un hombre soportara todo lo que él había soportado sin perder la razón, él se estaba aferrando a la vida con toda su fuerza de voluntad. Él lo había hecho bien. Él se merecía respeto, se merecía gratitud, incluso el afecto por el que había trabajado desde el primer día.

Sirenas. Noche. Frío, calor, frío, calor.

Necesitaba a Emily.

Tenía que salir a recuperarla, pero no podía moverse, pero la quería consigo, pero no quería ser atrapado, pero necesitaba escucharla entrar por la puerta y decirle que todo estaba bien.

¿Y si ella no se hubiera ido? ¿Qué pasaba si no la hubiera buscado bien? ¿No cabía la posibilidad de que la misma falta de lucidez que le había hecho saltarse las comidas le hubiera cegado? ¿Qué tal si ella había estado ahí todo el tiempo, dentro de la casa, y él la había pasado de largo sin notarla? ¿Y si había bajado al sótano?

Las sirenas se escuchaban cada vez más intensamente dentro de su cráneo. Fue el dolor de todos los músculos y la punzada en los huesos lo que le llevó a darse cuenta después de no sabía cuánto que llevaba varias horas entumecido en la misma posición y si no se movía, era posible que no fuera capaz de volver a hacerlo jamás.

Ordenando a sus muslos que se relajaran, Nicholas se desplomó hacia adelante y fue recibido por el suelo polvoriento que no fue gentil con su cuerpo de por sí adolorido. Tuvo la intención de levantarse para volver a revisar la casa en busca de Emily, pero la fatiga para ese momento era extrema, el resentimiento de sus músculos era inaudito, y tuvo que ceder: era necesario que reposara. Por lo menos unos minutos. Por lo menos uno.

No sabía a qué hora había sido con exactitud, pero las sirenas se habían ido. De alguna forma se habían desviado en su camino y parecía que él podría sobrevivir para ver la luz de otro día. Lo único que tenía que hacer era descansar unos segundos más, sólo unos más y podría ponerse de pie para seguir buscando a la niña. Quizás, ya que las patrullas se habían ido, podría tomar el auto y descansar el cuerpo mientras hacía uno de sus ya tan familiares viajes de exploración.

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora