Capítulo XI. Una conversación que sale mal.

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Arianna.

- "No sé porque tenemos que ir hoy otra vez a casa del abuelo, hace poco que vinieron de la luna de miel, y quería que cenaremos todos junto hoy en la casa."- se quejó Guille, mientras yo le preparaba la mochila para que fueran a dormir a casa del abuelo Powell.

- "Pareces bobo enano, es porque esta noche estos dos tendrán una fiesta con juegos de adult...."- interrumpí al descarado de Marcos, ese niñato me estaba volviendo loca con su puta adolescencia de mierda.

- "Marcos Cortes, hay conversaciones que ni tú, ni Guille, deben tener, y sobre todo de los que hacemos o dejamos de hacer Keanu y yo. Y termina de prepararte, que ya vienen William a recogeros. - "él sólo me miro sonriendo con una sonrisa que me recordaba mucho a la que ponía el descarado de mi marido, cuando se salía con la suya.

- "Decididamente Marcos imita a Keanu en todo, pobre de la chica que se enamore de él."- ese pensamiento, me hizo darme cuenta de que mi marido tenía razón mis hermanos estaban creciendo muy rápido.

Conseguir que esos dos se fueran, preparar la cena y el ambiente para que tras hablar con Keanu tuviéramos una reconciliación adecuada, después de discutir sanamente como una pareja, fue mucho más fácil de lo que pensaba. Las palabras que le iba a decir a mi marido eso sí que era otra cosa, ahí debía usar mucho mi inteligencia, y mis habilidades.

Powell, de todos los herederos, me había casado con el más estricto e intransigente, con más ideas fijas, era muy difícil hacerlo cambiar de opinión, cuando decidía o quería algo, iba a por ello, sin importarle que el mundo cayera a su alrededor.

Keanu, era el que más se parecía a su abuelo, y desde luego el que era más difícil convencer, pero debía usar mano izquierda, y nos dejarme arrastra por la ira, o la conversación iba a durar toda la noche, ya que ese hombre no me lo pondría fácil.

Como esperaba, un poco antes de la ocho, oí como el coche de Keanu se acercaba a la mansión, así que me coloque en mi sitio, junto a la deliciosa mesa decorada con espero, donde unos majares cuidadosamente preparados por mí, esperaban para ser devorados, el vino y el champan reposaban en su cubitera con hielo.

Estábamos en el salón, junto a la hermosa chimenea encendida, me había vestido sexy, pero no exagerada, con un vestido ajustado blanco que tenía estampado, por algunas zonas estratégicas, pequeñas flores violetas. Me llegaba hasta más abajo del medio muslo, y los hombros estaban al descubierto, dejado que unas pequeñas mangas colgaran de mis brazos, el pelo me lo había recogido dejando algunos mechones rubios sueltos, y me había maquillado con delicadeza, en tonos no muy fuertes, los justo para que mis ojos se vieran más marcado, grandes y mis labios, más voluptuosos.

Así que cuando Keanu entró en casa, mi esfuerzo se vio recompensado, gracias al brillo y la expresión de asombro y deseo que durante un segundo se reflejó en la cara de mi marido.

- "Veo que te he sorprendido, me alegro."- le dije sonriendo y acercándome a él para besarlo.

En un principio me respondió con la misma ansia, pero en un segundo se detuvo y apartándome una poco me preguntó, mientras me sujetaba con delicadamente por los brazos.

- "¿Ha hecho algo grave Marcos?, ¿Ha tenido algún problema Guille?, ¿Has roto algo o has agredido a alguien?, ¿Cuánto nos va a costar?, ¿Hay que matar a alguien?"- lo miré con burla, aunque no tanta porque sabía que de lo que teníamos que hablar, para Keanu, podía ser peor que todo eso.

Me había decidido que iba hablar de las cosas que le había ocultado, no deseaba que hubiera más secretos entre nosotros.

- "No seas estúpido señor Powell, no es nada tan grave como eso, aunque porque no comemos primero y luego hablamos."- Le dije intentado girarme para dirigirme a la mesa, pero él me agarró, y con cuidado, me llevó hasta los sillones que estaban junto a la chimenea, me hizo sentarme en el más grande, y a continuación, él se sentó a mi lado.

- "No puedo esperar tanto, empiece hablar señora Powell, algo me dice que, si has preparado todo esto, lo que me tienes que decir es muy importante, y que probablemente no me guste lo que voy a oir."- maldita sea lo perceptivo que es Keanu Powell.

- "Bien hoy hemos hablado con el abuelo, las tres herederas, hemos decido que para conocer la empresa trabajaremos como asistentes de todos los jefes de departamentos y de los altos ejecutivos, pero lo haremos de incognito."- no pensaba soltarlo así, pero la verdad era que daba igual como lo soltara, la cara seria con la que me miró Keanu me dijo que no le gustaba nada esa idea.

- "No, lo rechazo, tú debes quedarte en casa, con tus hermanos, llevas toda tu viada matándote a trabajar para cuidarlos, ahora me toca a mí cuidar de ti, y de nuestros hijos."- me dijo como dando por zanjada la conversación, y levantándose, se sentó en la mesa en espera que yo hiciera lo mismo.

Por unos segundo traté de respirar profundo, sabía que no era momento de enfadarme, era momento de hacerle razonar, sabía todas la teorías dichosas, sobre cómo llevar una conversación sin discutir, pero que mi marido me viera como únicamente como una ama de casa, después de que llevo toda mi vida siendo madre de mis hermanos, ama de casa y mujer trabajadora, sin que nadie me diga lo que debo hacer o no, fue como como si el estúpido de Keanu diera con la clave de activación de una bomba, y esta, de manera irremediable, se activó.

- "Escúchame bien Keanu Powell, maldito ególatra, llevo toda mi vida trabajando para sacar a mis hermanos adelante, no me gusta que me digan lo que puedo o no puedo hacer, lo que voy a hacer lo hago para ayudarte a ti y a los otros herederos. Las chicas y yo no somos floreros decorativos, hemos estudiado, nos hemos preparado, ¿por qué maldita sea tengo que quedarme en casa a que a disfrutar del dinero que ganas como una puta mantenida? Escúchame bien, soy tu mujer, no tu esclava, y yo decido."- sabía que me había pasado, desde el momento en que el brillo de furia en los ojos de Keanu se hizo más intenso, por culpa de mis últimas palabras.

- "Creo este será el único secreto que revele, ni él, ni yo, estamos para más sorpresas"- pensé mientras esperaba la respuesta que nunca llegó de Keanu.

Simplemente se levantó de la silla, y cogiendo la chaqueta del traje ejecutivo que se había quitado cuando llegó, y se la volvió a colocar.

-"¿No piensas hablar conmigo?"- le dije levantándome del sillón mientras veía que se dirigía a la puerta.

-"Creo ya lo dicho todo, como te dije, no quiero que trabajes de incognito o de ninguna otra forma en la empresa, pero tampoco quiero que algo que nos afecta a nuestra familia, a nosotros y a tus hermanos, lo discutas con mi abuelo, sin primero haberlo hablado conmigo, y como veo que nos estas para razonar, me voy hasta que te calmes."- me dijo con tranquilidad, y continuó su camino hasta la puerta de la mansión.

Con una velocidad que hasta a mí me sorprendió, me coloque delante de mi esposo, hecha una furia, me acaba de tratar como a una niña pequeña que necesita estar un rato castigada en la silla de pensar, para que recapacitase sobre su comportamiento, y eso sí que no se lo iba a permitir al gran CEO.

-"No Keanu Powell, a mí no me vas a tratar como a uno de tus subalternos, soy tu mujer, no puedes venir a que soltar tus órdenes y esperar que yo las cumpla sin objetar, en su empresa y en su puesto de alto ejecutivo, puede usted manejarlo o hacer lo que le de la real gana, pero aquí tienes que hablar conmigo y llegar a acuerdos."- le dije mirándole a la cara e intentando que mi uno setenta y tres pareciera algo más alto, ya que mi esposo me sacaba más de quince centímetros de altura. La furia que ese momento brillo en los ojos de Keanu me dejó paralizada.

-" Si es así, aplíquese el cuento señora Powell."- me dijo y sin más me esquivo con una facilidad pasmosa y salió por la puerta dejándome sola delante de la puerta cerrada, tras haber sido golpeada por un furioso CEO, al cerrarla.

Me quede con la sensación de que esta batalla la había perdido, como una estúpida, por haber perdido los nervios. Desde donde estaba miré la mesa bellamente decorada, la comida enfriándose en ella, y sentí unas ganas inmensas de llorar, sólo el sonido insistente de mi teléfono lo impidió, reconocía esa sintonía era la del grupo de las mosqueteras. Era una llamada a cuatro que me ayudaría a controlar, o no, pero desde luego me iba a desahogar, pero bien. 

Matrimonio Concertado con el CEO: Esclavo del deseo #Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora