TARDE DE ESTUDIO

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Llevaba más de 2h sentada en la misma mesa del Chelsea, café tras café, en sus distintas modalidades, estudiando las recetas del maldito dosier. Más que una receta parecía un manual de física cuántica, dudaba que la plantilla fuera capaz de realizar unas elaboraciones tan complicadas y aún más de que ese tipo de comida fuera a tener éxito en un pueblo como Vera. Levanté la vista, cansada cuando lo vi entrar.

—Hola, Luzsh—siempre decía mi nombre así, con ese acento, como si la zeta fuera totalmente desconocida para él. —¿Cómo está la cocinera más guapa de Vera? —Se acercó y me dio un beso.

—Pues como voy a estar, agobiada—agité el dosier en el aire—. ¿Pero tú has visto esto? — Cogió los folios que sostenía en mis manos sonriendo.

—Que no es para tanto, vieiras confitadas con espuma de mar y terrificación de anguila, helado de albahaca con gazpacho de cerezas, codorniz con salsa de peras...—su cara empezó a cambiar de repente— Vale, sí es una mierda.

—Pues eso Paolo, que son muchos platos y que nos queda inventar dos más y que esto tiene técnicas que no practicamos desde que salimos de la escuela de cocina.

—Bueno—dijo quitándome las hojas de las manos y acercándose despacio—nos quedamos esta noche después del turno y practicamos las recetas—cerró el espacio que había entre nosotros dándome un beso muy lento.

—Espero que no hagáis eso en mi cocina—La voz que oímos era inconfundible. No me había dado cuenta de cuando había entrado en el bar, pero ahí estaba, en frente de nuestra mesa con los brazos cruzados y una mueca que no sabía bien como interpretar — Perdonad, era broma, hacéis una bonita pareja, pero en la cocina, separamos lo personal de lo profesional—Su sonrisa insinuaba que estaba intentando hacer una broma, aunque particularmente, a mi me parecía que tenía la gracia en el culo.

—Claro, claro, nosotros somos unos profesionales ¿Y qué hace aquí, jefa? —Preguntó Paolo siguiéndole la corriente. A veces me molestaba que fuera siempre tan servicial con todo el mundo.

—Pues me han dicho que el dueño sabe quien tiene pisos en alquiler y quería hablar con él antes de ir a la cocina y ponerme a preparar los platos del menú para la prueba de mañana—En cuanto vi la mirada de Paolo supe que iba a hacer algo demasiado estúpido y que acabaría arrastrándome a mí también.

—Y digo yo, jefa —comentó mientras se levantaba de la mesa—que para demostrarle lo profesionales que somos, sería bueno que fuéramos juntos a la cocina y así vemos como se preparan los platos de mañana, ¿No? —Ainhoa desplazaba su mirada de Paolo a mi con un aire confuso.

—Sí, ¿no? Bueno como vosotros veáis, no quiero estropearos la tarde, aunque agradezco el entusiasmo. —Miré a Paolo de forma incrédula mientras agitaba los hielos del vaso que tenía en la mano, pero cómo podía ser tan pelota. ¿De verdad le acababa de proponer a la jefa pasar nuestras pocas horas libres cocinando solo para quedar bien con ella? Además, me había puesto en un compromiso.

Paolo y Ainhoa me miraban los dos a la vez, él con cara de perrito abandonado y ella con un aire esperanzado. Si que debía tener una vida aburrida si esto es lo que más le apetecía hacer. Lo siguiente lo dije sin pensar, no sé por qué a veces hago eso —Vale, sí— dije mientras me levantaba, quizás con demasiado entusiasmo, porque tropecé con la silla, y tiré todo el contenido de mi vaso sobre el top de la jefa. Una bonita mancha de café, aguado ya por hielo derretido se dibujó sobre el azul de su camiseta. Ahí Luz, tú haz que te coja manía.

Nerviosa cogí un puñado de servilletas y empecé a limpiarla sin prestarle atención a la zona que en ese momento estaba tocando, lo que hizo que ella sujetara mis manos con fuerza y me mirara apurada, arrebatándome las servilletas mojadas— No te preocupes, puedo yo sola—sonrió de medio lado.

A fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora