Quintuagésimo capítulo: Marionetas

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El eco distante de las noticias en la televisión resonaba en el amplio salón de la mansión de Rudbeckia. Estábamos reunidas, como de costumbre, rodeadas por el lujo sombrío de aquel lugar imponente. Las conversaciones, antes vivaces y llenas de energía, se desvanecieron en un silencio incómodo cuando la voz del presentador anunció el último crimen que sacudió la ciudad.

Mis ojos se deslizaron hacia la pantalla, donde las imágenes de la escena del crimen se desplegaban ante nosotros. La noticia era impactante: un grupo de oficinistas brutalmente asesinados en un aparcamiento. El horror se reflejaba en los rostros de las víctimas, un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida humana.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras absorbía la gravedad de la situación. El terror se apoderó de mi mente, alimentando el miedo que yacía latente en lo más profundo de mi ser. ¿Podría ser este otro acto de aquel grupo misterioso del que ellas formaban parte? La idea era aterradora, pero también inevitable.

El silencio que siguió a la noticia era ensordecedor, llenando la habitación con una tensión palpable. Las miradas se entrelazaban entre nosotras, buscando respuestas que ninguna de nosotras podía proporcionar. El peso de la verdad se asentó sobre nuestros hombros, recordándonos la oscuridad que se escondía en las sombras.

Mis ojos se desviaron de la pantalla hacia las caras impasibles de mis compañeras. Rudbeckia parecía absorta en sus propios pensamientos, mientras que Valeria me observaba con una intensidad que me hacía sentir incómoda. ¿Qué estaban pensando estas chicas? ¿Cómo podían enfrentar la violencia con tanta frialdad?

Sentí un nudo en el estómago mientras luchaba por procesar lo que acababa de escuchar. ¿Acaso los hombres merecían su destino? La pregunta flotaba en el aire, sin respuesta, y me sentí atrapada en medio de una tormenta de dudas y temores.

Mis manos se aferraron instintivamente al borde del sofá mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. ¿Qué podía decir en una situación como esta? ¿Cómo podía expresar mis propias preocupaciones sin ofender a mis nuevas amigas?

Fui yo quien finalmente rompí el silencio, mi voz resonando en el espacio con una calma inquietante. "Los hombres que murieron... ellos... ¿acaso lo merecían?" pregunté, mi tono cargado de una intensidad apenas contenida.

La pregunta flotaba en el aire, sin respuesta, mientras cada una de ellas luchaba por procesar la gravedad de la situación. Era un recordatorio sombrío de las consecuencias de sus acciones, un eco inquietante de las decisiones que habían tomado.

El silencio que siguió fue abrumador, lleno de tensión y expectación. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal en los rostros de las otras chicas. ¿Estaban decepcionadas conmigo? ¿Me juzgaban por mis dudas?

Rudbeckia permanecía inexpresiva, su mirada perdida en la distancia. Valeria, por otro lado, me observaba con una mezcla de curiosidad y evaluación, como si estuviera tratando de descifrar mis verdaderos pensamientos.

Por un momento, me sentí expuesta, vulnerable ante la mirada de mis nuevas amigas. Pero al mismo tiempo, sentí un atisbo de alivio al expresar mis preocupaciones en voz alta. Tal vez no tenía todas las respuestas, pero al menos estaba siendo honesta conmigo misma.

"Todos aquellos que caen bajo nuestro juicio... lo hacen por sus propios actos", responde finalmente Oprah, su voz resonando con una autoridad innegable. "No somos jueces ni verdugos, solo instrumentos de la justicia divina. Si los hombres que murieron eran culpables de crímenes atroces, entonces su destino estaba sellado mucho antes de que nuestros caminos se cruzaran con los suyos".

El silencio pesado que sigue a las palabras de Oprah parece envolver la habitación en una atmósfera cargada de tensión. Las miradas se entrelazan entre nosotras, buscando alguna señal de reacción en los rostros de las demás. La noticia del nuevo crimen pesa sobre nuestras conciencias como una losa, recordándonos la oscuridad que acecha en las sombras.

La tensión en la habitación es palpable mientras cada una de nosotras reflexiona sobre lo que acabamos de presenciar. El eco lejano de las sirenas de la policía se filtra a través de las ventanas, recordándonos la presencia constante del mundo exterior, un mundo en el que nuestras acciones no pasan desapercibidas.

En medio de la incertidumbre y el conflicto interno, una cosa queda clara: estamos atrapadas en un juego peligroso, uno en el que las líneas entre el bien y el mal se desdibujan cada vez más con cada crimen cometido. Y mientras seguimos adelante, nos enfrentamos a la inquietante realidad de que nuestras propias manos están manchadas de sangre, y no hay vuelta atrás. Después del tenso intercambio de palabras y miradas en el salón de la mansión de Rudbeckia, el ambiente se volvió aún más cargado de incertidumbre. El peso de lo que acabábamos de discutir parecía pesar sobre nuestras conciencias, recordándonos la complejidad de nuestras situaciones individuales y colectivas.

Rudbeckia permanecía en silencio, con una expresión imperturbable en su rostro. Su mirada distante sugería que estaba sumida en sus propios pensamientos, tal vez reflexionando sobre las implicaciones de lo que acabábamos de presenciar. Valeria, por otro lado, parecía analizar cada movimiento y gesto, como si estuviera evaluando nuestras reacciones en busca de alguna pista sobre nuestros verdaderos pensamientos y emociones.

El ambiente opresivo parecía envolvernos, atrapándonos en una atmósfera de tensión y ansiedad. Las palabras de Oprah seguían resonando en mis oídos, recordándome la complejidad moral de nuestra situación. ¿Era justificable nuestra participación en estos actos violentos? ¿O éramos simplemente marionetas en un juego macabro, manipuladas por fuerzas más allá de nuestro control?

Las dudas y los miedos se agolpaban en mi mente, alimentando la creciente sensación de inquietud que me embargaba. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Cómo podía reconciliar mis propias creencias morales con las acciones de este grupo al que ahora pertenecía? La respuesta seguía eludiéndome, perdida en un laberinto de confusiones y contradicciones.

Con un suspiro resignado, me levanté del sofá y me dirigí hacia la ventana más cercana. El resplandor mortecino de la luna se filtraba a través de los cristales, iluminando débilmente el paisaje nocturno más allá. Las sombras danzaban en las esquinas de mi visión, recordándome la oscuridad que acechaba en cada rincón de este mundo.

Miré hacia el cielo estrellado, buscando alguna señal de esperanza en medio de la oscuridad. Pero todo lo que encontré fue un vacío abismal, una sensación de desamparo que amenazaba con tragarme entera. ¿Cómo podía encontrar mi camino en un mundo tan lleno de sombras y secretos?

El silencio de la habitación me envolvía, ahogando mis pensamientos en un mar de incertidumbre. ¿Acaso alguna vez encontraría las respuestas que buscaba? ¿O estaba condenada a vagar en la penumbra para siempre, perdida en un laberinto de misterios y contradicciones?

Con un suspiro resignado, me aparté de la ventana y me dirigí hacia la puerta. Sabía que no encontraría las respuestas que buscaba esa noche, pero al menos podía intentar encontrar algo de paz en el abrazo reconfortante de la oscuridad. Y así, con el corazón lleno de dudas y temores, me adentré en la noche, en busca de alguna señal de esperanza en medio de la oscuridad.

Malditas: La Historia de Alexia (Acabado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora