22. La visita de la muerte

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—Creo que nunca me dijiste en dónde vivías —comentó la azabache mientras caminaba sobre una línea hecha de piedras con los brazos en cruz, para mantener el equilibrio.

—¿De qué hablas? —preguntó Lionel, confundido—. Sí te dije que vivo en el Mercy Grace.

—No —rio ella, bajando de la línea de un salto, haciendo que su cortina de pelo negro rebotara un segundo después que ella—. No dónde vives; dónde vivías.

—Oh —asintió el muchacho, haciendo garabatos en la tierra en la que se encontraba sentado con las piernas cruzadas—. No, no te dije.

—¿Y bien?

—Como a una hora de aquí.

—Yo no vivía cerca. Pero ahora se siente como si siempre hubiera estado aquí.

Lionel se volvió a ver a la preciosa adolescente, que ahora jugueteaba con algún trozo curioso de basura que se debía haber encontrado en el suelo. No cabía en su pecho o en su concepción de las cosas lo mucho que sentía adorarla.

—Ojalá hubieras vivido cerca de mí —murmuró Lionel con la esperanza de no ser escuchado.

—¿Algo como ser tu vecina? —dijo ella.

—Sí.

—¿Por qué?

—Todo mi vecindario era un hervidero de gente hipócrita y horrible. Los adultos eran malos. Los niños eran crueles. Y no todos los perros eran como Buster, pero aun así... no había ni una sola cosa buena ahí. Creo que si tú hubieras vivido ahí, cerca, si hubiera podido verte todos los días... quizás no hubiera acabado en el Mercy Grace, para empezar.

—El Mercy Grace tampoco es malo. Había buenas personas ahí, ¿verdad?

—Claro que sí. Pero no te llevan ahí a menos que algo esté mal contigo.

Emily se acercó a Lionel y colocó una mano en su mejilla. Estaba fría.

—Yo no creo que algo esté mal contigo. Sólo eres diferente —dijo con serenidad.

—¿No crees que son más o menos la misma cosa?

—No. Nick siempre lo dice, ¿te acuerdas? Ser diferente no tiene que ser algo malo.

La sola mención de ese nombre hizo que el estómago de Lionel se retorciera de ansiedad. Sus puños se apretaron con tanta fuerza que casi se clavó las uñas en las palmas.

—No te enojes con él —susurró la muchacha.

—No me pidas eso.

—Él no es malo. Él me cuidó por mucho, mucho tiempo.

—No importa. No tenía derecho.

—Claro que no. Pero si no hubiera pasado, yo no habría podido estar ahora aquí contigo, ¿cierto?

Lionel suspiró antes de asentir con la cabeza.

—Eso es lo único que importa ahora. Que ya no nos tenemos que separar —sonrió la azabache. Le brillaban los ojos a la luz de la luna—. Ahora sí puedo ir contigo. Ahora no debemos tener miedo.

Quizás unos meses atrás Lionel Winston no hubiera necesitado escuchar más para creer en cualquier palabra que saliera de la boca de Emily, pero él sabía que era diferente ahora. De hecho, sabía tan bien como su propio nombre que las cosas jamás volverían a ser lo que alguna vez habían sido y ese pensamiento le llenaba el pecho de rencor y una amargura voraz.

—Estás molesto —dijo Emily con cierto desaliento en la voz.

—Sí, pero no contigo —confesó Lionel.

—Yo sé. Yo sé.

Un desganado ronroneo provocó a ambos volver la vista hacia el punto en el que un gato gordo con sucio pelaje blanco se desperezaba después de haber sido despertado por la conversación. Krishna se estiró cuan largo era para después caminar con su característico bamboleo hasta terminar a los pies de Lionel. Se restregó contra sus tobillos con tanta fuerza que casi le hizo tropezar.

—Es bueno que esté de vuelta —murmuró Lionel, levantando un pie para poder acariciar al animal—. Pensé que se había perdido.

—No, Krishna es inteligente. Él sabía dónde estábamos.

—Sí, pero seguía yendo a buscarte... allá, a la colina. —Lionel bajó la vista y fingió distraerse con el felino—. Como si todavía estuvieras ahí.

—Es porque es muy inteligente y no se le olvida nada —sonrió ella.

—Supongo que no.

—No estés triste. —La chica sostuvo con ambas manos la cabeza de su amigo. Se sentían más heladas que hacía un rato—. Todo va a estar bien.

—Él sigue yendo a buscarte porque no sabe lo que pasó. Cree que sólo te fuiste —masculló Lionel, tensando la mandíbula para contener el llanto—. Ellos entienden la muerte. Si te hubiera visto, se hubiera dado cuenta. ¿Ahora cómo se supone que le voy a hacer entender que no vas a volver a buscarlo?

—Tú vas a cuidar bien de él, Lionel Winston. Krishna está seguro contigo.

Y armándose de valor, con dos lágrimas solitarias resbalando por su rostro, Lionel levantó la vista.

El rostro, aunque sonriente y dulce de Emily Rosie, se veía cansino. La blancura de sus facciones se había tornado de un leve violeta, aunque él todavía no comprendía bien por qué. Por lo demás, tenía los mismos bellos ojos azules brillantes mientras le observaba y la misma radiante sonrisa. Un nudo le apretaba la garganta, pero ese dolor era casi misericordioso en comparación con el resto de sus sentimientos.

—No es justo, Emily Rosie —se lamentó el muchacho.

—No llores, Lionel Winston —susurró ella—. Todavía no me voy.

Acto seguido, Emily depositó en su mejilla un beso tan gélido que casi le quemó. Al abrir los ojos una vez más, ella ya no estaba.

Lionel se sentó sobre la tierra y Krishna no tardó en acurrucarse en su regazo, dejando pequeñas matas de pelo impregnadas en su ropa.

—Creí que hacía lo correcto —sollozó, hundiendo las manos en el pelaje del gato para mantenerlas tibias ante el frío de la madrugada—. Estaba furioso. Todavía la extraño. Pero sé que si ella hubiera estado aquí, no lo hubiera querido. ¿Tú lo entiendes, verdad?

Como única respuesta recibió el mismo ronco ronroneo que Krishna venía emitiendo desde varios minutos atrás.

—Ya fue suficiente. No voy a volver. —Estrechó al animal entre sus brazos y se consoló con la vibración de sus entrañas—. Yo te voy a cuidar, Krishna. A Marshall y a Penny no les importará. Y Amelie tenía un gato antes, a ella le gustan los gatos. Y hay niños también. Creo... creo que te gustarían los niños.

Sin decir una sola palabra más, volvió a depositar a Krishna en el suelo. Limpió el polvo que ya comenzaba a cubrir la rústica crucecita dedicada al nombre de Emily y se tanteó los bolsillos para asegurarse de tener sus escasas pertenencias en su lugar. En efecto, la pequeña vieja grabadora seguía ahí, así como el collar que la doctora Holt le había conseguido para Krishna y no había tenido oportunidad de ponerle todavía. Quería darle un baño primero, pero había estado tan abstraído durante los últimos días que apenas había tenido tiempo para seguirle el rastro al animal.

—Vamos. Hoy Penny está de guardia y a ella le gusta levantarse temprano.

Dócil y manso, Krishna siguió muy de cerca los pasos de Lionel mientras este caminaba la corta distancia que existía entre la parte trasera del cementerio Starrison Ville hasta su ventana en el Mercy Grace. Todavía no sabía cómo iba a hacer para trepar teniendo a Krishna a su cuidado, pero ya se le ocurriría una forma. Por el momento, lo único que tenía que hacer era asegurarse de que nadie se enterara jamás de que había salido. 

Emily Rosie © [RESIDENTES #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora