El reencuentro

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A juzgar por la expresión divertida de mi padre el chiste debía ser buenísimo, pero a mí no me hacía demasiada gracia. Me sentía ridícula embutida en esos pantalones negros, por no pensar en el hecho de que lo que estábamos haciendo era claramente ilegal. Mi padre siempre lo decía. suplantar un agente de la ley es un delito muy grave. Se lo pensaba recordar cuando me metieran en la la cárcel y a él le suspendieran de empleo y sueldo, pero como la idea había sido suya y yo estaba desesperada por ver a mi novia, decidí no quejarme. 

—Ahora escucha atentamente el plan: salimos del baño, vamos al puesto de enfermería y me dejas hablar. Tú quédate detrás de mi, ponte la gorra y no digas, nada.

—Ay, no sé papá, ¿Tú estás seguro de esto? No quiero meterte en un lío y si nos pillan. 

—Hija, no hay nada que no estuviera dispuesto a hacer por tu felicidad, además, ya he hablado con los agentes de Coscojales. Ainhoa es una vecina de Vera y, en su estado, es mejor que la interrogue alguien que la conoce bien y no un puñado de extraños. 

—Ya, papá, pero ese ser nos ha visto ¿Y si nos denuncia?

—Por eso he llamado a Martinez, si ese tal Hugo intenta poner un pie en este hospital se va a encontrar con un problema, el le distraerá hasta que salgamos.—Le miré con preocupación.

—Es que él sigue siendo su marido ¿Qué pasará si mañana o pasado no estás aquí y el llega?

—Por es muy importante que Ainhoa solicite una orden de alejamiento y la firme. Yo me encargo de convencer al juez de que el tipo es peligroso. 

—Tengo miedo, papá—Confesé.

—Mientras yo esté aquí nadie va a haceros daño. Ni a ti ni a tu novia. Ahora vamos, tendrás ganas de verla. 

Mi padre cogió mi mano y me dirigió hacía el pasillo de la UCI. Estaba hecha un flan, no estaba acostumbrada al atuendo. El cinturón era terriblemente pesado y el hecho de cargar con una pistola real tampoco es que ayudara a calmar mis nervios. Nos acercamos al puesto de control de enfermería, afortunadamente el cambio de turno se había producido y la amiguita de Hugo no estaba en él porque yo estaba cagada de miedo por si nos reconocía. 

—Buenos días—Mi padre se dirigió a la chica joven que se situaba tras el mostrador—. Soy el Sargento Romaña, necesitamos ver a la señorita Arminza, para tomarle declaración. 

Ella empezó a teclear despacio con sus dedos índice.

—No sé si está despierta ¿No podrían volver en otro momento?

—¿Le está usted diciendo a un agente de la Ley que piensa entorpecer una operación oficial porque no sabe si la testigo está durmiendo?—Su actitud era seria, casi demasiado. Yo bien sabía que cuando mi padre se ponía así acababas por confesarle hasta tus más oscuros secretos aunque no quisieras. 

—No agente, claro, pueden pasar. Solo que si la paciente sigue inconsciente. 

—Pues ya valoraremos el grado de consciencia de la paciente, pero ¿Y si no lo está? Los primeros momentos son realmente cruciales, tras el despertar siempre se recuerda todo mejor, Luego empiezan ustedes con los sedantes y los medicamentos para el dolor y metidos de opiáceos no se acuerdan ninguno de nada. Así que si no nos van a dejar pasar va a usted a hablar con el juez y le explica porqué no debemos imputarle un cargo por obstrucción a la justicia. 

Las amenazas de mi padre debieron surgir efecto, porque la muchacha se levantó, entró en un pequeño cuarto tras ella y  nos alcanzó dos batas verdes, dos calzas y dos gorros a juego —Pónganse esto y dense prisa. Los médicos me echarían una bronca enorme si se enteran que dejo pasar a gente a la UCI. Box 3. 

Cogimos los batines y nos los colocamos sobre el uniforme. Todo el cuerpo me temblaba cuando las puertas se abrieron y pasamos al interior. El interior era frio, totalmente aséptico, las luces blancas iluminaban de forma molesta la estancia y los pitidos de las máquinas sobrecogían el alma. No tenía claro que podía esperarme y solo miraba los números que colgaban sobre las cortinas verdes que separaban cada uno de los box, desesperada por encontrar el maldito 3. 

—Es aquí, señaló mi padre mientras corría una espesa cortina verde. 

El se quedó fuera, dejándome espacio y haciendo guardia. Me di cuenta de que tenía la mano sobre mi pecho intentando recordar como se respiraba e intentando calmar un corazón que latía mucho más agitado de lo que debía. Ainhoa estaba tumbada en la cama, tenía una cicatriz bastante fea sobre la ceja, varios moratones decoraban su piel blanca ocultando las pecas que tanto me gustaban y sus labios estaban algo más hinchados de lo que era habitual, pero no estaba intubada y eso tenía que ser necesariamente bueno. 

Me eché a llorar, no sabía bien si por miedo, por alivio o por una combinación de ambas, me acerqué a ella, cogí su mano y me senté sobre el borde de la camilla —¿Amor, pero qué has hecho?

—¿Luz?—Su voz era casi inaudible, pero oírla, saber que había despertado y yo estaba a su lado, me hizo sentir mucho más liviana. 

—Shhh,  no deberías hablar—Besé su frente. Ainhoa empezó a llorar —No debes alterarte, tenemos que salir de aquí antes de que vuelva. 

—¿Quién va a volver? ¿Por qué estamos aquí?—Sopesé si era buena idea contarle que su ex estaba en el hospital. No quería decírselo en este estado , pero la sola idea de que se presentara allí y estuviera a sola con ella me daba pánico. 

—Ainhoa, has tenido un accidente, y tu contacto para emergencias es...—Ella abrió los ojos y se llevó una mano a la boca. 

—Tengo que salir de aquí—Intentó levantarse y casi tiró el gotero en el proceso, casi tuve que ponerme sobre ella para impedir que se levantara, mientras el monitor comenzaba a a pitar al registrar la subida súbita de sus pulsaciones. 

—Tranquila, si vienen los médicos vamos a tener un problema amor—Empujé sus hombros intentando que volviera a recostarse. Ella cedió, temblando. Me tumbé junto a ella, acariciando su pelo rojo en un intento de tranquilizarla —Ya, lo sé. Papá dice que si solicitas una orden de alejamiento, podemos arreglarlo para que no se acerque a ti, pero no estas para dejar el hospital. 

—Una orden, ¿tú sabes lo que tarda eso? ¿Y sabes que no funciona?

—Amor, me quedaré contigo. Día y noche si hace falta, hasta que te den el alta. No voy a dejar que ese cabrón se vuelva a acercar a ti. 

—Espera, ¿Ya ha estado aquí?—No me atreví a negarle la verdad, sus ojos estaban llorosos y tenía una autentica cara de pavor, por eso me sorprendió verla tomar aire y decir—Vale,  ¿Qué tengo que hacer ?

—Papá—Me giré hacía la cortina y me dirigí a mi padre —Puedes venir un momento.

Hola chicas, no me da tiempo a más, pero prometo que lo continuaré. Muchas gracias por leer

A fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora