Vigésimo sexto capítulo: Miedo

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A medida que el sol se ponía y el bosque se sumía en sombras más profundas, supe que era hora de salir de allí. Había encontrado algunos indicios y anotado los símbolos en mi cuaderno, pero no quería quedarme más tiempo del necesario. El viento aumentaba y el frío se intensificaba, haciendo que el aire se sintiera cada vez más opresivo.

Mientras buscaba mi camino de regreso, algo me detuvo. Una figura emergió entre los árboles, alta e imponente. Su cabello sanguino caía a ambos lados de su rostro, como si fuera una extensión del crepúsculo. Era Rudbeckia, y estaba sola. Había una media sonrisa en su rostro, pero sus ojos oscuros me examinaban con una intensidad que me hizo sentir incómoda.

-Tan curiosa como siempre, ¿Verdad, Alexia? -dijo Rudbeckia, su voz suave pero cargada de algo que no podía identificar.

Me detuve, mi corazón latiendo con fuerza. Había algo en la manera en que Rudbeckia me miraba que me hacía sentir que estaba expuesta, como si supiera más de lo que debería. Pero lo más extraño fue lo que dijo. ¿Cómo podía decir "como siempre" si apenas nos conocíamos? Estaba segura de que nunca habíamos tenido una conversación antes, y sin embargo, ella hablaba como si fuéramos viejas conocidas.

-¿Nos conocemos? -pregunté, intentando sonar tranquila, aunque mi mente estaba llena de preguntas.

Rudbeckia soltó una risa suave, como si mi pregunta le resultara graciosa. Pero su mirada no cambió, permaneció fija en mí, como si estuviera buscando algo en lo más profundo de mi ser.

-Oh, Alexia, siempre has sido curiosa, aunque no siempre lo recuerdes. Pero a veces, es mejor no saber demasiado. ¿No te lo dijo tu padre? -dijo, como si fuera un consejo de alguien que me conociera desde siempre.

Mi piel se puso de gallina. ¿Qué quería decir con eso? ¿Cómo sabía sobre mi padre y sus advertencias? Nada de esto tenía sentido, pero Rudbeckia parecía completamente segura de lo que decía.

-No entiendo de qué estás hablando -respondí, intentando mantener la compostura.

Rudbeckia se acercó un poco más, su cabello sanguino moviéndose con el viento. Su presencia era imponente, como si el bosque mismo respondiera a su voluntad.

-No te preocupes, Alexia. No estás sola. Pero ten cuidado con esa curiosidad tuya. Podría llevarte a lugares peligrosos -dijo, su voz tan suave como el viento entre las hojas.

Me quedé quieta, sin saber qué hacer. Rudbeckia me miró por un momento más, su media sonrisa permaneciendo en sus labios. Luego, como si no fuera nada, se dio la vuelta y se adentró en el bosque, desapareciendo entre los árboles como un fantasma.

Quedé allí, temblando un poco por el frío y por el encuentro inesperado. ¿Cómo podía conocerme tan bien? ¿Qué significaba esa advertencia? No podía entenderlo, pero algo en su tono me decía que esto era solo el comienzo de algo mucho más grande.

Con el corazón acelerado, encontré mi camino fuera del bosque, sabiendo que tenía que ser más cuidadosa que nunca. Rudbeckia y sus amigas eran más que solo chicas misteriosas. Había algo en ellas que no podía comprender, algo que parecía conocerme desde antes de que supiera de su existencia. Y esa idea, esa inquietante sensación, no me dejaría en paz.

Después del encuentro con Rudbeckia, sentí la necesidad de encontrar a Leire. Corrí por las calles, con el viento frío golpeando mi rostro, mientras las luces de las farolas parpadeaban sobre la acera. No sabía exactamente qué hacer con la información que Rudbeckia me había dado, pero sabía que tenía que compartirla con alguien. Leire era la única persona en quien confiaba lo suficiente para contarle todo.

Llegué a la casa de Leire y golpeé la puerta con algo de desesperación. Su madre abrió con una sonrisa cálida, aunque podía ver un atisbo de preocupación en sus ojos. Parecía sorprendida de verme allí tan temprano, especialmente después de lo que ocurrió la noche anterior.

-¡Alexia! ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? -preguntó, su voz amable y llena de preocupación.

-Sí, solo quería ver a Leire. Necesito hablar con ella -respondí, tratando de sonar tranquila aunque mi corazón seguía latiendo rápido.

La madre de Leire me invitó a pasar, sin hacer demasiadas preguntas. El interior de la casa era cálido y acogedor, y el olor a café recién hecho llenaba el aire. Me sentí aliviada de estar allí, lejos del frío del bosque y del inquietante encuentro con Rudbeckia.

El padre de Leire también estaba en la cocina, leyendo el periódico y tomando café. Me saludó con un gesto amistoso, como si lo de la noche anterior no hubiera ocurrido. Fue un alivio ver que no estaban especialmente enfadados conmigo, aunque todavía no sabía cómo explicar por qué había corrido hasta su casa.

-Leire está en su habitación. Puedes subir si quieres -dijo su madre, señalando las escaleras.

Asentí y subí las escaleras rápidamente. La habitación de Leire estaba al final del pasillo, y cuando entré, la encontré sentada en su cama, con una expresión de sorpresa por mi llegada repentina.

-¿Alexia? ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -preguntó, claramente preocupada por mi estado.

Me acerqué y me senté a su lado, sintiendo un nudo en la garganta. Tenía tantas cosas que quería contarle, pero no sabía por dónde empezar. El encuentro con Rudbeckia, las advertencias, y el hecho de que parecía conocerme más de lo que debería.

-Tengo que contarte algo. Me encontré con Rudbeckia en el bosque... y fue raro. Muy raro -dije, intentando calmarme.

Leire me miró con preocupación, pero también con curiosidad. Sabía que lo que le diría la inquietaría, pero también sabía que tenía que saberlo.

Mientras le contaba lo que había sucedido, su expresión cambió de sorpresa a preocupación. Parecía entender que algo estaba mal, algo más grande de lo que habíamos imaginado. Pero a pesar de todo, sus padres no parecían especialmente molestos conmigo, como si estuvieran convencidos de que todo fue culpa de su hija, y no mía.

Era extraño cómo podían ser tan cálidos y comprensivos después de lo que pasó la noche anterior.

Malditas: La Historia de Alexia (Acabado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora