El momento

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Sabía que estaba haciendo lo contrario a lo que mi razón me indicaba. Me había prometido a mi misma no dejarme arrastrar, usar la cabeza y seguir los consejos de mi terapeuta. Tenía claro que alguien que estaba pasando por lo que yo pasaba, tenía que intentar reconstruir su autoestima y su confianza antes de embarcarse en una nueva aventura, pero me costaba tanto negarme a mi misma lo que estaba sintiendo, que cuando la vi aparecer en esa sala y decirme que quería estar a mi lado no pude resistir más. Si no se hubiese ido la hubiera besado allí mismo como en las películas, pero se fue y me pasé media tarde buscándola por el pueblo hasta que, por fin, cuando decidí volver al hotel para acostarme, la encontré en la cocina, hablando por teléfono. Estaba de espaldas, pero sabía que tenía una de sus sonrisas pintada en su cara. No sé porqué a veces me resultaba sencillo leer las emociones de las personas, aunque no las estuviera viendo.

Y sí, me acerqué y la besé. Lo hice porque desde nuestro primer beso no había podido dejar de pensar en esa boca, porque cada vez que la veía con Paolo sentía ganas de vomitar y también porque lo estaba deseando, no íbamos a negarlo. Luz me daba besos cortos, sonriendo tras cada uno, de forma afectuosa. Sus manos rodeaban mi cara y yo la sujetaba por la cintura para auparla, porque Luz era tan increíblemente pequeña que apenas llegaba a besarme estando de puntillas, tenía que ser tremendamente incómodo para ella, aunque yo no pensaba quejarme por ello. Los besos empezaron a alargarse y yo temí perder el poco control que me quedaba.

—Luz, espera.

—Eh, no—Estaba claramente turbada. —Por qué—No es que yo quisiera parar de besarla, pero sabiendo como era Luz y su tendencia a precipitar las relaciones en lo físico cuando la parte emocional no la tenía clara, pensé que, conmigo, sería mejor hacer las cosas de otro modo. Al fin y al cabo, ella es la que dijo que quería una relación cocinada a fuego lento.

—No es que no me encantaría seguir besándote, pero prefiero que vayamos un poco más despacio.

—¿Despacio? —Dijo sorprendida.

—Sí—Asentí sin soltar mi abrazo—. No quiero que nos lancemos sin tener claro que es lo que queremos hacer y que esperamos la una de la otra. Mira Luz—Agarré sus manos con las mias—, que me gustas es evidente, pero yo no soy de esas personas que llevan bien las relaciones superficiales y acabo de salir de una relación horrible, estoy llena de miedos y de dudas y creo que tú también. La primera vez que se sale con una mujer no es fácil. A qué hay muchas veces que te preguntas si en realidad te gustan las mujeres. —Bajo la cabeza.

—Sí—Admitió—. Es que es la primera vez que me pasa y he tenido mis dudas.

—Lo sé y no te juzgo, yo me he visto en la misma situación. Es parte de un proceso. Tu tienes que vivir el tuyo y yo estoy en medio del mío.

—¿Quieres decir que no podemos estar juntas?

—No, Luz, quiero decir que es mucho mejor que no nos saltemos pasos. ¿Acaso hemos tenido una cita?

—Bueno en Coscojales ¿cuenta como cita? —insinuó juguetona.

—A ver Luz, que por mucha cena romántica que nos ofrecieran se supone que no éramos pareja.

—También es verdad.

—Pues eso, que yo te prometí una cena ¿empezamos por ahí?

—Pero fuera de Vera, eh, me lo prometiste. —

—Claro y voy a cumplirlo—De hecho, tenía pensado exactamente como iba a ser esa cena, quizás porque estuve recreándola en mi cabeza y planeando cada detalle desde que tuvimos la conversación. —Por eso, cuando hagamos el cuadrante de la próxima semana—Le di un pequeño beso—puede que libres los mismos días que yo.

Ella pasó sus manos alrededor de mi cuello—¿Me está diciendo jefa—empezó a darme pequeños besos en el cuello—, que está usando su puesto para seducir a una de sus empleadas?

—No, que va—le di un pequeño beso en la frente—. Eso sería algo horrible. Tienes razón, mejor lo cancelamos. —Ella fingió enfado.

—Oye, que no puedes anular la cena.

—Pues entonces, vas a tener que mantenerlo en secreto. —Volví a besarla, esta vez en la boca— No queremos que nadie en la cocina sepa que quedas con tu jefa a escondidas, podría malinterpretarse.

—Tendrás morro. —Me golpeó el brazo con la mano.

—¿Yo? A ver si va a resultar que fui yo la que te besó en el almacén.

—Perdona, pero que yo sepa empezaste tú.

—¿Yo? —Dije aparentemente indignada. Sabía que no era una discusión real, pero decidí seguirle el juego, porque, a veces, picar a Luz me parecía enormemente divertido y a ella no parecía molestarle.

—Sí tú, porque vas de mosquita muerta y luego...

—Y qué es lo que he hecho yo, si puede saberse.

—Pues, primero, como me miras. Luego como te humedeces la boca cuando pruebas los platos.

—Para saborearlos mejor.

—Ya claro, porque tienes las papilas gustativas en los labios, por eso hay pasarse la lengua sensualmente por ellos.

—¿Sensualmente? —Reí.

—Sí y lo del comilón qué.

—¿Qué pasó con el comilón?

—Ahora vas a negarme que no me arrimaste a ti aposta.

—Mira, en eso tienes razón.

—Y me acariciaste. Y luego el día de Coscojales ¿si llevabas un chal por qué me dijiste que no tenías nada? —No sabía que Luz se había percatado de lo que sucedió ese día.

—Vale lo confieso.

—Menos mal que lo haces.

—Aún así tú fuiste la que me besó.

—Porque si espero a que te saques el palo del culo no nos hubiéramos besado nunca y yo ya no podía esperar más. —Luz ya estaba en una de sus espirales. Le pasaba a veces, se encendía y acababa enfadándose y yo no quería que pasara justo ahora que comenzábamos algo nuevo. Así que, me acerqué e intenté calmarla con un beso.

—Y ahora me alegro de que fueras lo suficientemente valiente como para dar el paso, porque tienes razón, yo nunca me hubiera atrevido. ¿Lo dejamos en que fuimos las dos y era un poco inevitable?

—De acuerdo.

La abracé con fuerza, rodeándola por completo. Levanté la vista y miré que el reloj de la cocina marcaba la media noche. No quería romper la magia, pero sabía que si no nos íbamos pronto a descansar mañana el turno de comidas iba a ser muy duro, y yo necesitaba tiempo para preparar nuestra cena.

—Luz, —susurré despacio—es tarde y aunque no quisiera tener que irme mañana tenemos que trabajar.

—¿Qué hora es?

—Son las doce.

—No quiero irme.

—No yo que te vayas, pero mañana tenemos que trabajar.

—¿Y si me quedo esta noche?

Pues la verdad es que no tenía la menor idea de qué sería de mí si Luz se quedaba a dormir conmigo esa noche así que puse una excusa. —¿No habíamos acordado que no nos saltaríamos pasos?

—Lo sé—dijo poniendo un puchero—, pero...—me mordió ligeramente en el cuello haciendo que mi piel se erizara.

—Luz, por favor. —Mi voz casi era una súplica, salió rota de la garganta y más ronca de costumbre.

—Vale, tienes razón. Esta vez te vas a librar, por ahora. —Se separó de mí y se dirigió hacia la puerta—Pero que sepa usted, chef que, si sigue susurrándome así, la próxima vez no me controlo.

Luz se fue, lanzando un beso al aire. Nota mental, empezar a hablarle bajo a Luz, siempre que pueda.


Bueno, pues por ahora, estas dos hablan como las personas normales y van a tener una cita antes de declararse amor eterno y ser muy novias. Muchas gracias por leer

A fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora