Octavo capítulo: Ira abrasante

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Regresar a casa después de pasar el día con Leire fue un shock para el sistema. Había pasado un tiempo relajante en su casa, lejos de la tensión y el estrés que me esperaban en la casa de mi padre. El ambiente cálido y acogedor de la familia de Leire había sido un refugio seguro, una pausa del caos en mi vida. Pero en el momento en que crucé la puerta de mi casa, sentí que algo estaba mal.

La atmósfera era tensa y opresiva. Mi padre estaba en el salón, con el rostro enrojecido de rabia y los puños apretados. Los muebles que normalmente se veían elegantes ahora parecían intimidantes, como si el espacio mismo estuviera reflejando su ira.

—¿Dónde diablos estabas? —gritó en cuanto me vio entrar. La furia en su voz era como un golpe, haciéndome retroceder.

Me quedé congelada, sin saber qué decir. No había pensado en llamarlo para avisar que me quedaría con Leire. Para ser honesta, ni siquiera se me ocurrió. Estaba tan acostumbrada a la libertad en mi antigua casa que olvidé que mi padre ahora quería controlarlo todo.

—Estaba con Leire —respondí, tratando de sonar calmada, aunque por dentro estaba nerviosa. No quería empeorar las cosas, pero su actitud era completamente desproporcionada.

—¿Y no podías llamar? ¿No podías decirme que ibas a quedarte fuera toda la noche? —siguió gritando, sin darme la oportunidad de explicar.

Cada palabra suya era como una bofetada. Sentí la rabia crecer en mi interior, pero también la tristeza de saber que esta era mi nueva realidad. Mi padre me miraba con ira, pero detrás de esa rabia había algo más. Algo que me hizo darme cuenta de que tal vez él también estaba perdido, incapaz de lidiar con las consecuencias de sus propias acciones.

—Lo siento —dije, aunque no era cierto. No lo sentía. Solo quería que dejara de gritarme, que dejara de hacerme sentir como si hubiera cometido un crimen.

—No quiero que vuelvas a hacer esto. No me gusta que te vayas sin avisar. ¿Y si te hubiera pasado algo? —Su tono era más bajo, pero aún cargado de reproche.

No respondí. Sabía que cualquier cosa que dijera solo avivaría el fuego de su enojo. Me quedé allí, mirando el suelo, esperando que su furia se agotara. La casa, con su decoración impecable y su aire de falsa perfección, se sentía más opresiva que nunca.

—No quiero tener que preocuparme por ti —agregó, como si eso justificara su actitud. Pero yo sabía que no era solo preocupación. Era control. Quería controlarme, asegurarse de que todo estaba bajo su dominio.

Mi paciencia llegó a su límite. Ya no podía soportar la tensión constante, el control y el juicio que mi padre ejercía sobre mí. Era como si tratara de imponer su autoridad para compensar su propia culpa, como si gritarme y tratarme con dureza pudiera borrar sus errores. Pero yo no iba a dejar que me aplastara.

Era sábado por la tarde, y todo comenzó por algo pequeño, un comentario que hizo sobre mi actitud. Estaba en la cocina, preparando un sándwich, cuando mi padre entró y comenzó a hablarme como si yo fuera una niña pequeña.

—¿Por qué siempre estás tan seria? ¿Por qué no puedes sonreír más? —dijo con un tono que me hizo hervir la sangre.

Mi respuesta fue un bufido, algo que él no tomó bien. Se acercó a mí con el ceño fruncido, como si estuviera buscando una excusa para iniciar una discusión.

—No me gustan tus respuestas cortantes. Estoy intentando hablar contigo, pero tú siempre estás a la defensiva —dijo, con su voz subiendo de tono.

—¿Hablar? ¿Esto te parece hablar? —respondí con sarcasmo, sin girarme para mirarlo. Estaba harta de su actitud condescendiente.

—No me gusta tu tono —dijo, cruzando los brazos.

—Ni a mí me gusta el tuyo, pero aquí estamos, ¿No? —le disparé, sin poder contener el veneno en mis palabras.

Eso fue suficiente para que estallara. Se acercó más, poniéndose frente a mí, como si quisiera intimidarme. Pero yo no iba a retroceder. No esta vez.

—No me hables así, Alexia. Soy tu padre, y merezco respeto —gritó, su rostro enrojeciendo.

—¿Respeto? ¿Eso quieres? ¿El mismo respeto que le mostraste a mamá cuando la engañaste? ¿El mismo respeto que tienes por Verónica mientras te diviertes con ella a espaldas de todos? —le grité, soltando todo lo que había estado conteniendo.

La ira en sus ojos se transformó en algo más oscuro. No estaba acostumbrado a que lo enfrentaran de esa manera. Siempre había sido el hombre de la casa, el que controlaba todo. Pero ahora era solo un hombre roto, tratando de mantener el control sobre algo que ya no tenía.

—No tienes idea de lo que estás diciendo —dijo, su voz temblando de rabia.

—Oh, sé exactamente lo que estoy diciendo. Tú no tienes derecho a exigirme respeto cuando eres un hipócrita. No puedes jugar a ser el buen padre cuando eres el peor ejemplo de todos —respondí, sin contener la furia.

Mi padre pareció tambalearse por un momento. No estaba acostumbrado a ser desafiado así, especialmente por su propia hija. Pero en lugar de calmarse, se enfureció aún más.

—No me hables así, Alexia. No tienes idea de lo que he pasado, de lo que he tenido que hacer por esta familia —gritó, intentando justificar su comportamiento.

—¿Por la familia? ¿En serio? ¿Esto es lo que llamas "hacer algo por la familia"? —le grité de vuelta, mi voz llena de desprecio—. Todo lo que has hecho es destruirnos. No te importaba mamá, y ahora finges que te importo yo. ¿A quién crees que estás engañando?

El ambiente se volvió pesado, como si el aire estuviera a punto de estallar. Mi padre me miraba con rabia, pero también con algo más, algo que no había visto antes: miedo. Tal vez se dio cuenta de que había perdido todo el control que creía tener.

—No puedes hablarme así —dijo, su voz más baja pero aún llena de ira—. Soy tu padre, y esta es mi casa. Si no te gusta, ya sabes dónde está la puerta.

Eso fue todo. No quería escucharlo más. Lo miré con una mezcla de tristeza y decepción. Ya no era mi padre, no el que conocía. Solo era un hombre tratando de aferrarse a algo que ya no existía.

—No te preocupes, ya me voy —dije, y dejé caer el sándwich en el suelo antes de salir de la cocina.

Subí a mi habitación y cerré la puerta con fuerza. Sentía el corazón latiendo rápidamente, la rabia todavía corriendo por mis venas. Sabía que esta no sería la última discusión, pero al menos había dejado claro que no iba a tolerar más su comportamiento. No podía cambiar el pasado ni borrar el dolor que había causado, pero al menos podía luchar por mi propia voz, por mi propia verdad.

Malditas: La Historia de Alexia (Acabado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora