Confianza y amor

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Adam aún tenía dificultades para probar comidas nuevas, pero no le pasaba lo mismo con las bebidas. En su alacena tenía muchos tipos de tés y cafés, así como de todo tipo de galletitas dulces y masas, por si necesitaba improvisar una merienda para él y Nigel. Nigel pasaba casi todos los días ahora por su departamento, ya fuera para charlar, comer o pasar el rato con él viendo la tele. Le encantaban esas visitas, y tras consultar al señor Harlan sobre qué se precisaba para ser un anfitrión decente concluyó que debía tener siempre cosas ricas listas para comer, además de mantenerse aseado para ofrecer una imagen presentable. Claro que él siempre había sido pulcro, su padre así lo había criado, pero desde que empezara el proyecto de la maqueta no era raro que vistiera un delantal lleno de salpicaduras y ropa vieja, así como gastadas pantuflas de entrecasa. En esa ocasión se lavó las manos y se cambió de ropa mientras hervía el agua para el té, poniéndose un sencillo suéter marrón y unas zapatillas cómodas. Nigel vestía siempre camisas informales y jeans, así que estarían a tono. 

"El timbre" se dijo al escucharlo, un poquito nervioso sin saber bien por qué. Nigel había estado allí muchísimas veces, ya había superado su ansiedad a tenerlo de invitado. A lo mejor, pensó, sus nervios se debían a que Nigel le estaba despertando ciertos sentimientos especiales de los que no se atrevía a hablar. Antes de abrir la puerta se quedó inmóvil varios minutos, evocando el picnic en Central Park, el abrazo en el estacionamiento, el beso en la comisura de los labios que le había dado ese mismo día, al despedirse después de comer los mejores macarrones que hubiera probado. Incluso, pensó con vergüenza, había soñado con él una vez. No recordaba todos los detalles, pero sí que había sido un sueño muy bonito y muy cálido en el cual se besaban.

-Precioso, sé que estás ahí… ¿está todo bien? ¿Quieres que me vaya?

-¡No!- exclamó de golpe y abriendo la puerta al mismo tiempo, quedando cara a cara con Nigel.- No te vayas, por favor. Pasa, he preparado la merienda.

Nigel entró y le dedicó la más sensual de sus sonrisas, además de acariciarle brevemente la mejilla. Adam sintió un escalofrío delicioso ante el contacto, hubiera querido decirle que siga haciéndolo, pero al mismo tiempo…

-Vengo de estar con Darko y Ozana, en la firma del contrato por el nuevo club. Te mandan saludos por cierto, precioso. Dicen que debemos juntarnos los cuatro un día de estos a celebrar la compra. ¿Te parece bien?

-¿Eh? Bueno, supongo que sí, si me lo pides tú. 

-Buen chico. Ellos realmente quieren conocerte mejor, pero lo harán solo si tú te sientes con ganas y no te causa problemas. Son una gran pareja, mis amigos, verás como poco a poco también se vuelven grandes amigos para ti. 

-Sí… ¿prefieres masas finas o galletitas de chocolate?- preguntó de golpe rompiendo el clima, nervioso ante la visión de Nigel con la camisa a medio desabrochar y sus ojos siguiéndolo por toda la cocina. Esta vez Nigel, alertado por las palabras de Ozana, lo notó. No podía estar más eufórico por la posibilidad de gustarle a Adam, así que con todo el autocontrol del que fue capaz se acercó a él por detrás y le respondió:

-Prefiero lo que tú quieras, cielo. 

Adam se quedó helado, metafóricamente claro, porque por dentro estaba ardiendo al sentir la proximidad de Nigel. En su cabeza recordó las enseñanzas del señor Harlan de tiempo atrás, cuando creyó que él y Beth tendrían un romance, enseñanzas sobre cómo abordar a una dama de forma correcta y no arruinarlo en el intento. Pero claro, Nigel no era una dama. ¿Cómo tenía que abordar a un hombre? ¿Cómo le decía a un hermoso señor como Nigel que estaba sintiendo cositas por él?

-Bueno, cielo, si no queremos que se enfríe el té deberíamos sentarnos ya. ¿Te ayudo a llevar…?

-¿Puedes darme un beso, Nigel?- preguntó de la forma más abrupta posible. Tan abrupta que Nigel, incluso con sus sospechas a cuestas, tardó varios segundos en reaccionar.

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