Prólogo

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La vida es un campo de batalla.

Llegas al mundo y todo parece estar tranquilo, despejado, todo el mundo parece ser tu amigo. Tus padres te recomiendan ponerte una armadura y tú, tan inexperto e inocente, les depositas tu confianza. Comienzas a conocer a gente con otros criterios, perspectivas totalmente desconocidas y te sientes interesado por sus historias. Poco a poco se van acercando sombras, ruidos extraños, cosas nuevas para ti. Las personas que has conocido se proponen acercarse a ellas y te animan a seguirles, prometiéndote que cuidaran de ti. Sientes curiosidad y, aunque te advirtieron de que nunca lo hicieras, te quitas la armadura, pesa demasiado para llevarla encima y tú lo que quieres es explorar aquellos sonidos. Tus padres se lamentan mientras tú te alejas, ansiando descubrir un nuevo mundo por ti mismo, pero lo que llega no te lo imaginas. No te da tiempo a reaccionar. Todo se vuelve oscuro. Empiezan a caer bombas, sólo se escucha el sonido de las metralletas, pistolas, hojas afiladas chocando entre sí. Las balas chocan contra tu cuerpo, las espadas te cortan, te atraviesan la piel y caes al barro, sucio, rendido. Yaces en medio del campo mientras sigues escuchando el ruido de la guerra, batiéndote entre la vida y la muerte. Pasan por encima de ti, te pisotean, te llenan de tierra, te sepultan bajo una capa de polvo. Te sientes perdido, traicionado, todos salieron corriendo, te abandonaron, nadie te avisó de que esto podría pasar. Sólo quieres retroceder en el tiempo y hacer caso a los consejos que te dieron las personas que realmente te querían. Pasan los días y las semanas y sigues enterrado en el suelo del campo de batalla, intentando sobrevivir. No puedes olvidar nada de lo que ha pasado, todo lo sucedido te da vueltas por la cabeza. Pero cada vez tienes menos fuerzas, se te agotan las ganas de luchar, y te apagas, te apagas, te apagas... hasta que alguien hace un agujero en la tierra y la luz del sol te da en la cara.

Desde entonces no te desprendes de tu armadura. Aprendiste a protegerte y nada ni nadie podrá tirarte al suelo de nuevo. Estás preparado para una y mil batallas más. Sin embargo, por muchas guerras que ganes, se te hace imposible olvidar la primera derrota, la batalla que te cambió, la que te convirtió en lo que eres hoy en día.

Algunas cosas, una vez que las has amado, te pertenecen para siempre y si intentas dejarlas ir, simplemente vuelven, regresan a ti; se convierten en una parte de quién eres... o te destruyen.

Sólo con la muerte puedes renacer.

{Tercera y última parte de Fast. Continuación de Fast: Incineration}

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Fast: IgnitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora