8.

944 188 18
                                    

Suguru odiaba los fines de semana, tenía que trabajar en la tarde y de paso en la noche hasta las 3 o 4am. Este turno se había extendido un poco más y ahora eran casi las 6 de la mañana. No había dormido absolutamente nada, no tenía nada para comer en su casa y a las 8 de la mañana tenía que pasar por Umiko como había acordado con la abuela de la niña.

Al llegar al piso de su departamento, se detuvo cuando vio a Satoru durmiendo frente a su puerta. ¿Otra vez sin llaves?

Suguru se agachó frente al albino y lo meneó un poco. Satoru despertó un poco asustado, cosa que hizo que Suguru sonriera.

— Soy yo, está bien. — Suguru lo ayudó a levantarse y ahora ambos estaban de pie.

— Otra vez olvidé mis llaves. — Suguru se tentó los bolsillos intentando encontrar alguna barrita, pero no tenía ninguna encima.

— Ven, vamos a buscar una barrita en mi departamento para abrir tu puerta. — Suguru se volteó a abrir la puerta y no se dio cuenta de que tras de sí había pasado una de las vecinas que vivían al lado de Satoru.

Estos comenzaron a hablar muy animados haciendo que Suguru sonriera un poco. Satoru estaba vuelto mierda, el pelinegro sabía que Satoru tenía los ánimos por el suelo, pero era sorprendente cómo actuaba como si nada frente a los demás.

Una vez la chica se fue, Suguru y Satoru entraron al departamento del pelinegro. Satoru se quedó parado en la entrada con una expresión plana en su rostro esperando que Suguru pudiera ayudarlo a abrir su puerta.

Suguru buscó rápidamente una barrita en el cuarto de Umiko y salió para poder abrir la puerta de Satoru, pero la mirada perdida del pelinegro hizo que su corazón se aplastara.

— Satoru... — el mencionado volteó a ver a Suguru sin ánimos. — ¿Quieres tomar una ducha? — el albino lo miró con los ojos entrecerrados.

— Lo haré, solo debes abrir la puerta de mi... — Suguru negó con la cabeza haciendo que Satoru dejara de hablar.

— Ven. — Suguru se acercó al albino y lo ayudó a quitar su abrigo. Ahora tomó su camiseta y comenzó a quitar cada uno de sus botones.

— ¿Qué estás haciendo? — preguntó Satoru sin moverse. Satoru volteó a mirarlo y sin dejar de desabotonar su camiseta, sonrió de lado.

— Toma una ducha aquí, te prepararé un poco de té para que se te haga más rápido conciliar el sueño. Te diría que café, pero no creo que eso ayude a dormir. — quitó la camisa de Satoru e, ignorando el cuerpo del contrario, tomó su mano para llevarlo hacia su baño.

— Tú también debes estar cansado, no tienes que hacer eso. — Suguru lo ignoró y siguió tirando de su mano hacia su baño.

Una vez entraron al baño, Suguru soltó su mano para acercarse a su bañera y comenzar a llenarla.

— Demora llenándose si solo uso esta llave, así que también abriré la de la regadera. — volteó a ver a Satoru que no tenía ninguna expresión en su rostro. — Puedes ir entrando, el agua está tibia.

Se levantó y antes de salir, le dio una pequeña sonrisa a Satoru.

Suguru caminó hacia la cocina y estando frente al mesón de esta, cerró sus ojos con fuerza intentando espantar el tremendo dolor de cabeza que tenía. ¿Había comido bien estos días? no lo recordaba.

Tomó una bolsita de té de manzanilla y, antes de que pudiera poner el agua a hervir, escuchó su nombre siendo gritado por Satoru.

El pelinegro caminó rápidamente hasta la puerta del baño y la tocó esperando confirmación de que podía entrar.

— Entra, no estoy desnudo. — la voz de Satoru se escuchaba débil.

Suguru entró al baño y se encontró con un pequeño Satoru sentado en la bañera abrazando sus piernas y sus cabellos siendo aplastados por la lluvia ficticia que la regadera propiciaba. Estaba en bóxer y también llorando.

Con su labio inferior temblando, volteó a ver a Suguru.

— No quiero estar solo, Suguru. — el pelinegro sintió que sus ojos también se cristalizaba. No podía creer cuán roto estaba Satoru. — Quédate aquí conmigo, por favor. — Satoru volvió a mirar hacia al frente, pero esta vez cerró sus ojos y recostó su frente en su rodilla. — Por favor. — susurró nuevamente entre sollozos.

¿Era el trabajo de Satoru tan traumático que así terminaba después de cada turno nocturno?

Suguru quitó sus zapatos y sin pensar en quitar su ropa, simplemente, se metió a la bañera sentándose frente a Satoru.

El albino, al sentir la presencia del pelinegro, levantó su cabeza mirándolo asombrado. Ahora los cabellos de Suguru también estaban siendo aplastados con el agua de la regadera y la otra parte de su cuerpo estaba mojada por haber entrado a la bañera.

Con una pequeña sonrisa, Suguru tomó las manos de Satoru y depositó pequeños besos al rededor de estas. No dijo nada, no necesitaba decir nada para hacer sentir a Satoru como si estuviese a salvo. Por fin estaba a salvo.

— Gracias. — susurró el albino mirando a un Suguru que continuaba besando sus manos.

— No pienso dejarte solo otro día más, ¿está bien? — Satoru mordió su labio inferior temblando como un niño pequeño y asintió sin dejar de ver a Suguru. — De ahora en adelante, ven aquí cuando sientas que no puedes con todo tu trabajo. — Satoru volvió a asentir.

Como pudo, después de cerrar la regadera, Suguru se puso tras Satoru ahora y abrió sus piernas un poco para dejarle espacio al cuerpo del albino para que pudiera arrecostar su espalda contra el pecho del pelinegro. Estando así, Satoru dejó descansar su cabeza en el hombro de Suguru y este último puso su mano en el abdomen del albino mientras la otra estaba recostada a la baranda de la bañera.

— Quiero renunciar.  — susurró Satoru con sus ojos cerrados mientras disfrutaba de la cálida compañía de Suguru.

— Eso estaría genial. — el albino ladeó un poco su cabeza para poder ver a Suguru. Este último bajó un poco la mirada para encontrarse con los azules ojos del contrario. — De verdad, lo que sea por tu paz.

Satoru volvió a cerrar sus ojos y a acomodar su cabeza en el hombro de Suguru soltando un suspiro.

— Presentaré mi carta de renuncio en estos días, entonces. — Suguru curvó una sonrisa y estiró un poco su brazo para alcanzar el shampoo.

Ahora estaba masajeando la cabeza del albino mientras aplicaba un shampoo con olor a coco.

Satoru entrecerró sus ojos un momento y volteó a mirarlo.

— ¿Coco? nunca he olido ese shampoo en tu cabello. — el albino se escuchaba un poco más calmado ahora.

— No es mío. — Satoru asintió lentamente y volvió a mirar hacia al frente.

— ¿Es de Umiko? — Suguru curvó una sonrisa.

— Es tuyo. — Satoru volteó a mirarlo. — Es tu olor favorito para el cabello, así que lo compré pensando en ti.

Cornelia Street. [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora