11.

979 195 40
                                    

Satoru salió de la cabina con el corazón a mil. Para el albino era casi imposible creer que lo que había pasado, realmente había pasado. Con el café entre sus manos y temblando, volteó a ver a Suguru que ahora salía de la cabina con una sonrisa en su rostro mirando la tira de fotos de cada uno.

— ¿Qué fue eso? — preguntó Satoru mirándolo con ojos muy abiertos.

— ¿Un beso? — respondió Suguru mirándolo obvio.

— Sí, pero... ¿por qué? — Suguru tragó saliva.

— Uh... ¿no te gustó?

— No, no, quiero decir, sí me gustó. Solo... — Satoru apartó la mirada. — Me tomó por sorpresa. — Suguru lo miró confundido y se acercó un poco a él.

— ¿No he sido demasiado obvio? — Satoru lo miró sin entender.

— ¿Con qué? — Suguru curvó una sonrisa.

— Me gustas. — Satoru lo miró asombrado.

— ¿Qué? ¿Por qué? ¿Por qué haría algo como eso? — Suguru no entendía a qué se refería el albino.

— ¿Qué estás preguntando, Satoru? — el mencionado bajó la mirada.

— No lo sé, yo... yo no lo sé. — Suguru enarcó una ceja. — Es extraño.

— ¿Extraño? — Satoru lo miró.

— No suelo agradarle a las personas. — Suguru frunció el ceño. — Dicen que soy egoísta, muy presumido, que solo pienso en mí. — Satoru se encogió de hombros. — Mi terapeuta dice que he mejorado mucho.

— ¿Tu qué? — Suguru ahora estaba un poco asombrado. No sabía que Satoru visitaba un terapeuta.

— Ah, sí... — Satoru rascó su nuca sin voltear a ver al pelinegro. — Asisto a terapia desde hace unos 3 años. — miró al pelinegro. — Estuve internado por intento de suicidio. — Suguru abrió sus ojos como platos.

— ¿Qué? — Satoru hizo una mueca.

— He tenido depresión como desde los 20, no lo recuerdo con exactitud. — Suguru lo miraba con un poco de tristeza, quería abrazarlo.

— Entiendo... — Suguru no sabía qué decir. Quería preguntar cómo había sido el proceso, la razón del intento de suicidio, cómo fue y todo, pero no quería incomodar a Satoru.

— Siempre tengo pensamientos intrusivos. — Satoru miraba hacia la nada. — Aparte de eso, ni siquiera tengo un poco de autoestima y me siento horrible con respecto a mi físico. — Suguru lo miraba sin poder creer lo que salía de la boca del albino.

— Satoru... yo... es que no puedo creer lo que me estás diciendo. — el albino lo miró. — Eres una persona increíble, eres tan atractivo como puedes y no creo para nada que seas una persona egoísta. — Suguru agarró las tiras de fotos en una mano y la otra la puso en la mejilla de Satoru haciendo que este levantara la mirada. — Me gustas. Me gusta tu personalidad, me gusta tu físico, me gusta todo de ti.

Satoru lo miraba con ojos cristalizados. No podía expresar cuánta calma le trasmitía saber que ahí estaba Suguru. Satoru comenzó a pensar que, no importaba si el mundo se derrumbaba, ahora tenía a Suguru a su lado y eso lo hacía sentirse el más fuerte.

La atracción de los carritos comenzó a sonar indicando que ya había pasado el tiempo y los niños tenían que bajarse. Satoru miró hacia Umiko que con una sonrisa gigantesca, corría hacia ellos y también sonrió. Satoru no tenía una familia, había olvidado cómo se sentía estar dentro de una desde hace mucho tiempo, pero en este momento, sentía que pertenecía. Satoru quería pertenecer a este lugar toda su vida.

— Papá, eso fue increíble. — dijo la niña emocionada abrazando la pierna de Suguru.

La pequeña notó las fotos en una de la mano de su papá y se las arrebató.

— ¿Entraron a la cabina? genial. — dijo viendo la tira de fotos que le correspondía a Suguru y antes de que este pudiera quitársela, notó las fotos donde besaba a Satoru.

— Umiko, no...

— ¿Qué? hicieron lo que los papás de Kimmy hacen cuando se despiden. — Suguru le quitó las fotos a la niña ruborizado y miró a Satoru que ahora reprimía una sonrisa.

— ¿De qué hablas? — Suguru sonreía nervioso.

— Los papás de Kimmy se besan, ustedes también, ¿ya puedo llamar papá a Satoru? — Suguru le dio la espalda a los presentes pasando su mano por su cara de los más estresado.

Satoru miró hacia el pelinegro y soltó una carcajada. Suguru quería que la tierra se lo tragara.

— ¿Qué? — preguntó Umiko mirando a los dos hombres sin entender.

— Umiko, cielo, ¿quieres subirte en otro juego? — preguntó Suguru luego de respirar profundo. La niña asintió energéticamente y tomó de la mano a su papá.

— Allá hay más cosas, vamos, vamos. — Suguru miró a Satoru con un poco de vergüenza y el albino solo le guiñó un ojo sin borrar la sonrisa de su rostro.

Una vez Umiko se montó en los juegos, Satoru miró a Suguru.

— Dije que haría que te montaras en muchas atracciones y, hasta ahora, no hemos podido subir a ninguna. — Suguru se encogió de hombros.

— No me atrevo a dejar mucho tiempo sin supervisión a Umiko. — Satoru asintió lentamente. — Pero podemos regresar solo los dos un día que estemos libres. — dijo el pelinegro dedicándole una pequeña sonrisa al albino.

— Me parece perfecto. — dijo Satoru sonriéndole de vuelta.

Con un poco de inseguridad, el albino estiró un poco su mano hacia donde estaba la de Suguru y después de un pequeño suspiro, la tomó.

Suguru miró de reojo su mano tomada por la del contrario y sonrió.

Suguru había descubierto algo en estos días... había descubierto que el contacto físico no tenía que ser empezado por él para que le gustara.

Después de eso, comieron un par de golosinas junto con Umiko y regresaron a casa en el metro. Decidieron regresar temprano porque Umiko tenía clases el día siguiente y Suguru quería que la niña descansara bien antes de volver a su escuela.

Estando frente a la puerta de su departamento, Suguru le dice a Umiko que entre a la casa y se vaya quitando la ropa para tomar un baño, él entrará después.

Satoru le dedicó una sonrisa a la niña antes de que esta entrara feliz al departamento porque había sido un día increíble.

— Y... — Suguru comenzó a hablar una vez estaban solos. — ¿Volveremos a ir, cierto? — Satoru sonrió.

— Por supuesto, te dije que iba a subirte en muchas atracciones. — Suguru sonrió y miró a Satoru fijamente. El albino se dio cuenta y apartó la mirada un poco nervioso. — ¿Tengo algo en la cara? — preguntó sin voltear a ver al pelinegro.

— Sí, ven aquí. — Satoru lo miró esperando que Suguru quitara lo que sea que estuviese en su cara, pero solo obtuvo un tirón por parte del pelinegro para que pudieran estar más cerca. — Tienes algo en los labios.

Satoru sonrió un poco al darse cuenta de que solo fue una excusa para besarlo y se acercó un poco más al pelinegro.

Otro suave beso fue dado entre los dos.

Satoru había olvidado cómo se sentía besar. ¿Alguna vez lo recordaría? imposible. Era imposible recordar cómo se sentía besar a otras personas ahora, era imposible después de haber besado a Suguru.

— ¿Sabes?— comenzó a hablar Satoru alejándose un poco del contrario. — No me molesta lo que dijo Umiko hoy. — Suguru lo miró confundido.

— ¿Qué dijo Umiko hoy? — Satoru mordió su labio inferior un poco nervioso.

— No me molestaría ser llamado papá. — Suguru lo miró con los ojos muy abiertos. — Creo... creo que es lindo.

Cornelia Street. [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora