los buenos días

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Si me preguntabas que era la felicidad, tendría que admitir que se parecía mucho a ese momento. Yo sentada en una terraza, desnuda, mirando el mar y perdiéndome en unos ojos igual de verdes que el agua y lo único que me apetecía era que ese momento no se acabara nunca. Una idea fugaz, cruzó mi mente.

—¿Y si nos bañamos?

—¿Recién comidas?

—¿Qué tienes ochenta años? ¿Me he venido con mi abuela de fin de semana y no me he dado cuenta? —Sonreí y me levanté de la mesa para acercarme a Ainhoa.

—Vale, tienes razón. Me pongo un bañador y... —Ella se levantó y se dirigió hacia la casa, pero la frené cogiendo su brazo.

—No te hace falta.

—¿Y si nos ve alguien?

—Quién nos va a ver, a esta cala solo se accede en barco o desde las casas y parece que no hay vecinos a la vista. Ni barcos...

—Es que...—Sabía que para Ainhoa esto era un paso bastante complicado de dar, pero yo soy de esas que no se rinde fácilmente y creía saber cómo convencerla.

—Bueno, puedes hacer lo que quieras, pero yo lo de bañarnos desnudas y juntas lo veo un planazo. Piénsalo —Me levanté y me dirigí a la playa. No miré hacia atrás, pero sabía que ella estaba siguiéndome a unos pasos, podía notar su presencia cercana sin necesidad de que me tocara. Su olor se mezclaba con la brisa y mi piel se erizaba al sentir el calor de su cuerpo que se aproximaba con pasos pausados.

—Espera. —Me abrazó desde atrás justo al alcanzar la orilla y puso sus manos en mis caderas para obligarme a girar sobre mi misma y darme un beso, lento, suave y profundo. El agua golpeaba mis tobillos hundiéndome en la arena, eso hizo que me desestabilizara ligeramente mientras mi respiración se agitaba.

—Te has decidido a venir...—Rodeé su cuello con mis brazos intentando ganar equilibrio. Ella habló mientras me daba pequeños besos.

—Para qué iba a resistirme, eres bastante persistente cuando quieres algo.

—Lo sé, es una de mis virtudes. A ver si crees que estaríamos aquí y ahora si no fuera por eso, tú no ibas a atreverte nunca.

—En eso tienes razón. Vamos a nadar.

Con un par de zancadas Ainhoa se zambulló en el agua y tuve que reunir todo mi valor para meterme tan rápido en esa agua helada. Llegué hasta ella, nadando, mis pies no tocaban el suelo donde ella estaba así que me colgué de sus hombros —No te escapes, me debes un beso. Rodeé su cuerpo para abrazarme a él desde adelante, cogerme en volandas era relativamente fácil ahora que estábamos en el agua.

—Y tú una conversación.

—Me he perdido.

—Dijiste que si te contaba porqué no me gusta estar desnuda me dirías cuándo empecé a gustarte.

—Y no te has olvidado.

—No suelo olvidarme de nada, tengo una memoria excelente.

—Vale, pues te lo cuento. Creo que fue el día de la degustación. No era consciente entonces, pero no paraba de fijarme en tu boca. Y aunque entonces lo achaqué a que quería saber si te habían gustado mis platos, ahora viéndolo en perspectiva me doy cuenta de que muy normal no era. Pero si me preguntas que cuándo fui consciente de que sentía algo más creo que debo decir que el día de la foto, cuando me abrazaste. Ese día, me di cuenta.

—Técnicamente te acerqué más para que saliéramos bien en la foto.

—Claro, que me vas a decir que tu gesto fue inocente.

A fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora