Cuando cae la noche

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Cuando desperté ella no estaba a mi lado. Miré el reloj, era bastante tarde y el sol estaba cayendo, tenía que darme prisa si quería recogerlo todo y tener la cena lista a tiempo. Me sorprendió el hecho de que me hubiera quedado dormida, me costaba muchísimo hacerlo desde que dejé mi casa, pero parece que a su lado las pesadillas se esfumaban. Salí de la hamaca y la busqué dentro de la casa. Estaba todo recogido, parecía que Luz se había tomado en serio su papel del sub-chef pero yo no quería que trabajara en este viaje. Había una taza de café humeante sobre la encimera y sentí unos brazos que me rodeaban —Buenas tardes dormilona. —La voz de Luz, sonaba alegre—Al final nos hemos quedado dormidas las dos. —Me di la vuelta para devolver su abrazo.

—Sí, parece que sí, hacía muchísimo tiempo que no me quedaba dormida tan rápido.

—¿Es por las pesadillas?

—Sí—Reconocí. —¿Pero por qué no me has despertado? Ya es tarde.

—Pues, porque estabas guapísima durmiendo y no quería molestarte. Tendrías que ver la que he liado para bajar de la hamaca. Y aunque tengo que reconocer que,  yo suelo ser de dormir bastante, hacía mucho tiempo que no encontraba una almohada tan cómoda. —Reí ante su comentario, de todas las cosas que me gustaría ser de Luz, no había pensado en mi misma como una almohada, aunque debía confesar que era algo que no me había importado en absoluto.

—¿Quieres darte un baño mientras preparo la cena?

—¿Te importa que cocinemos juntas?

No es lo que tenía en mente, quería sorprender a Luz con una cena especial, preparada por mí, pero cocinar con ella se había convertido en algo totalmente natural, nos compenetrábamos completamente en los fogones, como en una conversación silenciosa con un lenguaje que solo entendíamos ella y yo. Ella se había atado el pelo en un moño bajo y buscaba en la nevera combinaciones de ingredientes como si tuviera idea de lo que íbamos a preparar.

—Luz, ¿pero sabes en que consiste el menú?

—No chef, pero soy una gran segunda, creo saber por dónde van los tiros. La luz de Vera como entrante, un pescado al horno con salsa de cítricos de segundo y un postre con mango y chocolate.

—¿Y cómo me conoces tan bien?

—Porque desde que llegaste a Vera no he podido dejar de mirarte. —Nuestras miradas se cruzaron y yo volví a sentir cierta ansiedad.

—¿Me pasas las chalotas? —Fue la primera cosa que se me ocurrió, pero no sabía bien por qué la afirmación me había puesto muy nerviosa. Me hubiera gustado decirle que a mi me había pasado lo mismo, que me fijé en ella desde el momento en el que vi a una pequeña chica enfadada por mi presencia en ese despacho del restaurante. No le dije nada, solo saqué los utensilios y empecé a cortar en silencio.

Mientras cocinábamos Luz estaba muy habladora, me habló sobre su familia, como llegaron a Vera y como había crecido su pasión por la cocina desde que era una niña, por su forma de hablar de ello se notaba que era una persona apasionada y dulce.

—Luz, —dije mientras me acercaba a ella—¿por qué no vas a arreglarte mientras yo termino de preparar la cena? — La verdad es que la cena estaba casi lista, pero quería decorar un poco la mesa para que todo fuera perfecto. Dejé a Luz camino del baño mientras salí, estaba anocheciendo y era el momento perfecto para iniciar una cena, con esa puesta de sol en el horizonte, la luz de las velas. A lo mejor Luz, pensaba que era un poco cliché sacado de una mala película, pero yo era de las que pensaban que el momento hacía mucho. Puse algo de música y decidí usar la ducha exterior para no coincidir con ella. Solo entré para cambiarme, rezando para que Luz no saliera del baño y me pillara a medio vestir. Había decidido vestir con un traje de chaqueta de lino blanco con un chaleco con la espalda al aire, quería que pareciera que Luz estaba en un restaurante real, hasta tomé prestado un comandero del hotel. Cuando terminé de vestirme me dirigí a la cocina para preparar los entrantes.

A fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora