Capitulo 20

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Al final, terminé yendo a la fiesta. Marian me había prestado unos jeans negros y un jersey rojo, dejé mi cabello suelto, sin mucho maquillaje. Lo sé, no es la mejor forma de ir a una fiesta, pero tampoco tenía mucho ánimo.

El lugar era una fraternidad, estaba atestado de universitarios borrachos, algunos bailando al ritmo de la música y otros simplemente hablando y riendo con vasos de cervezas en las manos. Nick nos guío a la barra en donde estaban repartiendo bebidas, cuando me ofrecieron una negué con la cabeza. No quería beber, ni emborracharme.

Doña aburrimiento llegó.

—Vamos, diviértete —insistió Marian.

—¿Qué tiene de divertido embriagarse? —enarqué una ceja.

—A parte de todo.

Negué con la cabeza cuando volvió a ofrecerme un poco. Ella pudo los ojos en blanco.

—Tú te lo pierdes —se tomó el de ella de un tirón y le dio un sorbo al que se suponía que sería para mí—. ¿Bailamos?

Esta vez sí acepté. Tampoco es que sea tan aburrida, ¿vale?

Si tú lo dices...

Nos metimos en medio de la gente y comenzamos a bailar como locas, dándolo todo. Las personas nos gritaban cada vez que hacíamos y paso diferente. En nuestro antiguo instituto había un pequeño grupo de baile, Marian y yo éramos parte de él. En ese momento di gracias a Dios haber aprendido a bailar. No supe en qué momento Nick se nos unió, pero nos encontrábamos los tres haciendo un baile improvisado en medio de la pista. El trio perfecto.

Me presentaron a unas cuantas personas que ellos conocían e intenté parecer lo más amable que pude.

No me juzguen, soy muy selectiva con las personas.

Reí tanto que me dolía la barriga, hacía años que no la pasaba tan bien y fue genial. Llegó un momento en el que sentí muy sofocada y me alejé de ellos. Salí para recuperarme, necesitaba que me diera el aire en la cara. Cuando logré apartarme de todo el gentío sentí que podía volver a respirar, habían tantas personas que por un momento sentí que no lograría salir.

Sentí como una mano me tomaba del hombro, mi primera reacción fue girarme y, no sé si fueron los nervios, pero lo primero que hice fue lanzar un puñetazo, sin importarme el daño que le haría a quien fuera el que se había atrevido a tocarme.

Paranoica.

Abrí los ojos sorprendida y avergonzada cuando supe quien era. «Jade». Tenía una mano sujetando su mandíbula afectada.

—Lo siento —dije, alarmada.

—Tranquila, ya me estoy acostumbrando a recibir un golpe cada vez que te sorprendo.

Sentí como mis mejillas se calentaban.

—¡Ha sido tu culpa!

Me miró con una mueca que decía claramente un: ¿En serio?

¿Le echarás la culpa a él? Por lo menos pregunta si está bien, mujer.

—¿Estás bien? —me atreví a preguntar.

—Sí, tampoco es que tengas tanta fuerza —murmuró divertido—. Pero debo admitir que saber dar un puñetazo, al menos, esta vez no fue en la nariz.

Sonreí un poco. Miré mi mano y noté que tenía los nudillos un rojos y me dolían un poco, estaba casi segura de que me había hecho mucho más daño yo. Jade se acercó a mirar mi muñeca y puso una mueca.

—¿Te duele?

—Solo un poco, ya se me pasará —le resté importancia.

De repente, fui muy consciente de se cercanía y nerviosa di un paso atrás.

¿Odiarnos? [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora