Segundo capítulo: Pesadillas recurrentes

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El día siguiente empieza con un frío aún más intenso. A través de las cortinas veo que la nieve sigue cayendo, cubriendo todo con un manto blanco. Aunque parece hermoso, solo me recuerda cuánto extraño mi antigua ciudad, con su bullicio y sus colores vibrantes. Aquí todo es silencioso y triste.

Me visto con las pocas prendas que traje conmigo. El abrigo ya no es suficiente para el frío que se filtra por las ventanas y se cuela por las paredes. Me envuelvo en bufandas y gorros, pero el frío no es solo físico; también está en mi corazón. No hay calidez en esta casa.

Bajo las escaleras con pesadez, como si cada paso fuera un esfuerzo titánico. En la cocina, mi padre y Verónica están sentados tomando café. Ella le habla sobre planes para el fin de semana, sobre cosas que parecen normales para ellos. Pero para mí, cada palabra es un recordatorio de lo mucho que he perdido.

Mi padre me ve y me dedica una sonrisa que se siente falsa. No sé cómo puedo creerle después de todo lo que hizo. A veces me pregunto si realmente es consciente del dolor que causó. Si realmente entiende lo que significó para mí y para mi madre.

—Buenos días, Alexia —dice él, como si nada hubiera pasado.

—Buenos días —respondo con desgano, tomando asiento frente a ellos.

Verónica me ofrece un desayuno: tostadas y mermelada, con jugo de naranja. No tengo hambre, pero tomo un sorbo de jugo para no parecer descortés. El ambiente está cargado de una tensión que solo yo parezco sentir. Mi padre y Verónica ríen y bromean entre ellos, como si el mundo girara solo para ellos dos. Pero para mí, es como estar atrapada en una película donde el guion es cruel y los personajes principales son ajenos a mi sufrimiento.

Después del desayuno, decido salir a caminar. Necesito aire fresco, aunque esté helado. Necesito alejarme de esa casa, de esas personas que fingen que todo está bien. Me pongo mi abrigo y salgo a la calle, donde la nieve cubre todo el vecindario. Las casas son grandes y ordenadas, pero me siento fuera de lugar entre ellas.

Camino sin rumbo, siguiendo la acera que se pierde entre los árboles cubiertos de nieve. El silencio es abrumador. En mi ciudad, siempre había ruido, siempre había gente. Aquí, todo es tan callado que me siento como si estuviera caminando por un pueblo fantasma. Solo el crujido de la nieve bajo mis botas rompe el silencio.

Después de un rato, llego a un parque pequeño, con columpios y un tobogán cubierto de nieve. No hay nadie más, solo yo y el viento helado. Me siento en un banco y miro el paisaje, tratando de encontrar algo de belleza en la tristeza. Pero todo me recuerda que no estoy en casa, que mi vida ha cambiado para siempre.

Saco mi teléfono y miro las fotos que tomé antes de venir aquí. Fotos de mis amigos, de mi madre, de mi antigua habitación con todas sus cosas. Todo parece tan lejano, como si perteneciera a otra vida. Me pregunto si mis amigos pensarán en mí, si se preguntarán dónde estoy. Si mi madre estará bien, si se sentirá tan sola como yo.

De repente, un pequeño copo de nieve cae sobre la pantalla del teléfono, derritiéndose rápidamente. Lo miro con tristeza, como si simbolizara lo efímero de mi antigua vida, desvaneciéndose sin dejar rastro. Siento que el mundo sigue adelante sin mí, y yo estoy atrapada en esta nueva realidad, sin poder escapar.

El frío empieza a hacerme temblar, y decido regresar a la casa. El camino de vuelta parece más largo, como si cada paso fuera una lucha contra el viento helado y el dolor en mi corazón. Al llegar, encuentro a mi padre y Verónica en el salón, hablando y riendo como si todo fuera perfecto.

Ellos me ven entrar, y por un momento, la atmósfera se enfría. La sonrisa de mi padre se desvanece, y Verónica intenta fingir que no nota la tensión. No sé qué es peor, si su incomodidad o su indiferencia. Siento que no encajo aquí, que esta familia no es la mía.

Subo a mi habitación y cierro la puerta, tratando de aislarme del mundo. Me siento en la cama y dejo que las lágrimas corran por mi rostro. Todo me resulta tan abrumador, tan imposible de soportar. Quiero gritar, quiero correr, quiero volver a casa. Pero todo lo que puedo hacer es llorar en silencio, esperando que el dolor cese.

Tomo una almohada y la abrazo con fuerza, como si pudiera encontrar consuelo en algo tan simple. Pero no hay consuelo en esta casa, no hay nada que pueda llenar el vacío en mi corazón. Mi mente sigue repitiendo las mismas preguntas: ¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué mi padre nos abandonó?

Me acuesto en la cama y cierro los ojos, deseando que el día termine. Pero incluso el sueño me resulta esquivo. Los recuerdos y las preguntas me persiguen, y no hay forma de escapar de ellos. Solo quiero que todo vuelva a ser como antes, pero sé que eso es imposible.

Mañana será otro día, pero para mí, será solo otra repetición del dolor y la soledad. No sé cuánto tiempo podré soportar esto. No sé cuánto tiempo pasará antes de que mi corazón se rompa por completo. Todo lo que sé es que me siento más sola que nunca, y no hay nadie aquí para consolarme.

Esa noche, el sueño no trae alivio. En lugar de descanso, mis pensamientos se transforman en pesadillas que reflejan el caos y la tristeza que siento desde que mi padre me llevó a esta casa extraña. La pesadilla comienza con una versión distorsionada de mi antigua casa, la que compartía con mi madre, antes del divorcio y de todo lo que vino después.

Estoy en mi habitación, pero nada parece como debería. Las paredes están torcidas, las fotos en las que solía aparecer con mis amigos están rotas o borrosas, y el suelo se siente como arena movediza, hundiéndose bajo mis pies. Intento aferrarme a algo, pero todo se desmorona en mis manos, convirtiéndose en polvo.

Escucho voces en la distancia, voces que solían ser cálidas y reconfortantes, pero ahora suenan frías y distantes. Es la voz de mi madre, llamándome, pero no puedo distinguir las palabras. Suena como si estuviera detrás de un muro grueso, su voz apenas un susurro. Grito su nombre, pero no obtengo respuesta. Mis pies se hunden cada vez más en el suelo, como si el mundo estuviera colapsando a mi alrededor.

De repente, estoy en la casa de mi padre, pero ahora es enorme, un laberinto interminable de pasillos oscuros y habitaciones vacías. Corro por los pasillos, tratando de encontrar una salida, pero cada puerta que abro me lleva a más oscuridad. Las luces parpadean y chisporrotean, y siento que algo me persigue, algo que no puedo ver pero que está ahí, justo detrás de mí.

Sigo corriendo, el miedo creciendo con cada paso. El aire se vuelve espeso, como si estuviera respirando humo, y el frío se cuela por cada grieta. El suelo cruje bajo mis pies, como si estuviera caminando sobre hielo delgado, y cada paso podría ser el último antes de caer en un abismo sin fin.

Finalmente, llego a una habitación donde encuentro a mi padre y a Verónica. Están juntos, sonriendo y riendo, como si nada estuviera mal. Pero algo está mal, terriblemente mal. Sus rostros se transforman, sus ojos se vuelven oscuros y vacíos, y sus sonrisas se deforman en muecas espantosas. Intento gritar, pero mi voz no sale. Estoy paralizada, incapaz de moverme o escapar.

Mi padre me mira con esos ojos vacíos y me señala con un dedo largo y huesudo. Me dice que ya no soy bienvenida, que esta no es mi casa, y que mi madre no me quiere. Siento que el suelo se abre bajo mis pies, y empiezo a caer, caer en un vacío interminable. Grito, pero no hay sonido. Miro hacia arriba, pero la luz desaparece, dejándome en la oscuridad total.

Caigo y caigo, sin final a la vista. El frío me envuelve, y siento que el aire se me escapa de los pulmones. Me despierto de golpe, sudando y con el corazón latiendo frenéticamente. Estoy de vuelta en mi nueva habitación, pero el miedo sigue ahí. El sueño me ha dejado temblando, asustada y sola.

La casa está en silencio, pero cada sombra parece moverse, cada sonido parece un susurro amenazante. Me siento atrapada en esta pesadilla, sin salida. El frío que siento no es solo físico, es el frío de la soledad y el abandono. Me abrazo las rodillas y trato de tranquilizarme, pero no puedo. Todo lo que quiero es escapar, pero no hay a dónde ir.

Las lágrimas caen por mi rostro mientras intento encontrar algo de consuelo en la oscuridad. Pero no hay consuelo, solo el recuerdo de esa pesadilla y el miedo de que podría hacerse realidad. Me siento atrapada, y lo peor es que no sé cómo escapar de este dolor que parece seguirme incluso en mis sueños.

Malditas: La Historia de Alexia (Acabado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora