Papá y Beth

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Adam conservaba casi todas las fotos familiares en una caja, en el fondo de su armario. No era porque odiara el pasado, al contrario, era porque a veces lo añoraba tanto que mirar las fotos de su padre lo llenaba de tristeza y no podía lidiar con ese sentimiento. Todavía lo extrañaba mucho como para mirar sus fotos sin llorar, así que prefería conservarlas lejos de la vista para cuando estuviera preparado. Sin embargo, como al día siguiente hubiera sido el cumpleaños de su papá eso lo obligó a pensar en él de nuevo; por consiguiente, el álbum de fotos salió a la luz y Nigel pudo así conocer a su difunto suegro.

-Él se preocupaba mucho por mí, supongo que porque sabía lo difícil que sería mi vida cuando me quedara solo- confesó Adam a su novio. Se habían acomodado en el sofá y Nigel lo tenía bien sujeto por la cintura, lo cual era bueno porque adoraba sentirlo cerca.- Por eso desde chico procuró enseñarme cosas, desde labores de la casa hasta cómo hacer trámites. Quería que aprendiera lo más posible para que no dependiera de él en todo.

-Lo entiendo, y tiene sentido. Tu viejo debió ser un gran papá, ¿o no?

-Definitivamente lo era. Me cuidaba pero no era sobreprotector, decía que yo tenía la misma capacidad que cualquiera para aprender cosas. Que no debía tener miedo.

-¿Y tuviste miedo igual?

-Vaya que sí- confesó con una risita culpable.-Por mucho que mi papá se esforzara en fomentar mi independencia soy autista, eso significa que por mucha fuerza de voluntad que ponga las cosas me cuestan igual, si se trata de enfrentar al mundo. A las demás personas. Él siguió haciéndose cargo de pagar los gastos de la casa por ejemplo, de tratar con los vecinos, pagar las cuentas y cosas así, y yo me limité a estudiar y trabajar para darle algo de sentido a mi vida.

Nigel no quería interrumpirlo. Estaba demasiado conmovido por sus palabras, así que solo lo apretó más contra sí y siguió escuchándolo tan en silencio como pudo, dándose cuenta que era la primera vez que Adam se abría así sobre su vida pasada.

-Teníamos un horario establecido para todo, ¿sabes? Para sacar la basura, lavar la ropa, pedir los comestibles semanales, todo. Un día lo hacía yo, al otro día él. Hice las cosas lo mejor que pude y me volví bastante bueno en las labores domésticas, aunque nunca pude ampliar mi menú como el quería. Viví a macarrones con queso hasta hace muy poco de hecho, cuando conocí a Beth. 

-Ah, sí. Tu amiga la escritora…

-Cuando Beth vino a vivir aquí mi papá llevaba muy poco de haber muerto, muy poco, sí. Yo estaba triste todavía y ella era muy buena vecina. Y amiga. Papá decía que a una dama no se la desaira, así que cuando ella me invitaba a comer o a salir yo aceptaba, pensando que a papá le hubiera gustado verme socializar más y probar cosas nuevas.

-Probar cosas nuevas siempre es bueno, estrella. ¿Qué pasó después?

-¿Con qué?

-Con Beth. Dijiste que vivió poco tiempo aquí pero en ese tiempo se las arregló para influir mucho en ti, me da un poco de curiosidad- comentó Nigel como al descuido, pues no quería que su curiosidad sonara a celos (aún cuando algo de eso había en el fondo).

–Bueno, ella trabajó de maestra un tiempo aquí pero su sueño era escribir libros para niños, así que cuando se presentó la oportunidad se mudó para cumplir ese sueño. Yo me sentí mal al principio, muy mal, porque no quería perderla, pero era su sueño. Y nosotros…

-¿Nosotros qué?

-Nada, nada.- Adam vaciló, pero luego sintió a Nigel apretando su mano y se armó de valor para ir un poco más lejos en su relato.- Que nosotros, bueno, no eramos novios realmente, solo habíamos coqueteado un poco. Éramos más amigos que otra cosa, y entendí que si quería ser un buen amigo no podía obligarla a quedarse aquí para no sentirme solo. Así que se marchó y ahora nos hablamos cada tanto o nos escribimos, y estamos bien. Yo le tengo mucho cariño a Beth porque gracias a ella aprendí cosas que habrían hecho sentir orgulloso a mi papá, como salir a reuniones sin ponerme enfermo, o a comer más que macarrones con queso, o a sentirme cómodo a pesar de estar solo.- Hizo una pausa para acomodarse sobre el pecho de su novio y luego agregó, cariñoso:-Aunque todo eso duró poco porque luego llegaste tú, y entonces ya no tuve que sentirme solo de nuevo. Contigo aquí mi vida volvió a ser feliz, casi tanto como cuando papá vivía.

-Carajo, Adam, eres tan malditamente dulce que vas a darme diabetes- masculló Nigel antes de alzarle el rostro y besarlo, muerto de amor por lo que acababa de oír. Adam se acopló al beso lo más bien y pronto su melancolía se esfumó por los aires, porque cuando Nigel le daba amor no quedaba espacio en su mente para nada más. Se dejaron llevar un poco y se acariciaron con ternura, se siguieron besando y solo pararon cuando Adam recordó que ya casi era la hora de cenar, momento en el cual se levantó y dejó su álbum en la mesita para ir a la cocina. 

-Hoy me tocaba a mí preparar todo y eso haré, así que tú no te preocupes, Nigel. Ve al balcón a fumar si quieres, yo te llamo cuando esté todo listo.

Nigel asintió pero no salió al balcón a fumar un cigarrillo. En lugar de eso, agarró otra vez el álbum de fotos de los Raki y empezó a hojearlo por su cuenta, queriendo saber todo lo posible del hombre al que amaba. Sonrió al ver a Adam de niño y de adolescente, era guapo pero su timidez se notaba incluso a través de las fotos y eso le hacía pensar que no había sido muy popular. Era una lástima, pensó, porque a él le hubiera encantado conocer de joven a alguien como Adam. Se parecía a su padre, sin dudas. 

"Debería acompañar a mi estrella al cementerio mañana, cuando vaya a visitar la tumba de su padre. No creo en el cielo y el infierno y esas idioteces religiosas, pero si acaso existen y su papá está ahí, me gustaría que sepa que cuidaré bien a su hijo" pensó, cerrando el álbum. 

Estrellas Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora